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José T. Raga

¿Qué hace la ONU?

¿Hasta dónde alcanza el problema? ¿Cuántos pueden estar esperando una oportunidad para poder sobrevivir?

La humanidad o, al menos, parte de la misma está consternada por la tragedia que, desde fechas no tan recientes, aqueja a poblaciones que se ven forzadas a emigrar de la tierra que les vio nacer, bien por hambre y carencias de lo más esencial para sus vidas, bien por daños personales y materiales de las guerras en sus países de residencia, bien por persecuciones sufridas por la intolerancia de sus gobiernos que ponen en peligro la supervivencia.

La necesidad de emigrar es siempre un drama para quien se ve forzado a abandonar su país de origen y buscar en otros los medios de vida para el sostenimiento de sus personas y el de sus familias. Las dudas, las incógnitas sobre lo que les espera, los costes económicos y personales de sus decisiones, infligen unos sufrimientos a quienes se desplazan –algunos morirán en el camino– que, con ser grandes, se suponen inferiores a los que dejan atrás.

La acogida en destino es la gran incógnita. Es bien cierto que mucho se ha avanzado en la sensibilización de los países de arribada respecto al problema del inmigrante y a las razones para su emigración. Mucho se ha avanzado también en la predisposición a la acogida; las negociaciones europeas en torno al fenómeno migratorio no lo son tanto por ausencia de predisposición como por el orden requerido para el buen fin de la acogida.

Las cifras que se barajan no pueden ser más sobrecogedoras, aun desconociendo hasta dónde puedan ampliarse. Es bien cierto que hoy nos abruma el hecho de los refugiados sirios; y es bien cierto que las razones para sentirse abrumados son de sobra evidentes. Pero no las hay menos si pensamos en la población que cada día muere de hambre en el continente africano, careciendo de lo más esencial para su simple sostenimiento biológico.

Ante tanto problema, es justo reconocer que se está despertando el compromiso de quienes tienen más de lo que puedan precisar para socorrer a quienes carecen de casi todo. Pero, aun así, la pregunta ineludible es: ¿hasta dónde alcanza el problema? ¿Cuántos pueden estar esperando una oportunidad para poder sobrevivir?

Ante ese escenario, me veo obligado a preguntarme: ¿dónde están las Naciones Unidas? ¿Puede limitarse la ONU a alertar de que antes de fin de año habrá más de un millón de desplazados sirios? Desplazamiento y acogida son, simplemente, actos para paliar un problema: la guerra y la persecución en unos casos, el hambre en la mayoría de ellos. ¿Y los que ni siquiera pueden emigrar?

¿Por qué no atacar el problema y no sus efectos? ¿Por qué no acometer la promoción del progreso social y la elevación del nivel de vida dentro de un concepto más amplio de libertad, tal como reza la carta constitutiva de la organización? ¿O es que hemos asumido que parte de la población del mundo tiene que morir hambrienta y parte debe caminar errante huyendo de la guerra?

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