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Antonio Sánchez-Gijón

Polanco y la independencia

El espíritu de independencia empezó a desaparecer a medida que Polanco se hacía con el control del periódico.

De todos los panegíricos dedicados a Jesús Polanco con motivo de su fallecimiento ("baluarte de la libertad", "un líder de las libertades", etc.) el que más me ha chocado es el que le dedicó el padre Martín Patino: Polanco, dijo don José María, "se marcó como principal objetivo en su vida el de ser independiente".

Y me chocó no porque creyera que no fue independiente. Ya lo creo que lo era. Cuando comenzaba a gerenciar El País se le atribuía un dicho, luego popularizado: "No ha nacido el juez que me tumbe un recurso". Si eso no es independencia... No. Lo chocante es que el espíritu de independencia empezó a desaparecer a medida que Polanco se hacía con el control del periódico.

No puedo hablar más que de mi propia experiencia y de mis pocos allegados en aquella redacción; en concreto, Alberto Míguez, Jesús Rouco y, hasta cierto punto, el subdirector Darío Valcárcel. A los que nos conozcan no se les escapará el hecho de que traíamos un historial profesional independiente, con precisas orientaciones ideológicas.

Durante bastantes meses me sentí libre para escribir sobre aquello sobre lo que escribía desde siempre: las relaciones de España con las instituciones de seguridad del mundo occidental. Se publicaron algunos editoriales apoyando el ingreso de España en la Alianza Atlántica, y artículos sobre la necesidad de elevar las relaciones con los Estados Unidos como pieza clave para ayudar a la transición pacífica hacia la democracia.

Pasó el tiempo, y dado que el periódico era un éxito, el entrismo típico de la izquierda empezó a hacerse sentir. Desembarcó Javier Pradera, que no sé si seguía en el partido comunista, pero desde luego traía mañas. Poco a poco, decía Alberto Míguez, "esto se ha convertido en un colegio", con sus acusicas y pellizcos por abajo, y miradas cejijuntas por arriba. La desconfianza comenzó a caer, por lo menos sobre Míguez, Rouco y yo mismo. Supongo que por entonces habría otros casos. Luego los hubo. A cada uno de nosotros esto nos afectaba de forma distinta. Rouco y Míguez estaban atados a deberes estrictamente reglamentados. A mí se me había dado inicialmente mayor independencia. Luego ésta se fue volviendo contra mí. No se me pedía trabajo, y el trabajo que yo presentaba no era publicado porque nadie me lo había pedido. Lo extraño es que los dos que cumplían a rajatabla, Míguez y Rouco, fueron invitados a salir del periódico antes que yo. Se les ofreció un trato, que aceptaron.

Hacia febrero de 1978 le pedí a Cebrián un mes de libertad para escribir un libro en defensa del ingreso de España en la OTAN. "Claro, Antonio", asintió. Y añadió todo acucioso: "Pero sin sueldo". Me acordé al instante de la generosidad del que era director del diario Madrid cuando ocho años antes le había pedido el mismo permiso para escribir un libro sobre el necesario ingreso de España en el Mercado Común.

Mientras yo escribía el libro me llegó un correveidile del director, Cebrián, para proponerme dejar el periódico voluntariamente a cambio de una colaboración semanal por dos años, a tanto el artículo. Acordándome de la papelera que recogía los papeles mojados con el sudor de mi frente, me negué. Recibí el despido, lo recurrí y el periódico de Polanco lo perdió. Yo también quería ser independiente.

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