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Cristina Losada

Cuando los crímenes de ETA no importaban

La exclusión del terrorismo nacionalista vasco del relato convencional de la Transición es un lapsus significativo. Retrata la comprensión y el respaldo hacia la ETA que entonces prevalecía en la izquierda.

Con el 15-J y, en general, con toda la Transición, a mí me pasa como al soldado de Stendhal. Siendo un pequeño peón, y clandestino, de aquella gran batalla, sólo tiempo después me fue dado saber de qué había ido la cosa. Aunque, naturalmente, fui testigo incrédulo y pasmado de los cambios y, en especial, de los de chaqueta o camisa que tanto abundaron entonces. Una veloz renovación de guardarropa que con Zapatero y su memoria para peces muertos ha tenido estos años una especie de revival. El antifranquismo retrospectivo que comenzó en aquella época estalla ahora en rebrote senil. En fin. Dada mi ignorancia de la alta cocina política transitoria y mi gusto por los "comentarios hacia atrás", por usar una reciente expresión del Gobierno que está a caballo entre el analfabetismo y el spanglish, he leído con interés las crónicas y columnas sobre los treinta años y tal.

Como dice Girauta, ¡azúcar! Se han repartido nubes de azúcar de color rosa cual en las tardes de circo y tómbola. Y un revenido temblor de aventura se adivinaba en las letras de los testimonios. Ha sido la entronización de los lugares comunes, y ni los que vienen asegurando que la Transición fue mala por amnésica con los desmanes del franquismo se han apartado de los demás tópicos. Uno de ellos, al menos, merece comentarse. Cuando se refieren los peligros que se cernían sobre la naciente democracia, es norma señalar al ejército y a la extrema derecha, pero no se habla de la ETA. Circulan por las crónicas los de Cristo Rey, los asesinos de los abogados de Atocha y los militares con el sable a punto, pero los que mataban a diecisiete personas en 1976 y a doce en 1977, se las arreglan para desaparecer. Como entonces. O sea, como cuando poco importaban esos crímenes, o poco nos importaban, a los que en aquellos años formábamos en la izquierda, que era un rebaño escaso pero a punto de colgar el cartel de no hay entradas. A la vista está que siguen pesando poco. Nada.

La exclusión del terrorismo nacionalista vasco del relato convencional de la Transición es un lapsus significativo. Retrata la comprensión y el respaldo hacia la ETA que entonces prevalecía en la izquierda. Era el momento en que se gritaba "Vosotros, fascistas, sois los terroristas"; léase que los de ETA no lo eran. Pero también refleja la prolongada resistencia a reconocer que en la familia gauchista o progre había –y hay– criminales. Una negativa que, pese a los esfuerzos de izquierdistas notables, sigue dando sus frutos tóxicos e inanes. Ahí el "dialoguen", la "negociación, único camino", los "más descerebrados" y otras gaitas. O ese latiguillo que en el propio aniversario repetía De la Vogue: "Lo único que queda de la dictadura es ETA, que es la última pesadilla del franquismo". No, mire. La banda ha asesinado a la mayor parte de sus víctimas en democracia. Ni las negociaciones ni la amnistía parcial de marzo del 77 ni la general de octubre de aquel año detuvieron a los delincuentes. Al contrario. En 1978, con un gobierno democrático, la ETA mataba a 66 personas. Como dicen mis mayores, el grupo terrorista no es el último residuo de la dictadura, sino del antifranquismo. Este 15-J tan dulcemente falso se ha perdido una nueva ocasión para proclamarlo de una vez por todas.

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