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José Vilas Nogueira

De la dificultad de juzgar el crimen político

Aunque Pedro J. tiene razón, sugeriría yo mayor benevolencia o, si se quiere, mayor realismo. Es muy difícil que los tribunales hagan plena justicia respecto de los crímenes políticos. Por eso es tan importante en estos casos la investigación periodística

No suelo leer las dominicales cartas del director de El Mundo. Y no es que no les atribuya mérito. Es sólo pereza; son tan largas. Pero hoy hice una excepción. El título del artículo y, sobre todo, la ilustración indicaban que Pedro J. Ramírez trataba de la sentencia recaída en el juicio sobre los atentados del 11-M. Y Salomón partió el bebé, seguramente como las precedentes cartas de su autor, es un excelente artículo, en el que una corriente de sutil ironía acaba por socavar el significado inicial. El escritor centra su atención en el presidente del Tribunal. En halagadora comparación, Gómez Bermúdez, como Salomón, habría pedido al Señor un corazón prudente para discernir entre el bien y el mal, y, como a Salomón, el Señor se lo habría concedido. Pero Pedro J., como si estuviese acuciado de rigor de erudito, agota la cita del Primer Libro de los Reyes (3.12): este don divino no es susceptible de reiteración. Gómez Bermúdez parece, o quizá pretende, ser Salomón, pero no puede serlo.

Afortunadamente, no parece imprescindible ser tan prudente como Salomón para emitir sentencias justas. Cualquier Salomón analógico, y más conociendo el precedente que relata el Libro, sabe que es mala solución partir un bebé en dos, pero que la amenaza de hacerlo es excelente estrategia para descubrir a cuál de los litigantes asiste la razón. Sin embargo, por esos raros extravíos de la evolución de los significados, nuestra habitual expresión "juicio salomónico" enmienda la historia bíblica, como si el Rey hubiese, de verdad, ordenado y permitido la partición del niño. Así, esta expresión en lugar de designar la sentencia prudente que hace honor a la justicia, identifica la sentencia cómoda que, mediante un compromiso, "promedia" justicia e injusticia.

Por ello Pedro J. protesta contra la pertinencia de calificar como "sentencia salomónica" el fallo de la Audiencia Nacional. Gómez Bermúdez no es Salomón; ni siquiera ha juzgado como un Salomón analógico. Y, sin embargo –dice el autor–, Gómez Bermúdez es un hombre honrado, Alfonso Guevara es un hombre honrado, García Nicolás es un hombre honrado. Ramírez no lo dice, pero son las mismas palabras que utiliza Marco Antonio, en la tragedia de Shakespeare, para calificar a los asesinos de César, ante sus despojos aun sangrantes. Por tanto, no se ha tratado de un negocio de justicia, sino de "salvación de la república".

Pero también estos negocios pueden resolverse más o menos prudentemente, más o menos gallardamente. No ha sido este el caso, según Ramírez. La última parte de su artículo rebaja ostensiblemente el estándar literario precedente. Tras enumerar las inconsistencias lógicas de la sentencia, Gómez Bermúdez ya no es comparado a Salomón, sino a Messi y Robinho ("tiene más cintura que los dos juntos"), a Pilatos ("abúlica encarnación de Poncio Pilatos"), a Yul Brinner (a propósito de la película Salomón y la reina de Saba). La conclusión es terrible: mientras Gómez Bermúdez "ajusta sus cuentas ante el espejo, nosotros debemos comenzar a ocuparnos de cómo mantener con vida esta media criatura que ha tenido a bien entregarnos").

Aunque Pedro J. Ramírez tiene razón, sugeriría yo mayor benevolencia o, si se quiere, mayor realismo. Es muy difícil que los tribunales hagan plena justicia respecto de los crímenes políticos. Por eso es tan importante en estos casos la investigación periodística. Resulta plausible pensar que sin el benemérito trabajo llevado a cabo por algunos periodistas de El Mundo y de Libertad Digital la sentencia habría sido todavía menos satisfactoria. Deo juvante, la prosecución de estas investigaciones puede arrojar alguna luz adicional sobre lo que, de verdad, pasó. No hay nada que indigne más a los socialistas y a sus medios informativos; o padecen fotofobia (y deberían buscar diagnóstico para curarse el mal) o temen la verdad (¿por qué?).

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