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Joan Valls

La muerte que no cesa

Sí, el mal existe y resultaría pueril negarlo. El mal es un negocio y por ello una necesidad. Pero, sobre todo, es mucho más fácil hacer el mal que el bien. La cultura de la muerte es un negocio fácil con resultados a muy corto plazo.

"Siempre que el hombre ha querido hacer del Estado su cielo, lo ha convertido en su infierno". Ojalá esta reflexión de Hölderlin sirviera para explicar la génesis de esta muerte que no cesa porque, al menos, podríamos señalar a los causantes directos y buscar soluciones. Pero cuando los responsables somos la mayoría, lo mejor es ir buscando acomodo bajo una higuera para replanteárselo todo.

A menudo, los que consideran la situación como calamitosa intentan parcelar el desastre. Lo categorizan y lo sitúan en una cronología con altibajos, sin plantearse que quizá no sea más que un Guadiana. El avance decidido de toda la granja hacia la muerte, en el que todo es apariencia y antonimia. Son muchos los que se han preguntado en qué momento se jodió el Perú. Pero no hay momentos, sino acciones segundo a segundo.

Nuestro nacional socialismo arruina todo lo que toca, es cierto, pero no es un cuerpo irracional; está adiestrado y manejado por una potencia extranjera y, sobre todo, tiene un plan, que es la muerte, lo que algunos llaman la cultura de la muerte. Un gigantesco agujero negro que deglute abortos, suicidios asistidos, la concepción del ser humano como un medio y no un fin en sí mismo, la guerra de Afganistán –en la que la muerte se presenta como vida– la promoción del endeudamiento de particulares y del conjunto de la sociedad, los accidentes de la ETA, la reducción de quienes debían oponérseles a la condición de zombies de sí mismos, la jibarización de los partidos que se les unen, la muerte en vida de la prensa... no es casualidad que, mientras los vivos agonizan, se abran las fosas para resucitar a los muertos.

Sí, el mal existe y resultaría pueril negarlo. El mal es un negocio y por ello una necesidad. Pero, sobre todo, es mucho más fácil hacer el mal que el bien. La cultura de la muerte es un negocio fácil con resultados a muy corto plazo; una mentira de flores sin frutos que sala los campos por décadas, incluso siglos. Un gol de Torres ante Alemania saca la rabia de 40 millones de almas, que gritan soy español, y a los pocos segundos nuestros verdugos se maravillan de lo bien que funciona el tubo de escape. La próxima motocicleta se llamará fin negociado de la violencia.

Los héroes y las revoluciones han muerto y la muerte vive. Pero sin catarsis no hay paraíso. Porque cuando la aspiración de un ser humano se reduce a crear su taifa de 65 metros cuadrados comprados a precio de Manhattan, el resultado es España. Y lo lograremos: al final los mejores se irán para siempre al exilio interior o sucumbirán en una lucha estéril. Todavía se me pone la piel de gallina cuando releo este comentario de The Flash en el blog de Federico Jiménez Losantos. Por eso, como con el metafórico Real Madrid de los cien veces desastrosos Calderón y socios compromisarios, sólo puedo aferrarme al deseo de un deterioro veloz, con la remota esperanza de que se inicie la catarsis y nos ahorre la escena final de Charlton Heston en El planeta de los simios.

Qué pena de pena. La mayoría de los españoles parece estar dispuesta a financiar a los bancos sin rechistar para que, a su vez, financien los deseos de una dictadura euroasiática (o de otra potencia mucho más cercana a la que se le daría lo que pidiera) de hacerse con nuestros recursos energéticos. Muy bien. "Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no produce buen fruto es cortado y arrojado al fuego".

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