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Jorge Vilches

Fraga returns

La primera similitud con AP es la búsqueda expresa de una "mayoría natural" –expresión fraguista–, "el centro" de hoy, sin la defensa de una ideología, sino haciendo gala, como mucho, de unos planteamientos y una mentalidad moldeable.

La deriva actual del PP está siguiendo los pasos, a veces como caricatura, de los años que estuvo bajo la batuta de Manuel Fraga. Esto no es sólo un suicidio político, sino que manifiesta la creencia de que su posición natural es la oposición a no ser que una enorme catástrofe, una conjunción de los arcanos, decida al electorado español, ligado ad eternum a la izquierda, a prestarle su voto.

Esa vuelta del fraguismo se percibe en que las cuestiones que atenazan hoy al partido de la derecha son parecidas a las que acorralaron a AP al menos hasta la dimisión de Fraga en diciembre de 1986.

La primera similitud es la búsqueda expresa de una "mayoría natural" –expresión fraguista–, "el centro" de hoy, sin la defensa de una ideología, sino haciendo gala, como mucho, de unos planteamientos y una mentalidad moldeable. Un ejemplo es la postura de "abstención activa" adoptada por AP en el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN.

Es decir, el partido no define completamente su identidad política, y deja que sea el adversario el que lo haga. El resultado, ya lo fue entonces con más motivo, es que la izquierda mediática y académica vincula fácilmente a los populares con el franquismo o la reacción. La guerra de la imagen ya la ganó el PSOE en los tiempos de Fraga, y parece que ahora también.

La segunda similitud es la extraordinaria dependencia respecto al líder, lo que puede tener lógica en un proceso de transición a un régimen representativo, pero no en una democracia consolidada. El Estado de las Autonomías ha multiplicado el efecto de dependencia y, al tiempo, lo ha hecho piramidal respecto al "líder nacional". El efecto es la ausencia de vida oficial más allá de las cúpulas del partido, con lo que se pierde una buena ocasión para abrirse a la sociedad, mejorar imagen y ganar simpatizantes.

La tercera similitud es su asentamiento como "leal oposición" y la satisfacción por ser los subcampeones electorales. Charles Powell, en su obra España en democracia, cuenta que fueron Gregorio Peces Barba (presidente del Congreso de los diputados con los votos de AP) y Herrero de Miñón (segundo de Fraga) los que acordaron en febrero de 1983 que se tratara al líder popular como "jefe de la oposición". Y ya entonces Gabriel Cisneros temió que AP fuera al PSOE lo que el PAN al PRI mexicano, un grupo opositor protocolizado sin posibilidades reales de sustituirlo.

En definitiva, el proceso para la construcción de una opción de derechas con capacidad para gobernar ya pasó. No se puede volver a los métodos e ideas de un partido, AP, que en las elecciones de 1979 se presentó como Coalición Democrática, en 1982 como AP-PDP, y cuatro años después como Coalición Popular. Los tiempos para dudar sobre la identidad ya pasaron. No debe confundirse la adecuación del programa a los tiempos y la renovación de personas con la búsqueda de una personalidad distinta.

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