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Juan Carlos Girauta

Vuelta al caciquismo y al esperpento

Se mire como se mire, prometer 400 del ala por barba, a cargo del erario y a seis semanas de las elecciones, es una cacicada. O antes se cobraron de más o ahora se cobrarán de menos. En cualquiera de los dos casos hay un culpable y se llama Rodríguez.

Se mire como se mire, prometer 400 del ala por barba, a cargo del erario y a seis semanas de las elecciones, es una cacicada. O antes se cobraron de más o ahora se cobrarán de menos. En cualquiera de los dos casos hay un culpable y se llama Rodríguez. Por sus prácticas, heredero directo del abuso despótico de la peor Restauración, como ha denunciado, afilado y oportuno, José María Aznar, que lleva unos meses estupendo.

El ex presidente ha hermanado a la tropa de este PSOE posmoderno con Romero Robledo, en cuyo cortijo de Antequera, El Romeral, se reunía la crema del régimen, Alfonso XIII incluido. Azorín se ocupó de aquel escenario en El Imparcial: "La casa del Romeral es vasta, sencilla, campesina; hay en ella una parte moderna, en que habitan los dueños; otra antigua, en que habitan los jornaleros."

Decididamente, al desempolvar nombres caciquiles Aznar se ha marcado un tanto. Y ha humillado, por contraste, a la clase política italiana: no hay ninguna necesidad de lanzar gargajos al adversario cuando le puedes inducir el sofoco y el desmayo con apellidos ilustres. El efecto es más lento porque Caldera y Blanco tienen que informarse primero de quién era Robledo. O Romanones, que también ha salido.

Para más inri, les ha llamado "antiguos socialistas y antiguos españoles". Hay que reivindicar al español antiguo frente al antiguo español. El primero fulmina con citas, nombres de próceres o retratos letales a vuelapluma entre glosa y glosa de Isaiah Berlin. El segundo es un atracador de la modalidad vendepatrias que camufla sus estragos con palabrería progre, pensamiento débil y discurso de todo a cien: ciudadanos y ciudadanas del Estado español, y cosas así.

Igualados con Romanones, los socialistas no sólo quedan enmarcados con honores en la mejor tradición del latrocinio político y de la estúpida traición a las instituciones (Romanones es, con el almirante Aznar o Sánchez Guerra, uno de los desleales que sirve la victoria a los republicanos tras las elecciones municipales del 31: "Nada, señores. El resultado de la elección no puede ser más deplorable para nosotros, los monárquicos" – les suelta rendido a los reporteros); también se sitúan en el esperpento:

Max: ¡Pareces hermana de Romanones!
La Pisa Bien: ¡Quién tuviera los miles de ese pirante!
Don Latino: ¡Con sólo la renta de un día, yo me contentaba!

(Luces de Bohemia)

 

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