Como resulta sabido, la gran cuestión en estas elecciones vascas fue la denuncia pública efectuada por el PNV para señalar que el candidato de los de Otegi (todavía no he conseguido memorizar su nombre) llevaba gafas. Aunque yo creo que la gran noticia habría sido que uno de Bildu las usase para leer. Cuando empiezo a escribir esto, todavía no se sabe quién habrá ganado, si los de la boina o los del arete en la oreja. Aunque la cosa, en el fondo, tampoco posee mayor interés. A fin de cuentas, se trata de una disputa de familia entre padres, hijos y sobrinos por ver quién regentará en adelante el caserío. Un histórico de la ETA, uno que tampoco me acuerdo ahora del mote que gastaba, dijo una vez que, si dejaran de sonar los trabucos, a los cinco minutos Euskadi volvería a ser España.
Y no andaba muy desencaminado. Aunque el verdadero problema de los gudaris es que Euskadi va a dejar de ser Euskadi, al margen de que vuelva o no vuelva a ser España. Y va a dejar de serlo a no tardar, además. Eso indica su acelerado proceso terminal de decadencia demográfica. Porque los vascos y las vascas, sí, se están extinguiendo. Algo que, por lo demás, tampoco conviene dramatizar en exceso. A fin de cuentas, desapareció en su día el Imperio Romano, que era un asunto un poco más importante que Euskadi, y el mundo, indiferente y a lo suyo, siguió dando vueltas, como si nada.
En fin, gane al final el de las gafas de pega o los de la boina auténtica, los abertzales de Euskal Herría van a poder seguir dando gracias a Dios por gozar del privilegio de ser españoles. Pues solo gracias a eso, a disponer de la inmensa suerte de saberse españoles, continuarán cobrando cada mes sus pensiones de jubilación, sin temor a que el descalabro reproductivo de su linaje (apenas tienen 1,28 hijos por mujer, cuando la tasa de relevo generacional debiera ser de 2,1) ponga en riesgo su vejez. Que recen para que no se les acabe España.