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José García Domínguez

La ratonera de Rajoy

Un periódico podría abrir su edición de hoy atribuyendo a Merkel cualquier sentencia de Herbert Hoover en 1929 y nadie repararía en la burla. No andan tan erradas esas casangras que advierten un paralelismo entre el patrón oro de cuando entonces y el euro

Ese rapapolvos preventivo de la Comisión a Rajoy instándole a comulgar cuanto antes con el dogma de Berlín. Contra lo que barruntaba el viejo Marx, no es cierto que la Historia solo se repita bajo el manto grotesco de la farsa. A veces, simplemente, se repite. Punto. Basta con ojear los titulares de la prensa de hoy y compararlos con los de los años veinte del siglo pasado. Son idénticos. Los mismos llamamientos a la austeridad patriótica por parte de los mandatarios nacionales. Las mismas metáforas pedestres sobre lo muy perentorio de "apretarse el cinturón". La misma obsesión por el déficit público en boca de los gobernadores de los bancos centrales y demás augures de la ciencia lúgubre. Las mismas apelaciones a la contención, el ahorro y abstinencia en el dictamen unánime de los "expertos".

De hecho, un periódico podría abrir su edición de mañana  atribuyendo a Merkel cualquier sentencia de Herbert Hoover en 1929, y nadie repararía en la burla. No andan tan erradas esas casandras – como Andy Robinson – que advierten un paralelismo casi calcado entre el patrón oro de cuando entonces y el euro. Dos camisas de fuerza que, al exigir políticas pro-cíclicas, abocan sin escapatoria posible al sacrificio ritual. Es sabido, la férrea disciplina  impuesta por el anclaje al oro maniataba a los Estados. Las pérdidas de oro por un exceso de importaciones, supremo drama a ojos de los gobernantes de la época, únicamente podía evitarse forzando una caída de los precios y salarios internos (¿le suena de algo esa música al lector?).

Así se incubó el mayor desastre económico de la era moderna: la Gran Depresión. Pues, generalizada al conjunto, la medicina prescrita para la salvación individual  devino en el peor veneno imaginable. Uno tras otro, los países iniciaron una loca carrera hacia el precipicio. Las devaluaciones internas, al ser adoptadas de modo simultáneo por todos, desencadenaron la catástrofe. La austeridad ecuménica estranguló el comercio internacional. Y la deflación multiplicó  como por arte de magia las deudas de la gente. El patrón oro se reveló como una ratonera donde quedarían atrapadas millones de vidas . Y solo cuando se deshizo de aquel corsé, Occidente comenzó a levantar cabeza. Lo dicho. A veces, la historia, simplemente, se repite. Sin más.

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