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José García Domínguez

'Good bye, Lenin!'

Ese entusiasmo con que los grupos de la oposición insisten en postular un "gran pacto de Estado" me ha traído a la memoria el guión de aquella película.

Ese entusiasmo con que los grupos todos de la oposición insisten en postular un "gran pacto de Estado" a mí me ha traído a la memoria el guión de aquella película, Good bye, Lenin! Recuérdese, una abnegada comunista de la RDA entra en coma clínico al tiempo que el país desaparece absorbido por la Alemania Occidental. Luego, cuando la mujer recupera la conciencia, sus hijos, temerosos de una recaída súbita por efecto del shock, escenifican una mascarada rocambolesca. Le hacen creer a la pobre señora que su mundo, el viejo mundo de los bloques presidido por el muro, aún sigue en pie, que nada ha cambiado. Igualito, pues, que nuestros grandes pactistas estatales de la Carrera de San Jerónimo.

Porque también ellos perdieron el contacto con la realidad cuando el tiempo del Estado-nación soberano aún no había pasado definitivamente a la historia. De ahí esa enternecedora fe del carbonero en los acuerdos que con tanto ardor predican desde Rubalcaba a Duran Lleida, pasando por la señora Díez. Unos y otra, todos, parecen tener in mente los Pactos de la Moncloa. La protagonista conservaba en la retina la herrumbrosa estatua de Lenin en Berlín Este; y nuestros tribunos, la estampa de Fuentes Quintana en 1977 dirigiéndose al país por televisión. Y es que tampoco a ellos les han dicho aún que aquello ya no existe.

Pero la verdad es que la altiva soberanía económica del Estado-nación no yace menos difunta que el comunismo. Falleció de muerte natural mucho antes incluso de que Bruselas y el euro irrumpiesen en escena para administrarle la extremaunción. Lo comprobó en propia carne Suecia tan pronto como en 1994, cuando los operadores de deuda iniciaron una huelga de inversiones caídas que acabó con su legendario Estado del Bienestar. Y algo antes, a principios de los ochenta, la Francia del primer Gobierno de Mitterrand. Las reglas simplemente habían cambiado. Y la socialdemocracia tenía perdida la partida. En lo sucesivo, los mercados no iban a tolerar que ningún Estado intentase aumentar el empleo por la vía de expandir la economía con cargo al déficit. Guste o no, ahora las cosas funciona así. Y conviene saberlo. Cuando Rubalcaba y el resto despierten, alguien debería confesárselo. Por piedad.

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