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Isabel Durán

Rajoy, suerte y al toro

Si la participación no resulta excepcional por un acontecimiento inusual Rajoy puede estar en una semana nominado para La Moncloa. Para bien de todos, ojalá gane el gallego. Suerte y al toro.

La cuenta atrás para las elecciones generales más importantes de las tres últimas décadas ha comenzado. El cara a cara entre Mariano Rajoy y José Luís Rodríguez Zapatero se produce en la recta final de una campaña deslucida y teñida de insultos por parte de quienes han conformado estos cuatro años el cordón sanitario contra el Partido Popular. El gran espectáculo mediático del primer debate, con trece millones de telespectadores (la mitad de los convocados a las urnas), ha supuesto un revulsivo en la clase política con la clara victoria del líder de la oposición. El jefe de filas popular salió reforzado ante un presidente desencajado, crispado, tenso y falto de argumentos ante los auténticos problemas de los españoles, por más que las encuestas se empeñen en negar la realidad. Asistimos pues a un segundo debate decisivo en unos comicios, de hecho, constituyentes.

Estos grandes careos televisivos entre los dos principales aspirantes a La Moncloa resultan imprescindibles en cualquier democracia. Tras el primero de ellos, ha calado por fortuna la sensación de que ya no puede haber una vuelta atrás ante una convocatoria electoral y que por tanto, a partir de ahora, deberán producirse aunque sea por imperativo legal. Por de pronto, ahí tiene una tarea que no deberá esquivar el próximo inquilino monclovita: la regulación de las confrontaciones televisivas de los dos candidatos con posibilidades de ocupar el sillón presidencial. Eso que hemos ganado. Pero nada más. El resto de la campaña está siendo un auténtico desastre, ejemplo claro de lo que no debe ocurrir en democracia.

El Partido Socialista ha sacado su dóberman, Felipe González Márquez, para llamar imbécil a Rajoy y humillar y ridiculizar a las víctimas del terrorismo y de la intransigencia como María San Gil o Rosa Díez. El PSOE ha cambiado Irak por la ira de los de la "zeja" y se los echa encima, a improperio limpio a esa "turba estúpida y humillante" que es el PP y sus votantes. Además Ferraz ha arremetido contra los obispos y zarandea los cimientos mismos de la aconfesionalidad del Estado español anclados en la Constitución al tiempo que anuncia una arremetida definitiva si gana las elecciones. El propio Z le ha echado en cara a Rajoy los muertos del 11-M y, a falta de 192 víctimas nuevas, le acusa ahora a la formación de la calle Génova de ser lo mismo que los terroristas de Batasuna. Pisan demasiados callos en el edén de Pepiño y su factoría de invectivas electoral. Y mucho me temo, pero sobre todo, así lo espero, que estén yendo en dirección contraria a lo que les beneficiaría el próximo domingo 9 de marzo.

El debate decisivo en este reloj de arena electoral que comienza su último vuelco es una pelea a cara de perro donde están muchas cosas en juego. Hay un millón setecientos mil nuevos votantes, jóvenes en su mayoría abstencionistas, que ni siquiera se sentarán a verlo. Pero seguramente esa inmensa mayoría de españoles atrapados en sus sillones en este torneo televisivo del Palacio Municipal de Congresos tienen su voto definido. Sólo una franja entre el 5 y el 7 por ciento aún no han decidido el sentido de su papeleta.

Si la participación no resulta excepcional por un acontecimiento inusual Rajoy puede estar en una semana nominado para La Moncloa. Para bien de todos, ojalá gane el gallego. Suerte y al toro.

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