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Michelle Malkin

¿Nación santuario o nación soberana?

Es hora de que los norteamericanos de a pie salgan del anonimato y recuerden a Washington todos los días con palabras y hechos que somos una nación soberana, no una nación santuario. No más promesas. No hay necesidad de esperar a 2008. Hagámoslo ya.

¿Dará por fin la vuelta al debate sobre la aplicación de las leyes de inmigración el asesinato estilo ejecución de tres jóvenes estudiantes en Newark, New Jersey? ¿Abandonaremos de una vez el experimento letal, caótico y sin ley de la nación santuario y restableceremos el estatus perdido de Estados Unidos como nación soberana bajo el Estado de Derecho?

La muerte de seis hombres y mujeres inocentes y las lesiones a más de 1000 a manos de varios terroristas que entraron ilegalmente en Estados Unidos en el World Trade Center en 1993 no fue suficiente para convencer a los políticos de Nueva York y del resto del país de que debían poner fin a las políticas de asilo de inmigrantes ilegales.

La muerte de casi 3.000 hombres, mujeres y niños inocentes a manos de los jihadistas del 11 de Septiembre, que se aprovecharon de nuestras laxas políticas de entrada y cumplimiento de visados en el 2001 no fue suficiente.

La muerte de diez hombres y mujeres inocentes en la zona de Washington D.C. a manos de un francotirador extranjero ilegal y su mentor sediento de sangre en el 2002 no fue suficiente.

Pero ahora nos encontramos en plena precampaña electoral presidencial. Los oportunistas de las fronteras abiertas, ahora disfrazados de defensores de la aplicación de las leyes de inmigración, aseguran haber visto la luz. Desde que las noticias de la costa este no hacen más que hablar del inmigrante ilegal José Carranza y sus presuntos colaboradores de la Mara Salvatrucha, buscados por el brutal asesinato de Newark, a los políticos les falta tiempo para encontrar una cámara frente a la cual condenar las mismas políticas de asilo de inmigrantes ilegales que promovieron y toleraron durante décadas, políticas que llevo años denunciando en esta columna.

El candidato presidencial republicano John McCain, defensor de la "amnistía primero", ahora va pregonando que "primero hacer cumplir la ley". Y el aspirante presidencial republicano Rudy Giuliani ha prometido detener el flujo de inmigrantes ilegales hacia Estados Unidos. Está pergeñando, al parecer, un carnet de identidad "a prueba de falsificaciones" que incluiría las huellas digitales de todo el mundo que entre en el país, y una base central de datos para averiguar cuándo se van.

Lo que Rudy "recién caído del guindo" Giuliani no acaba de entender es que ya hay múltiples bases de datos que rastrean a los extranjeros promulgadas por la ley federal que aún tienen que ponerse en funcionamiento, integrarse y utilizarse por completo. El motivo de que no funcionen es que los lobbys de las fronteras abiertas las han saboteado restringiendo la financiación, se han opuesto a su funcionamiento por motivos de libertades civiles y han instado a los gobiernos locales y estatales a prohibir que los empleados públicos las consulten para verificar el estatus de ciudadanía. ¿Te suena esto de algo, Rudy?

El recién descubierto celo de Giuliani por la seguridad fronteriza está concebido para inutilizar las críticas de su rival Mitt Romney al historial pro-asilo de Giuliani como alcalde de Nueva York. Giuliani ha negado al más puro estilo Clinton que apoyase la política de convertir su ciudad en un santuario para inmigrantes ilegales, pero su historial es bien claro. Esa política fue creada en 1989 por el alcalde demócrata Ed Koch y mantenida por todos los que le sucedieron.

Cuando el Congreso aprobó las leyes de reforma de la inmigración que prohibían a los gobiernos locales impedir a los empleados cooperar con los servicios de inmigración, Giuliani presentó una demanda contra los federales en 1997. Fue rechazado por dos tribunales locales, que dictaminaron que la su orden equivalía a un trato especial hacia los extranjeros ilegales y que no eran otra cosa que un esfuerzo ilegal por socavar los esfuerzos federales de aplicar las leyes contra los inmigrantes ilegales. En enero de 2000, el Tribunal Supremo rechazó su apelación, pero Giuliani prometió ignorar la ley.

Hasta la fecha, la política de convertir Nueva York en una ciudad refugio para inmigrantes ilegales sigue en pie. El sucesor de Giuliani, Michael Bloomberg, reiteró hace bien poco la postura oficial de la ciudad de Nueva York: "Dejemos que vengan". ¿Se puede ser más insensible, arrogante y fuera de la realidad en un mundo post 11-S?

En Nueva York, Newark, Seattle, Portland, San Francisco, Los Ángeles, San Diego, Houston o Miami, los legisladores han adoptado esta actitud de dejarse llevar con respecto a los inmigrantes que cruzan ilegalmente las fronteras, los que tienen caducados sus visados y los prófugos que intentan evitar ser deportados: "Dejemos que vengan".

Pero como consecuencia de los asesinatos de Newark y la puesta de largo de las bandas de criminales de inmigrantes ilegales, el alcalde de Newark, Cory Booker, profirió un nuevo grito de guerra: "Saquen este mal de mi ciudad". Pero eso no sucederá sin un compromiso manifiesto de cooperación con los federales en la puesta en práctica de las leyes de inmigración y deportar antes que nada a los criminales extranjeros violentos y peligrosos.

Hace algunas semanas, creé la página web Deport Them Now! Casi 8.000 voluntarios se han registrado para hacer que sus voces se escuchen. Nuestras principales prioridades serán presionar por la adopción de un programa conocido como 287(g) para identificar a los extranjeros ilegales criminales en tantas ciudades como sea posible; revocar las leyes tipo "no pregunte-no diga nada"; y apoyar a legisladores como el concejal de Newark Ron C. Rice, que está presionando a favor de una resolución para coordinar los esfuerzos entre las agencias de la ley cuando un inmigrante ilegal es acusado de un crimen, y Richard Merkt, representante republicano en la Asamblea Legislativa de New Jersey, que propuso prohibir a los funcionarios de prisiones liberar a los inmigrantes ilegales, obligándoles a remitirlos a las autoridades federales.

Es hora de que los norteamericanos de a pie salgan del anonimato y recuerden a Washington todos los días con palabras y hechos que somos una nación soberana, no una nación santuario. No más promesas. No hay necesidad de esperar a 2008. Hagámoslo ya.

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