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José Antonio Martínez-Abarca

Acontecimiento haitiano

Haití no era nada interesante hasta ahora porque el desastre era diario. Un terremoto sí es interesante porque es un acontecimiento.

Ni las tragedias son ya lo que eran. Hace veinticinco años, las imágenes de aquella niña, Omayra Sánchez, hablando con templanza mientras agonizaba en directo, y moría, metida en el barro tras la erupción del volcán colombiano Nevado del Ruiz. Los más viejos recordarán. Aguardando a la última veladura marrón que le cerrara definitivamente la boca, Omayra sólo tuvo que soportar, nada si lo comparamos con ahora, a algún periodista con la alcachofa, una cámara y medio mundo mirando desde sus casas, más piadoso que solidarizado (porque entonces la solidaridad aún no era tan gran negocio mediático, y por tanto moral).

Lo que va de ayer a hoy. Hoy la niña Omayra Sánchez, de estar atrapada irremisiblemente hasta la muerte por los efectos de algún desastre natural, pongamos como el de Haití, no se hubiese escapado tan fácil y con tan templadas explicaciones hacia la muerte: delante de la cámara tendría al menos a ocho o diez políticos mundiales quitándole amorosamente la suciedad de la carita, a las intrépidas corresponsales de las televisiones más concienciadas chapoteando en el lodo vestidas a la manera de la etnia de Omayra en señal de multiculturalismo, a la turbamulta del "quítate tú que me pongo yo" del procesionismo "oenegedario" y ya no a media, a toda la opinión pública mundial (que es un oxímoron: si es de masas no es opinión) en vilo por saber quién iba a adoptar primero el nombre de la niña para bautizar un parque o un colegio de primaria. ¿Suena demasiado siniestro? El planeta se va poniendo aún más.

Hay algo innegablemente viscoso, más que la licuefaccion de los cadáveres, en el tenderete de sensaciones para uso de la demoscopia interna que se ha montado en torno al terremoto de Haití. Los así proclamados "buenos" estarían dispuestos a matar con tal de parecer mejores. De no llegar a tiempo, hubiesen ordenado que repitieran el terremoto como quien debe entrar tarde a la película de la "hora golfa" frustrado por encontrar cerrado el expendedor de palomitas. El amor a la humanidad, ahora, es en realidad demandar que la humanidad quiera siguiendo las indicaciones.

Haití no era nada interesante hasta ahora porque el desastre era diario. Un terremoto sí es interesante porque es un acontecimiento, los acontecimientos salen en el Youtube, y con un Youtube sabiamente administrado salvas el alma, que es ya aproximadamente idéntica cosa que la cartera. Los muertos ajenos y de sitios raros ya no son meras estadísticas, como en aquellos tiempos en que todavía en la escena del drama no aparecía hasta el Quico, pero no porque haya aumentado la "sensibilización", sino porque el público tiene un pavor insuperable a quedarse sin conversación de vecinos en el ascensor.

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