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José T. Raga

Cría cuervos

La gente, también los allegados, comen el menú que se les ofrece, pero unos tienen más apetito que otros.

El refranero español es muy rico. He elegido el que figura en el título por mis deseos de no ofender a persona alguna, o al menos dejar reducida la molestia al estricto entorno de los cuervos y de quienes se sienten comprometidos con el negro pajarraco.

La vida nos ofrece oportunidades para la colaboración con personas, próximas o lejanas, dispuestas a participar en una tarea ilusionante, que implica esfuerzo, sacrificio y voluntad de hacer, en una comunidad de ideas, de principios y de objetivos que, de tener resultados positivos, colmará la pretensión de sus protagonistas.

El modelo de espontaneidad, aunque se diga lo contrario, y aunque se pretenda utilizar como cobertura de un objetivo de orden y nobleza superior a la iniciativa individual, es, a mi entender, el menos frecuente de cuantos puedan utilizarse en un mundo real. Recordemos la pregonada espontaneidad del movimiento de los indignados del 15-M. Una espontaneidad (¿?) convocada por diversos colectivos, que a su vez eran movilizados por sus cúpulas siguiendo las ideas de sus líderes.

Por ello lo más general es que cualquier movimiento político o social esté liderado por su adalid, que se ha rodeado de sus más fieles en el servir y que, a modo de largos aguijones, van inoculando en el pueblo las ideas, buenas o malas, que conforman su discurso y que esperan les conduzca al fin pretendido.

El discurrir de los hechos hace que el líder se sienta cada día más líder, más sabio, más estratega, más admirado y más respetado; en otras palabras, más poderoso. El problema no termina ahí, no se limita a este enunciado. La realidad es que esos atributos de los que se siente adornado el líder con inusitada rapidez forman parte también de la ornamentación que creen poseer las personas de su entorno, llegando a provocar conflictos en las pacíficas relaciones que, hasta el momento, se habían desarrollado entre el líder y sus allegados de confianza. Esto nada tiene de excepcional, pudiéndose considerar habitual en toda obra humana.

¿Por qué entonces Tsipras se siente tan molesto por las exigencias, más radicales que las suyas, de aquellos que ha amamantado? ¿Por qué Pablo Iglesias se sorprende con Monedero, reafirmando su posición porque las ideologías puras están llamadas a corromperse al contacto con la realidad? ¿Por qué Rosa Díez sufre tanto la disidencia en UPyD? La gente, también los allegados, comen el menú que se les ofrece, pero unos tienen más apetito que otros.

Tampoco la lamentación acusatoria Tu quoque, Brute!, ni por tardía ni por lógica, justificaba la sorpresa de Julio Cesar.

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