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José T. Raga

No es casualidad

Hay que reconocerlo: las izquierdas no han mostrado nunca su capacidad de administrar con eficiencia los recursos escasos disponibles en una economía nacional. El ejemplo más paradigmático es el de la Unión Soviética.

En efecto, no lo es. No es casualidad que en el segundo trimestre del año en curso el PIB español se contrajera en un 4,2% respecto al mismo trimestre del año anterior. Como no es casualidad que la otra gran contracción del PIB, desde que comenzara la década de los setenta, fue la del primer trimestre de 1993, que lo hizo en un 2,5% respecto a igual trimestre del año anterior. Ambas situaciones tienen un rasgo en común que impide cualquier atribución de tales infortunios a hechos o circunstancias de imposible previsión, o, caso de ser previstas, de irremediable ejecución. Los dos retrocesos del PIB, ambos alarmantes por su cuantía, se producen cuando la nación española está gobernada por el Partido Socialista Obrero Español.

En ambos casos, el Gobierno prefiere no enfrentarse con la crisis, por lo que, unas veces la desconoce y, otras, cuando la denuncia es evidente, minimiza su consideración, ridiculizando a los agoreros que prevén lo peor para nuestra economía. En ambos casos hay también una dilapidación de los activos de la economía nacional. Entonces, el gran despegue que se produce a partir de nuestra entrada en la Comunidad Económica Europea, con tasas de crecimiento que llegan hasta la increíble tasa del 6,1% a final de año 1987, se desmorona a partir del desconcierto que le produce al Gobierno la huelga general de diciembre de 1988, razón por la cual, hoy, el presidente Rodríguez Zapatero claudicará hasta donde se le exija con tal de no verse confrontado por otro conflicto semejante. Ahora, cuando el PP entrega el poder en las elecciones de 2004, lo hace con una caja repleta de recursos, una economía saneada, abierta y en orden, y con capacidad hegemónica respecto a las economías de su entorno, todo lo cual ha quedado reducido a cenizas por las artes del gobierno del PSOE, a un ritmo difícilmente imaginable.

Es cierto que en 1979 hubo un momento de leve contracción –apenas un 0,7%– en la segunda crisis del petróleo, esta vez no imputable a la desidia e incapacidad del PSOE, pero sí a una circunstancia que está presente en las dos etapas de gobierno socialista: el empeño del poder en desconocer la realidad. Cuando en octubre de 1973 se inicia la primera crisis del petróleo, y su aldabonazo definitivo en el día de Navidad del mismo año, el gobierno franquista está en la antesala de su sepelio, un gobierno débil con un jefe de Estado sin energías y con un gran vacío tras de sí. Nadie se atreve a afrontar la crisis, nadie asume la responsabilidad de establecer medidas de racionalización del consumo energético, al modo a como lo hicieron la práctica totalidad de los países europeos.

Se llegó a decir que la crisis no afectaría a España, dadas las inmejorables relaciones de nuestro país con los países árabes, que habían convertido el petróleo en un arma política de lucha contra el sionismo. Una manifestación, que en mucho se asemeja a la de hace apenas un año en la que el señor presidente del Gobierno español profetizó que la crisis financiera no afectaría a España, dada la solvencia y solidez del sistema financiero español. Para qué les voy a recordar la lluvia de millones de euros que se han esparcido sobre el sólido sistema financiero español –bancos y cajas de ahorros– para evitar sus quiebras y, aún con ello, mejor mirar hacia otro lado para desconocer una realidad que está llamando a la puerta del desarrollo de la economía real; no en vano, se opta por la opacidad frente a la transparencia para evitar reconocimientos enojosos.

Y es que, hay que reconocerlo: las izquierdas no han mostrado nunca su capacidad de administrar con eficiencia los recursos escasos disponibles en una economía nacional. El ejemplo más paradigmático es el de la Unión Soviética. Un mercado grande y unido, aunque cegado por la planificación. Un país rico en todo, hasta en cultura, que quedó hecha trizas con la revolución. Frente a ello, más de la mitad de la población sobrevivía por debajo del umbral de la pobreza, al modo a como ocurre en Vietnam, Corea del Norte, Cuba, Myanmar (antigua Birmania), China, etc.

El mundo del socialismo es el mundo del gasto; me da igual que sea el de don Felipe González que el del señor Rodríguez Zapatero. Gastos suntuarios de escasa o nula rentabilidad; unas veces serán aventuras espaciales, otras armamentos nucleares; en ocasiones, fastos internacionales para entretener a la comunidad, en otras incrementos intolerables de burocracia como imagen de poder. Se crean ministerios como el de Igualdad, de competencias difíciles de cifrar, o el de Vivienda, cuando las competencias en la materia están transferidas a las Comunidades Autónomas. Unos se solapan a otros, originándose una carrera para ver quien llega primero.

Cómo será el desbarajuste, que un Gobierno como el del señor Rodríguez Zapatero, al que aún no se le conoce ninguna medida para afrontar la crisis, es decir para provocar el cambio de ciclo y no sólo para aliviar sus efectos en las personas, ha creado en el Ministerio de Economía y Hacienda, una Subdirección General de Medidas Económicas Extraordinarias, cuya misión es la de coordinar tales medidas. Y como sigan así las cosas, esta Subdirección General la veremos convertida cualquier día en una Secretaría de Estado y, a lo mejor, en un Ministerio. Todo dependerá de lo que dure Rodríguez Zapatero en el poder, y con él la crisis económica.

Cuando digo todo esto, no estoy regateando un céntimo para dar cobertura a las necesidades esenciales de la población. Lo que ocurre es que cuando se despilfarra por un lado, se vacía la bolsa que tiene socorrer las necesidades de los que están en el otro. Ahora, podemos entretener a los que sufren hablándoles del aborto libre o casi, de la libertad religiosa, de la guerra de los crucifijos, o, como hizo don Felipe González, nacionalizando RUMASA, que tantos beneficios proporcionaría a sus más íntimos. Los problemas seguirán ahí, y los que sufren seguirán sufriendo. ¡Qué pena de país!

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