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Isabel Durán

La carcajada de ETA

Zapatero, lejos de reconocer la autoría de ETA en el robo de las 350 pistolas y 9.000 balas en Nimes, se ha comportado como un cómplice de la banda.

"Sus lloros son nuestra sonrisa y terminaremos a carcajada limpia", dijo De Juana Chaos al enterarse del asesinato del matrimonio Jiménez Becerril en Sevilla. Este es el nuevo hombre de paz de Zapatero. Como Ternera, como Otegi, como los Txapotes y los Bilbaos. La frase pronunciada por el presidente del Gobierno en Soria no ha sonado ni siquiera como un sarcasmo; ha sido una agresión a todas las víctimas.

La Guardia Civil, en la que se cebó De Juana Chaos como máximo cabecilla del grupo faccioso y terrorista que se denominó "comando Madrid", tiene que haber reventado por dentro después de haber conocido la apreciación del inquilino de La Moncloa. Sólo en dos atentados, De Juana, junto con Belén González y el ahora arrepentido Soares Gamboa, destrozó la vida de 17 miembros de la Benemérita. Cinco de ellos jovencísimos, alumnos aún en formación.

En la semana más ominosa del traidor periodo de negociación abierto con los asesinos, cuando ETA se ha rearmado de nuevo hasta los dientes y cuando Otegi, el terrorista con el que Patxi López "no descarta gobernar", ha vuelto a insistir en que con la Ley de Partidos no hay paz posible, Zapatero, lejos de reconocer la autoría de ETA en el robo de las 350 pistolas y 9.000 balas en Nimes, se ha comportado como un cómplice de la banda. Sus fiscales, el trío formado por Conde Pumpido, Zaragoza y Burgos, se han comportado sencillamente como mamporreros de un presidente que ha dividido a España y Europa y dejado la dignidad del Estado de Derecho a la altura de su propia miseria moral.

Mientras las víctimas lloran a sus muertos con la pena añadida del desdén del jefe del Gobierno y de la certeza en que ya no habrá justicia, las risotadas carcajeantes del asesino De Juana resuenan en un país que, a mayor abundamiento, ha tenido que soportar la trampa de una huelga de hambre que ha servido al propio Gobierno para justificar la rebaja de la pena del sanguinario criminal, que no sólo no ha pedido perdón sino que se refocila con las lágrimas de las víctimas. La actitud del presidente se comenta por sí sola.

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