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Juan Carlos Girauta

Analogías incendiarias

Si me fuera dado aconsejar a Rajoy, y aun al monarca, esta sería mi recomendación: no teman a los críticos cabales y guárdense de los amigos espinosos; la zarza, lejos.

Con todo derecho, intelectuales y periodistas critican la institución monárquica o reprochan ciertos actos y omisiones a Juan Carlos I. Faltaría más que no se pudiera ser republicano, o propugnar una abdicación, u ofrecer a lectores y oyentes informaciones de interés público que tocan a la Casa Real. Todo eso se puede hacer dando la cara y la firma, en libros y artículos, en radio y en televisión. Negarlo es tanto como negar la democracia y la libertad.

Pero comparar lo anterior con la quema de imágenes invertidas del Rey, cuya explícita intención es herir a la nación para mejor partirla en pedacitos, es estulticia o canallada. O ambas cosas. El pionero de esta modalidad de la analogía incendiaria, el primero en empuñar el insostenible símil fue, como sabemos, el discreto I. Gabilondo. Debió de parecerle una forma como otra cualquiera de poner a la defensiva a comunicadores que no sólo compiten en las marcas que les amparan sino, sobre todo, en los postulados ideológicos que sostienen.

Hasta una tertuliana de la COPE usó los micrófonos de su cadena con similar fin: "Desde estos micrófonos se dice del Rey que tal y que cual...". Si tanto le asquean los micros de la calle Alfonso XI, no tiene más que levantar su trasero y salir del estudio. Con todo, la tertuliana es una histórica socialista afelipada que profesa la fe del carbonero. Nada serio. Lo más alucinante habría de llegar después, bajo la batuta del genio que ha hundido el que un día fue gran periódico de la derecha.

No contento con granjearse la desafección de decenas de miles de lectores, no satisfecho con la hemorragia financiera que ha ocasionado a su empresa, el prescindible director, cuyo middle name merecería ser "Venganza", se ha subido al símil incendiario de I. Gabilondo... desde las trincheras de la derecha. A ver si mientras arrea un par de mandobles a los intelectuales que pueblan sus pesadillas, alcanza otros tres objetivos: 1) Romper el principal activo de la España del PP: su cohesión (con todos los matices, discrepancias y tirrias que se quiera, pero, a poder ser, sin dagas bajo la manga). 2) Perjudicar las posibilidades electorales de Rajoy; bien está que ganen los de uno –se dice el prescindible– siempre que sean eso: de uno. 3) Quitar hierro a los crímenes que una muchedumbre delincuente de separatistas de todo pelaje comete a diario impunemente, con creciente entusiasmo, ante la apacible y vacuna mirada de Zapatero.

Si me fuera dado aconsejar a Rajoy, y aun al monarca, esta sería mi recomendación: no teman a los críticos cabales y guárdense de los amigos espinosos; la zarza, lejos.

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