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Mark Steyn

Adivina quién está tomando rehenes otra vez

La semana anterior, Irán capturó a catorce espías cerca de la frontera iraquí, de los que afirmaba que eran agentes de la Inteligencia británica y norteamericana equipados con dispositivos de vigilancia. Los "espías" en cuestión eran ardillas.

¿Qué piensa de los rehenes norteamericanos en Irán? No, no me refiero a aquellos tipos de los años 70 no, sino de los que están secuestrados ahora mismo. ¿Qué? ¿No ha oído hablar de ellos?

Qué raro, ¿verdad? Pero están allí. Por ejemplo, Haleh Esfandiari lleva dos meses ya detenida en la prisión de Evin, en Teherán. Esfandiari es ciudadana norteamericana y había viajado a Irán a visitar a su madre enferma. Es la directora del programa de estudios de Oriente Medio del Woodrow Wilson Center for International Scholars, que es el típico puesto que sirve para impresionar a los demás invitados en una cena oficial en Washington. Desafortunadamente, los mulás dicen que es una tapadera obvia para una espía de Bush.

Entre los demás agentes neocon-sionistas encarcelados en prisiones iraníes se encuentran un periodista norteamericano, un sociólogo norteamericano de un grupo de extrema izquierda financiado por Soros y un pacifista norteamericano procedente de Irvine, Alí Shakeri, cuya captura se dio a conocer poco después de que Estados Unidos e Irán celebrasen sus primeras conversaciones directas desde la crisis de los rehenes original.

Dos meses en una cárcel iraní no es ninguna diversión. Hace cuatro años, una fotógrafa de Montreal, Zahra Kazemi, fue detenida por la policía de Teherán y conducida a la prisión de Evin, donde acabó siendo interrogada hasta morir. Cuando fue capturada, el Gobierno canadiense hizo lo que aparentemente está haciendo ahora el Departamento de Estado: llevar el asunto discretamente, a bajo nivel, con suaves palabras en los oídos adecuados. Para cuando el hijo de Zahra Kazemi dio a conocer la historia, frustrado por la inefable ecuanimidad de su Gobierno, ya era demasiado tarde para su madre.

No obstante, al tener noticias de su fallecimiento, el entonces ministro de Exteriores canadiense Bill Graham expresó su "tristeza" y "pesar", que son palabras realmente duras. Pero es que, según decía Reuters, este triste y deplorable incidente había "estropeado las hasta entonces armoniosas relaciones entre Irán y Canadá". En sus pronunciamientos públicos, Graham daba la impresión de que lo que le provocaba más tristeza y pesar era que una de sus compatriotas hubiera tenido el lamentable gusto de ser torturada y asesinada en las primeras planas de los periódicos.

Con una cara aparentemente seria, Graham recitó a los reporteros el discurso oficial iraní de que su fallecimiento en la cárcel había sido un mero accidente. Al año siguiente, Shahram Azam, la médico que examinó el cadáver de Kazemi, huyó de Irán y dijo que le habían roto los dedos, la nariz, aplastado un dedo del pie y fracturado del cráneo; tenía contusiones abdominales masivas y lesiones internas consistentes con diversas formas de violación. Un accidente, sin duda.

Cuanto más tiempo mantengan secuestrados a los presos norteamericanos en Evin, más probable es que se topen con un accidente similar. Sería agradable pensar que la prensa ha ignorado a estos rehenes debido al temor de que hacerlo público pudiera empeorar su situación. (Hasta la fecha, solamente el National Review, Bill Bennett en su programa de radio y diversos valientes gurús de Internet han metido algún ruido.) O tal vez los medios se imaginan que mostrar a presos norteamericanos en televisión solamente subirá los niveles de popularidad de Bush de la tumba a la UVI. O tal vez simplemente no les importan los rehenes norteamericanos, no en comparación con las verdaderas noticias como las fiestas nocturnas del Senado dedicadas a bloquear el desbloqueo de una moción que propone votar a favor de votar contra una moción no vinculante sobre la mejor manera de rendirse en Irak.

Pero apuesto a que a los mulás no les importaría lo más mínimo si todo el mundo sacara a Haleh Esfandiari en sus primeras páginas todos los días. Sólo han transcurrido unos cuantos meses desde que secuestraran a un puñado de marineros británicos en aguas internacionales (un acto ilegal) y los mostrasen por la televisión iraní (en violación de la Convención de Ginebra), vistiendo a la única mujer del grupo con un atuendo islámico (otra violación).

Y Naciones Unidas y la Unión Europea y todos los demás árbitros transnacionales del orden global enviaron un mensaje firme: "Vaya, tíos, necesitáis calmar las cosas, desescalar, reducir la tensión". Pero, por algún motivo, lo mandaron al Gobierno británico, no a los iraníes. Y, con la humillación de los marineros publicada en todos los medios, la opinión pública británica se inclinó a estar de acuerdo. Casi al unísono, se levantaron y dijeron a Tony Blair: "Todo esto es por tu culpa por meternos en Irak".

¿Pero indignación contra Irán? No hubo.

Las ayatolás suponen que es así como se hacen las cosas con un mundo occidental complaciente y bien alimentado que sólo quiere ser dejado en paz y que esos fanáticos dejen de llamar la atención. Oficialmente, Irán está "negociando" con la Unión Europea su programa nuclear. Si esto fuera una negociación real, en lugar de una pseudo-negociación transnacional, los iraníes se preocuparían por impedir que cualquier factor que pudiera complicarlas entrase en escena. Pero todas las semanas exhiben alegremente nuevas provocaciones en la jeta de los panolis de la Unión Europea. De hecho, acaban de lapidar a unos cuantos tipos por adulterio y homosexualidad, dos actividades por las que los europeos tienen especial debilidad.

¿Pero por qué dejar que un par de lapidaciones descarrilen las negociaciones? Y, si los norteamericanos están tan ansiosos por tener un sitio en la mesa de negociaciones, ¿por qué no recordarles las reglas del juego? La semana pasada, los iraníes mostraron a sus rehenes norteamericanos en todas las televisiones haciéndoles confesar que estaban involucrados en operaciones de espionaje, señalando de paso al Woodrow Wilson Center y a George Soros como elementos clave de la conspiración para derrocar a los ayatolás . Ojalá.

La semana anterior, Irán capturó a catorce espías cerca de la frontera iraquí, de los que afirmaba que eran agentes de la Inteligencia británica y norteamericana equipados con dispositivos de vigilancia. Los "espías" en cuestión eran ardillas, esos pequeños animales peludos que se ponen tan protectores con sus frutos secos, como los demócratas con Soros. Estoy dispuesto a creer que un equipo de roedores de élite del Equipo Ninja de Ardillas Espía se introdujo en instalaciones claves de Irán y atacó a la Guardia Revolucionaria, pero no que los gobiernos norteamericano y británico tuvieran algo que ver con ello. Si tienen han recibido algún entrenamiento de la CIA o el MI6, deben ser ardillas abandonadas de los días de la Guerra Fría que se han vuelto salvajes.

En Estados Unidos, la opinión pública no está de humor para una guerra con Irán. En Washington, el Congreso está centrado en encontrar la manera políticamente más ventajosa de perder en Irak. En Europa ya han aceptado psicológicamente el paraguas nuclear iraní. En el mundo occidental, donde las conversaciones no son el medio para el fin sino un fin en sí mismo, nos es difícil aceptar que Irán diga una cosa y haga otra a pesar de las pruebas que ha presentado durante los últimos treinta años. Una vez que consiga la energía nuclear, ¿cree usted que habrá menos fatwas contra escritores, menos lapidaciones de homosexuales, menos secuestros en aguas internacionales, menos conversiones forzadas de rehenes norteamericanos o menos financiación a grupos terroristas de todo el mundo? Estos últimos rehenes forman parte de un patrón de comportamiento que ya tiene unas cuantas décadas a sus espaldas. Cuanto más tiempo pase sin que se le ponga freno, pero será.

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