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EDITORIAL

Déspota, cursi y miserable

Zapatero ha corregido y aumentado los excesos de los que le antecedieron: se ha rodeado de lujos, viajes sorpresa de fin de semana y personal a gogó en las vacaciones

Que José Luis Rodríguez Zapatero era un cursi ya lo sabíamos, y, es más, se empeña en que hagamos memoria cada vez que perpetra un discurso. Que acompaña la cursilería progre con buenas dosis del despotismo de izquierdas más genuino es algo que nos demuestra un día sí y al otro también su Gobierno de talante, paz y progreso. Lo que hasta la fecha desconocíamos –si bien intuíamos– es la ruindad que despliega puertas adentro de su casa que, por su condición de presidente del Gobierno, corre a cuenta de todos los españoles.

De la última no nos hemos enterado por un chivato a pie de playa, o por un viajero indiscreto que sabe diferenciar un Airbus 310 de un pequeño jet. Esta vez han sido las víctimas de sus desafueros las que, públicamente y en voz alta, nos han puesto en alerta. Los limpiadores del Palacio de la Moncloa, que no son funcionarios sino empleados de una subcontrata, han anunciado su intención de ir a la huelga porque están hartos de que, además de limpiar las dependencias palaciegas, tengan que cuidar de las hijas del presidente, plancharle la ropa o sacar de paseo a su perro. Se mire desde donde se mire, poner a un limpiador a hacer todo eso y, además, no pagárselo, es de miserables rematados.

Las ínfulas de nuevo rico que dan forma y fondo al cutrerío presidencial no tienen parangón en lo que llevamos de democracia. Suárez y Calvo Sotelo fueron austeros y, especialmente el último, poco dados al derroche personal. Felipe González inauguró una nueva época construyendo un búnker antinuclear y fundando la célebre bodeguilla, primera piedra de aquellos años dorados de maletines y cafelitos cuando los que mandaban confundieron España con una caseta de la feria de Sevilla. Aznar volvió a las esencias, pero dándose el capricho de transformar una cancha de baloncesto en una pista de pádel-tenis.

Zapatero ha corregido y aumentado los excesos de los que le antecedieron: se ha rodeado de lujos, viajes sorpresa de fin de semana y personal a gogó en las vacaciones. Es decir, como un millonario pero sin ser millonario, y esto, en el país de los mileruristas que hacen malabarismos para llegar a fin de mes, no hay cursilez que lo remedie.

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