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Serafín Fanjul

Eternamente jóvenes

¿La visión de favelas, villas-miseria y chabolas a lo largo del ancho mundo no basta para hacerles entender que el "crecimiento sostenible" es un camelo digno de Rodríguez y el decrecimiento un atentado contra la humanidad?

Noam Chomsky es un ilustre lingüista empeñado, con gran éxito, en los últimos treinta años en malbaratar su prestigio actuando de adalid de tiranos y terroristas. Su buena intención inicial –que debemos suponerle– se fue enredando con el tiempo y, a fuerza de transitar por la misma carrilera, de unos dislates fue cayendo en otros mayores y ahora nos lo encontramos, con ochenta años, jaleando al venturoso "mundo futuro" en la persona del dictador venezolano. No bastó con el "hombre nuevo" y su ineluctable final en Centro Habana fungiendo de bisnero, jinetero o pinguero. Las buenas intenciones y la irresistible pulsión de gringos y europeos del norte de vernos a los latinos como paisaje folklórico producen efectos devastadores en las mentes más lúcidas. En pocas palabras: no se enteran de nada. Chomsky, por ejemplo, no se percata de que Chávez sólo es un caudillo criollo más, con todas las consecuencias. Eso sí: con un chorro de petróleo del que carecieron otros.

Mientras don Noam hace turismo revolucionario por la tierra del futuro, me llega un correo de publicidad electrónica describiendo y ofreciendo un libro recién aparecido cuyo autor es un geógrafo progre por los cinco costados. Ya el título provoca un respingo espasmódico (El crecimiento mata y genera crisis terminal) y la tesis central de la obra –tal como la describe la publicidad: no he leído el libro– es que el mundo debe hacer decrecer la economía por aquello de salvar al planeta, la ecología y el calentamiento global. Ideas similares ya circulan por Inglaterra, Estados Unidos y Alemania: nuestra población debe reducirse a la mitad para que nos podamos adaptar a los excedentes demográficos del Tercer Mundo (no que ellos reduzcan su natalidad, no, que la reduzcamos aun más nosotros para compensar sus excesos de población). Y lo mismo la producción industrial, los servicios y no digamos el ocio suntuario. Son ideas fastuosas, pero eso ya está inventado: sólo queda saber si todos estos paladines de la vuelta al Neolítico (no lo dicen así, pero ése es el objetivo) están dispuestos a levantarse por la mañana y no tener pasta de dientes, ni poder lavarse porque no hay agua, salir a la calle y no encontrar guagua para llegar al trabajo, muy mal remunerado pero en el que no se hace absolutamente nada, mientras la prójima aguanta una cola de cuatro horas en la bodega, libreta de racionamiento en mano, para no poder comprar más que un poco de sebo y azúcar... No sigo, pero es obvio que los destinos de don Noam y nuestro geógrafo progre se cruzan de manera inexorable.

Y ahora viene la reflexión de fondo: ¿por qué hablan de forma tan irreal e irresponsable? ¿La visión de favelas, villas-miseria y chabolas a lo largo del ancho mundo no basta para hacerles entender que el "crecimiento sostenible" es un camelo digno de Rodríguez y el decrecimiento un atentado contra la humanidad? ¿De verdad se cambiarían por un pobre de Caracas, Calcuta o El Cairo? Pueden empezar ya mismo. Pero como no es cosa de llamarles, de primeras, necios o golfos, hay que pensar en otras causas para su discurso, como la búsqueda del elixir de la eterna juventud. Otros –y otras– lo buscan con cirugía, cosméticos o sexo, mientras el cuerpo aguante, ¿por qué no pueden un lingüista o un geógrafo escarbar en sus mitos de juventud proponiendo y aplaudiendo sandeces o crímenes? En fin, sólo es un intento de interpretación benévola.

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