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Luis Hernández Arroyo

El origen de la moral económica

Si un código moral vigente ha enseñado o enseña a odiar la riqueza y a los ricos –como sucede con la inmensa mayoría de las religiones y culturas que se derivan–, la economía será poco productiva y estancada.

Todo lo que hacemos en la vida está sancionado por un código interno que dice que eso es "bueno", "indiferente" o "malo"; un código automatizado en el que generalmente no pensamos. El origen de ese código es en parte biológico y en parte cultural, generalmente religioso. Pero si esta costumbre ha persistido a lo largo de los siglos es porque dentro llevamos un juzgador de nosotros mismos y de los demás. Ahora bien, ese juez no es objetivo: es conmiserativo con un mismo y algo despiadado con los demás. Es decir, nacemos con un impulso o sentimiento moral, como sagazmente observó Adam Smith. Pero ese impulso necesita una información exterior que lo encauce hacia una actitud social. Esa información tampoco es objetiva, por mucho que se empeñen filósofos y místicos. Y no porque no exista una verdad absoluta, sino porque esa información la recibimos, ineludiblemente, de manera subjetiva a través de nuestros antecesores cuando somos niños. Como dice Greenspan en su ensayo autobiográfico, "por cultura entiendo los valores compartidos por los miembros de la sociedad que son inculcados en las edades tempranas y que informan todos los aspectos de la vida".

Es más determinante la forma en que se transmiten esos valores que su hipotético origen más o menos mítico, pues en cada generación se producen suaves deslizamientos que poco a poco, al cabo de tiempo, van cambiando el énfasis de la jerarquía de valores, aunque durante siglos se mantiene una fidelidad con el origen. También es importante el influjo de los poderes, que pueden forzarse en proteger determinados aspectos o torcer el curso secular en un sentido u otro. (Ahora, en España, tenemos un ejemplo claro de intento de forzar el curso natural, de eliminar referencias morales y sustituirlas por otras.)

La acción económica no escapa a esta ley humana. Se nos ha querido inculcar una visión a-histórica, en la que la acción económica es una consecuencia de la razón por encima de todo lo demás. Pero la observación de la historia demuestra que sobre la razón está, siempre, el código moral. Si un código moral vigente ha enseñado o enseña a odiar la riqueza y a los ricos –como sucede con la inmensa mayoría de las religiones y culturas que se derivan–, la economía, si no hay influencia exterior de otras culturas, será poco productiva y estancada. Y no sólo la economía, sino la libertad.

La primera sociedad no estamental y defensora de la libertad por consenso constantemente renovado es la de EEUU. El origen de esta primacía moral es el protestantismo que llevaron allí los colonos que huían de las persecuciones religiosas europeas. En su lucha por sobrevivir a la persecución que sufrieron, aprendieron a defender orgullosamente la libertad de conciencia y la propiedad como defensa contra el abuso del poderoso. Con ellos llevaban también el germen de algo que luego adquirió gran importancia: lo que Skinner llama la "adiáfora", o amplia zona de acciones que son indiferentes moralmente, pues no hacen daño a nadie y es difícil que el hombre sepa o no si caen bajo la mirada e Dios.

Si no hubiera sido por ese brote de civismo moderno en tierras lejanas, la evolución de Europa hacia una sociedad civil, moderna y libre, hubiera sido probablemente más lenta y violenta. No fue la Ilustración la que nos enseñó el camino de liberación. Eso lo sabía Adam Smith, que en su libro La riqueza de las naciones reconocía que "los colonos son más libres que los habitantes de su madre patria".

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