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Víctor Llano

Ibarretxe puede respirar tranquilo

Hace ya cincuenta años, el 26 de julio de 1953, cerca de 120 hombres traicionados por Fidel Castro asaltaron el Cuartel Moncada de Santiago de Cuba, mientras que otro grupo mucho más pequeño intentaba tomar por la fuerza el recinto militar de Bayamo. Las dos acciones fracasaron. Los rebeldes que sobrevivieron se refugiaron en las montañas cercanas. Entre ellos se encontraba el que con engaños les había hecho caer en aquella encerrona suicida. Cuando el día anterior a los intentos de asalto se reunieron en la granjita Siboney, ninguno de sus compañeros sabían qué es lo que se proponía el entonces todavía joven robolucionario. Castro les condujo a un matadero del que él logró salir indemne. Se dio la vuelta en cuanto vio que la cosa se ponía fea y se escondió en un agujero del que únicamente salió cuando Enrique Pérez Serantes, entonces obispo de Santiago, llegó a un acuerdo con Batista para que no lo mataran.

Esta es la historia de un fracaso y de una cobardía que el tiranosaurio ha convertido en triunfo legendario. En el asalto al Moncada, Castro no disparó ni un sólo tiro, ni siquiera se bajó del coche, se “apendejó” como lo haría mil veces más tarde. Los que le conocen no dudan en afirmar que es un cobarde con suerte. Después de ser condenado a 15 años de prisión, abandona la cárcel el 18 de mayo de 1955, sólo 22 meses después de ser detenido. Veinticuatro horas antes Batista había decretado una amnistía política. Transcurridos pocos días, el 19 de julio, Castro se reúne en México con varios de sus partidarios y ya empieza a hablar del Movimiento 26 de Julio.

Este sábado lo ha celebrado en Santiago ante más de 10.000 cubanos que no dudarían en abandonar la Isla si se les ofrece la más mínima oportunidad de hacerlo. El coma-andante -en un discurso leído y más corto de lo que en él es costumbre- renunció a recibir ayuda humanitaria europea, pero dejó bien claro que lo que no piensa rechazar en ningún caso es al dinero de las autonomías, ayuntamientos y ONG. Ibarretxe puede respirar tranquilo. Podrá seguir apuntalando su modelo referencial. Esteban Dido no ha hecho otra cosa que renunciar a algo que casi no podía controlar. Únicamente le interesa la “pasta” que puede utilizar para financiar la tortura. Todo aquello que pueda servir de auxilio a sus víctimas, lo desprecia. Castro insistió también en calificar a José María Aznar de “un personaje de extirpe e ideología fascista”. Tiene obsesión con el Presidente español. Le acusa -con razón- de ser el instigador de los reproches de la Unión Europea. No quiere que nadie le recuerde sus crímenes y le pregunte por sus víctimas, once millones de esclavos y 500 mártires torturados en prisión.

Pocas horas antes de que leyera su último discurso, hemos sabido que la disidente Martha Beatriz Roque se encuentra en estado crítico en un hospital de La Habana. La han trasladado allí después de que enfermara en la cárcel. No aguantará, ni ella, ni sus compañeros, los años de prisión a los que la justicia informatizada por Ibarretxe les ha condenado. No disfrutarán de la suerte que disfrutó su verdugo cuando hace ya cincuenta años Batista le perdonó la vida antes de amnistiarle.

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