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José García Domínguez

El juicio (final) a Jordi Pujol

La Justicia española, además de ciega, suele ser bastante sorda. Pero, tratándose de Pujol, diríjase que también padece paraplejia.

La Justicia española, además de ciega, suele ser bastante sorda. Pero, tratándose de Pujol, diríjase que también padece paraplejia.
El presidente de la Generalidad de Cataluña, Salvador Illa, y el expresidente Jordi Pujol. | Generalidad de Cataluña

Las primeras actividades de todos los gobernantes, justo tras haber accedido al cargo, suelen estar marcadas por una muy deliberada relevancia simbólica, en general vinculada a la voluntad de transmitir una idea de continuidad o de ruptura, según los casos, con alguna tradición histórica autóctona. Recuerdo que Felipe González, por ejemplo, escogió iniciar su primer mandato con una ofrenda floral ante la tumba de Pablo Iglesias, en el cementerio civil de Madrid. De ahí que no proceda interpretar como casual e inocente el hecho de que Salvador Illa optase por estrenar su nombramiento como presidente de la Generalitat recibiendo en su despacho oficial, y durante casi dos horas, huelga decir que con todos los honores, al presunto (todavía presunto) delincuente común que responde por Jordi Pujol i Soley.

En ambos casos, tanto en el de González como en el de Illa, el mensaje que se pretendía comunicar al entorno resultó tan evidente que no requeriría de ulterior explicación. Pujol es el patriarca de una familia numerosa de chorizos. Y el actual presidente de la Generalitat, un hombre sobre cuya honradez personal yo no albergo la menor duda, creyó muy conveniente y necesario honrar públicamente a un notorio chorizo en su flamante estreno como primera autoridad civil de Cataluña.

Por supuesto, el PSOE y el Partido Popular también han acogido a decenas de chorizos convictos y confesos en sus respectivas instancias directivas, resulta del dominio público y lo sabe todo el mundo. Pero una estampa como esa, tan definitivamente siciliana, la del Illa y el reo Pujol departiendo al fraternal modo en el despacho de Gobierno, resultaría inimaginable en la Moncloa. Es la gran diferencia entre el País Petit y el país de verdad. Pujol tiene ya 94 años y sus últimos delitos los cometió hace casi tres lustros. Ahora, un juez acaba de fijar fecha para su juicio. Será el año que viene. Y se calcula que la sentencia se dictará cuando cuente con 96. La Justicia española, además de ciega, suele ser bastante sorda. Pero, tratándose de Pujol, diríjase que también padece paraplejia.

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