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EDITORIAL

Menos simpatía y más pundonor

Europa gira, y no precisamente a la izquierda o hacia el centrismo más o menos vano, sino hacia una derecha en la que el consenso intervencionista y el apaciguamiento exterior ceden ante las ideas y políticas de origen liberal

Mientras algunos medios de comunicación y varios altos cargos del Partido Popular se afanan en promover una derecha "moderna", "europea" y "simpática", es decir, más cercana al PSOE, lo cierto es que el centro-derecha europeo camina por senderos bien diferentes a los que algunos proponen.

En los últimos dos años, las elecciones celebradas en Dinamarca, Suecia, Finlandia, Holanda, Grecia, Alemania, Francia, Polonia e Italia se han saldado con la victoria de distintas formaciones no izquierdistas y el aumento de la representación de los partidos y tendencias de corte liberal comprometidos con una reducción real del intervencionismo del Estado. Contrarias a los llamados derechos colectivos, al multiculturalismo y al paternalismo estatal, sea económico o de otro tipo, estas formaciones políticas han basado su éxito en la captación del voto joven y de los profesionales por cuenta ajena, tanto de origen nacional como inmigrante.

Sea en solitario o como parte de gobiernos de coalición, estos partidos, que según los casos pertenecen a la Internacional Liberal o a la Centrista, se caracterizan por un lenguaje y estilo claros y directos, que no tienen por qué resultar agrios ni groseros (a veces es justo lo contrario). Además, lejos de haber descafeinado sus propuestas, algunas han sido adoptadas no sólo en la derecha, sino también por algunos socialdemócratas.

A este respecto, resulta cuanto menos chocante que en España esta línea política sea rechazada y denostada por la actual dirigencia del PP, cuyos planes de "reforzamiento del mensaje" y de coherencia expuestos por Soraya Sáenz de Santamaría van precisamente en la dirección contraria a la seguida por la mayoría de los partidos de centro y de derecha europeos. Una desafortunada excepcionalidad de dudosos réditos electorales.

La diversidad de las culturas políticas de las naciones europeas hace difícil cualquier generalización. Asimismo, a menudo una tendencia es rápidamente contrarrestada por otra inversa de igual fuerza. Sin embargo, cada día es más evidente que Europa gira, y no precisamente a la izquierda o hacia el centro más o menos vano, sino hacia una derecha en la que el consenso intervencionista y el apaciguamiento exterior ceden ante las ideas y políticas de origen liberal. Por su parte, la izquierda aparece cada vez más dividida entre una socialdemocracia desorientada y diversos grupos extremistas que nacen de la frustración provocada por las falsas promesas del Estado social europeo y la resistencia a la globalización.

El triunfo del Partido Conservador en las elecciones locales de Inglaterra, Gales y la ciudad de Londres y el paralelo hundimiento del Nuevo Laborismo tras unas nefastas políticas económica, social y de seguridad en los últimos años, unidos al desfondamiento y a las querellas internas del socialismo alemán, pronostican que en los próximos años al menos estos dos países también dirán adiós a la izquierda en sus gobiernos. En el primer caso, es muy probable que David Cameron lidere una sólida mayoría conservadora que, a pesar de sus guiños progresistas, ha mantenido un discurso coherente con el principio de la libertad económica y adoptado una actitud muy crítica frente al multiculturalismo. En Alemania, las encuestas auguran un Gobierno de democristianos y liberales que desalojará del poder a los socialdemócratas que forman parte del actual Gobierno de coalición de Angela Merkel.

Así las cosas, la situación española no deja de ser anómala. Son varios los factores que explican este fenómeno, pero entre ellos existe uno que el Partido Popular parece querer olvidar: la valentía. Quizá si la derecha española, perfectamente homologable a la del resto de Europa, perdiera el miedo a explicar por sí misma sus posturas y a defender sin tutelas pseudo-izquierdistas una auténtica alternativa al socialismo, tal vez algunos electores también dejarían de sentirlo.

En España

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