Menú
Jeff Jacoby

¿La panacea de Obama?

Las armas son un tema particularmente espinoso para los demócratas, dado que han venido siendo desde hace tiempo el partido del control de armas y su nutrida ala izquierda detesta las armas de fuego

En lo que respecta al control de armas, el Partido Demócrata es una formación dividida. Eso ayuda a explicar las posturas absurdamente inconsistentes de Barack Obama a propósito de la sentencia de Columbia vs. Heller, la histórica resolución judicial del Supremo de junio de este año que defendía la Segunda Enmienda.

Como candidato a la Legislatura de Illinois en los años 90, Obama había apoyado una legislación para prohibir la fabricación, la venta y la tenencia de armas de fuego, de manera que no fue sorprendente que apoyara la prohibición de las armas solicitada en Heller mientras hacía campaña a presidente. En noviembre, por ejemplo, su campaña explicaba al Chicago Tribune que "Obama cree que la ley de armas ligeras del Distrito de Columbia es constitucional." En febrero, durante un foro televisivo, un participante dijo "Usted apoya la prohibición de armas ligeras en el Distrito de Columbia", y Obama respondió taxativamente: "Correcto".

Hacia marzo, sin embargo, su portavoz había dejado de decir claramente si Obama consideraba constitucional la prohibición de armas o no, y cuando se le preguntó el senador por ello durante un debate en abril, se negó a dar una respuesta clara con el argumento de que "obviamente no he revisado los informes y examinado todas las pruebas". Aún así, cuando el tribunal dictó sentencia el pasado jueves por cinco votos a favor y cuatro en contra, Obama afirmaba que sus opiniones se habían visto ratificadas. "Yo siempre he creído", comenzaba su declaración, "que la Segunda Enmienda protege el derecho de los ciudadanos a llevar armas". Por otra parte, informaba Associated Press, "la campaña no respondió directamente… al ser preguntada si el candidato estaba de acuerdo o no con el tribunal".

Esta no es solamente la habitual coreografía política en la que los candidatos presidenciales demócratas bailan al son de la izquierda durante las primarias y después se colocan estratégicamente en el centro de cara a las generales. (Los republicanos hacen lo propio pero en el sentido contrario).

Las armas son un tema particularmente espinoso para los demócratas, dado que han venido siendo desde hace tiempo el partido del control de armas y su nutrida ala izquierda detesta las armas de fuego y mira por encima del hombro a "los garrulos armados" que las disfrutan. Los demócratas progresistas han visto generalmente la Segunda Enmienda como un anacronismo constitucional vergonzante, no como un garante de una libertad básica; albergan una particular repugnancia hacia la Asociación Nacional del Rifle; y están seguros de que más armas en manos privadas solamente pueden significar más muertes y crímenes violentos.

El problema de los demócratas es que tales opiniones les alejan bastante de la opinión americana mayoritaria. Podría haber hasta 283 millones de armas privadas en Estados Unidos y casi la mitad de los hogares norteamericanos tiene una al menos. Antes incluso del veredicto del Supremo, una gran mayoría de americanos –73 por ciento según Gallup– opinaba que la Segunda Enmienda garantiza el derecho de los ciudadanos a tener armas a título personal. Y casi 7 de cada 10 se oponen a ilegalizar la tenencia de armas.

Teniendo en cuenta la extendida opinión pro-armas, un partido político que tienda a demonizar las armas o a los propietarios de armas no puede esperar atraer a muchos votantes. En 1994, pocos meses después de aprobar una prohibición de las armas de asalto, los demócratas perdieron sus mayorías en ambas cámaras del Congreso –mayorías que costó recuperar más de una década. Su "incapacidad recurrente para ganar las elecciones en lugares donde el número de armerías supera al de Starbucks", Charlie Cook en el National Journal durante su largo exilio, "es una de las principales explicaciones de por qué el partido no pueda controlar ni la Cámara ni el Senado".

Algunos demócratas han puesto los medios para sanear su imagen de partido que odia las armas. Durante su presentación a presidente en 2004, el Senador John F. Kerry hizo gala de ponerse la ropa de caza y sostener una escopeta durante el escenario muy vistoso de la caza del pato en el sur de Ohio. Cuando el senador por Nebraska, Ben Nelson, y el gobernador de Montana, Brian Schweitzer, se presentaron a la reelección dos años más tarde, sus anuncios de televisión les mostraban usando armas. (A Schweitzer, cazador aficionado, le gusta decir que tiene "más armas de las que necesito pero no tantas como quiero"). Más de 60 Demócratas recibieron el apoyo de la Asociación Nacional del Rifle en las elecciones a la cámara de 2006 –las elecciones en las que, quizá no sea coincidencia, su partido se hiciera con el control del Congreso.

Aún así, para muchos demócratas progres, la animadversión anti-armas es patológica. Los senadores Ted Kennedy y Dianne Feinstein no perdieron un momento en lamentar la sentencia del Tribunal Supremo en el caso Heller. El alcalde de Chicago, Richard Daley, la tildaba de "muy siniestra". A lo largo de los años, tales posturas han sido una bendición para los republicanos, ayudándoles a retratar a los demócratas como distantes elitistas que odian lo que les gusta a millones de americanos. Las declaraciones de John McCain elogiando el veredicto hicieron mención explícita a los infames comentarios de Obama de que los americanos de clase media "se aferran a las armas o la religión" cuando "están resentidos".

Tras lo expuesto, resulta irónico que el veredicto del Supremo pueda finalmente privar al Partido Republicano de una valiosa arma política. Al poner punto final al debate sobre si la Segunda Enmienda garantiza el derecho individual a tener armas, los jueces han allanado el camino a que los que tienen armas voten demócrata. McCain celebraba el veredicto del tribunal, pero Obama podría ser el más beneficiado.

Temas

En Internacional

    0
    comentarios