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El ministro Peter Pan

No encontrará el lector una sola declaración de Bermejo sobre ETA que responda a criterios profesionales, que es lo que los españoles esperan de su ministro de Justicia. En vez de eso, revolotea sobre los problemas como si la cosa no fuese con él.

Uno de los problemas más graves del Gobierno de Zapatero es la carencia de madurez intelectual y política de demasiados de sus miembros. En determinados aspectos especialmente delicados, esta inmadurez brilla con luz propia y salta a los medios en forma de polémica. Es el caso del Ministerio de Justicia; la falta de interés de Fernández Bermejo por su cargo se muestra en la actitud ante la banda terrorista ETA, más proclive al escándalo que al trabajo y al rigor.

Hace unos días, en declaracionesa Gara, Arnaldo Otegi amenazaba en el estilo chulesco y matonil que le caracteriza: "Sólo un acuerdo político que devuelva e instale en Euskal Herria un marco democrático puede resolver este conflicto". Nada nuevo. ETA no pide la negociación, la exige. Y exige lo que ella entiende por negociación, es decir, la rendición del Estado. Esa es la lección más optimista que un socialista podrá extraer de sus últimos tratos con ETA, y más si de un ministro se trata.

Pues no. El ministro de Justicia, en uno de sus habituales esfuerzos por salir en los medios dando la nota, volvió a mostrarnos la medida de su capacidad para dirigir el frente judicial en la lucha antiterrorista. Si unas horas antes ETA exigía volver a negociar, Bermejo, oportuno él, lo confirmaba: "Siempre que se den las condiciones, cada Gobierno deberá volver a intentar la vía del diálogo", lo contrario "sería de una frivolidad fuera de toda norma". Y eso sí, culpando al PP y hablando mucho de sí mismo, denominándose ahora "ecléctico".

Es preocupante. Cada vez más, Bermejo muestra un perfil institucional más inmaduro. Hasta la fecha, no ha afrontado uno sólo de los problemas que aquejan a su ministerio, que son muchos e importantes, con ETA a la cabeza. En vez de eso, se dedica a alardear de su supuesto izquierdismo, que a los amenazados, a las víctimas y al PP les debe traer al fresco, pero con el que él parece obsesionado. Su ligereza política e intelectual a la hora de hablar de ETA le han convertido en el ministro Peter Pan del Gobierno; se ha convertido a sí mismo en el protagonista de un mundo de fantasía que nada tiene que ver con la realidad, pero en el que es feliz convirtiéndose a sí mismo en héroe antiderechista.

No encontrará el lector una sola declaración de Bermejo sobre ETA que responda a criterios profesionales, que es lo que los españoles esperan de su ministro de Justicia. En vez de eso, revolotea sobre los problemas como si la cosa no fuese con él. Parece obsesionado con que todos le consideren rojo, izquierdista y demás delicatessen ideológicas que tanto le gustan, pero de la gestión real de su cargo evita cuidadosamente dar cuenta.

En un mundo de fantasía, el ministro Peter Pan juega a ser revolucionario, a escapar de los problemas vía autopromoción ideológica y a no afrontar los retos que se le presentan. Por eso, leída la entrevista a Bermejo tras leer las amenazas gansteriles de Otegi, la desolación aumenta. El ministro resulta incapaz de comprender que los malos de esta historia son bastante más malos que lo que piensa, y que más allá del país de Nunca Jamás en el que él se mueve despreocupado existe un mundo real de amenazas y extorsión en el que ETA tiene la última palabra.

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