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Álvaro Vermoet Hidalgo

Un liderazgo para el Partido Popular

Lo que el PP necesita, si tiene remedio su conversión a una coalición de partidos autonómicos, es un liderazgo nacional fuerte que, ante la crisis que se avecina, pueda generar confianza e ilusión.

Durante la pasada legislatura, la izquierda político-mediática ha logrado estigmatizar definitivamente al Partido Popular, alimentando el odio hacia el PP en ciertas partes de España y en ciertas capas de la población, y logrando transmitir de éste una imagen de nasty party, partido antipático, que el PP no ha sabido combatir. En realidad, el PP ha defendido en esa legislatura los mismos principios que le llevaron a la mayoría absoluta, en el año 2000. A la creación de un frente anti-PP por parte del Gobierno socialista, los nacionalistas y la mayoría de los medios de comunicación se le ha unido la incapacidad de la derecha para transmitir un proyecto nuevo a la sociedad. Durante toda la legislatura, el PP ha ido a ronzal de las iniciativas gubernamentales y, por muy justificada que haya sido su oposición, no ha logrado que sus propuestas, sus proyectos y sus candidatos centraran el debate político.

Hubo una excepción respecto a este "seguidismo", no ideológico pero sí funcional, que fue la propuesta de un "contrato de integración" y de las novedosas reformas respecto al papel de la inmigración en nuestro mercado laboral. Ahí el PP sí llevó la iniciativa y el respaldo popular superó el desesperado intento de la izquierda de considerar xenófoba la propuesta (hasta El País reconoció que el 60% de la población apoyaría la medida). Sonó a algo nuevo e ilusionante, como sucedió con el discurso educativo que el líder de la derecha utilizó ya al final de la legislatura, y que reivindicaba el esfuerzo y el mérito.

El problema es que no fue suficiente; fue un destello de innovación dentro de cuatro años de oposición sin un proyecto nuevo que ofrecer y, seamos sinceros, sonaba más a plagio del discurso de Nicolás Sarkozy, que sí logró refundar una nueva derecha que ilusionó a Francia, que a Mariano Rajoy. La prueba es el nuevo rumbo que se vislumbra en el PP y que, lejos de corregir la falta de iniciativa del pasado, presenta una oposición más suave, que pase más inadvertida, con la idea de renunciar a la defensa de los principios del PP a cambio de una mayor abstención en poblaciones hostiles. Estrategia ésta que hace prever una nueva derrota en el 2012.

La clave para un apoyo mayoritario al PP no la va a tener la crisis económica; si ésta no logró echar a González en el 93 no creo que lo logre ahora, con un "frente político-mediático" que gobierna España y que mantiene aislado al PP en algunas comunidades autónomas. La clave está en que Zapatero carece por completo de un proyecto. Puede conseguir muchos votos en Cataluña, en Andalucía, entre los jóvenes, o lo que se quiera decir, apelando a tópicos, a lugares comunes, a miedos infundados o a sentimientos regionalistas. Pero salvo un Tribunal Constitucional que bendiga el nuevo régimen, un nuevo Estatuto vasco que vaya más allá que el catalán, una nueva negociación con ETA o algún nuevo ridículo en política internacional, no hay detrás un proyecto, un programa o tan siquiera una idea. Sólo tópicos progres, frases solemnes y campanudas y una inexorable precipitación hacia una España territorializada donde se llama radicales a los que defienden la Constitución y dialogantes a quienes se adaptan a esto que llaman la "segunda transición".

El PP no se ha dedicado a generar ideas estos últimos años, pero por suerte hay think-tanks, laboratorios de ideas a lo americano, que sí se han dedicado a ello, dentro o fuera del PP. Como ejemplo, puedo citar a la Fundación FAES, a la Fundación Concordia, a Libertad Digital, a La Ilustración Liberal, a DENAES, al Instituto Juan de Mariana, al Foro de Ermua o a la Unión Democrática de Estudiantes. Incluso en una legislatura en que cuestiones como el Estatuto catalán, la negociación con ETA, la Alianza de Civilizaciones, el matrimonio homosexual o la Memoria Histórica han hecho difícil que la oposición tenga un espacio propio para presentar su alternativa, no ha habido un liderazgo suficientemente fuerte en el PP. Propondré dos ejemplos.

Si el Estatuto catalán se trataba, como dijo el PP, de una reforma encubierta del régimen nacional, la respuesta debía ser nacional. Ello no implica simplemente que el PP hubiera necesitado una dirección nacional fuerte que impidiera a Arenas, Camps, etc., aprobar nuevos estatutos que dieran a los citados barones los mismos poderes que se estaba dando a Cataluña, contribuyendo así a una centrifugación asimétrica del poder, sino que debería haber combatido el proyecto de fondo de Zapatero y los nacionalistas con un programa auténticamente nacional.

Si se hubiera escuchado a Esperanza Aguirre, a Jaime Mayor Oreja o a Alejo Vidal-Quadras y se hubiera planteado una alternativa clara al proyecto de Zapatero, no habría hecho falta sumarse a la nueva horneada de estatutos para parecer que se hace algo más que criticar al Gobierno. Me estoy refiriendo a plantear de verdad, o sea, en voz alta, desde el principio de la legislatura y creyéndoselo, una reforma en profundidad de la Constitución, que subsane los problemas de fondo que han permitido llevar a España a esta "segunda transición" sin el consenso de más de la mitad de la población.

Sé que Vidal-Quadras elaboró una propuesta bien estudiada al respecto, pero sólo por resumir, debería cerrarse en un acuerdo nacional, constitucional y simétrico sobre qué competencias tiene la Administración en cada nivel territorial para que el Estado no pueda seguir centrifugándose con cada nueva mayoría relativa, qué derechos individuales se van a garantizar en toda España (como estudiar en castellano, se me ocurre), cómo garantizar la independencia del Poder Judicial y del control constitucional y cómo organizar la representación popular para que partidos mayoritarios en sus circunscripciones, donde copan el poder territorial, pero minoritarios a nivel nacional no ejerzan también de bisagras en las Cortes. Y se le podría haber llamado perfectamente Estado federal.

En lo que se refiere al matrimonio homosexual, si el PP es un partido que defiende los derechos civiles, su posición ante la reforma del Código Civil no puede ser votar que no en el Congreso, vetarla en el Senado, recurrirla ante el Tribunal Constitucional y decir que todo eso se hace por el nombre "matrimonio". Más fácil no se lo podían poner a la izquierda para utilizar a los homosexuales para aislar al PP y mostrarlo como ese partido antipático al que no le gustan el divorcio, los homosexuales o las minifaldas. Lo que hubiera tenido sentido habría sido plantear que en una democracia liberal el Estado no puede censurar las relaciones de personas adultas, pero que tampoco tiene por qué dedicarse a bendecir unas u otras uniones legislando sobre cuáles son "matrimonio" y cuáles no.

Lo relevante es que los ciudadanos tengan derecho a hacer un contrato libremente que afecte a su régimen de convivencia y a que de éste surjan efectos jurídicos reconocidos. El PP podría haber propuesto que el Registro Civil inscribiera los contratos que realicen las personas adultas respecto a su régimen económico y fiscal sin plantearse si eso es o no un matrimonio. Esta solución ni obliga a los católicos a llamar "matrimonio" a las uniones de personas del mismo sexo, como sí hace la Ley de Zapatero, que parte de la idea de un Estado regulador de la moral, ni crea dos categorías jurídicas civiles cerradas para cada uno de los tipos de uniones.

Así, se hubiera puesto en evidencia el fundamentalismo estatalista y laicista de quienes quieren que el Estado oficie bautizos civiles, bodas civiles o entierros civiles. Porque ésta es la crítica fundamental a Zapatero: no que haya garantizado unos derechos civiles, sino que legisle sobre cuestiones ideológicas, ya sea sobre qué debe ser matrimonio, qué es la igualdad, qué es un buen ciudadano o cuál es la verdad histórica, todo ello con el fin de marginar a una parte de la sociedad española a la cual representa el Partido Popular. De ahí que todas estas leyes ideológicas tengan una asignatura obligatoria para su publicidad. El PP, que torpemente ha tratado de defender la neutralidad ideológica del Estado y la libertad de enseñanza, es presentado como un partido que está contra los homosexuales y en contra de la educación pública.

Si se hubieran dado las batallas de fondo, aun habiendo perdido las elecciones, el PP no tendría que cuestionar su alma. Lo que el PP necesita, si tiene remedio su conversión a una coalición de partidos autonómicos, es un liderazgo nacional fuerte que, ante la crisis que se avecina, pueda generar confianza e ilusión. Una crisis de confianza es precisamente lo que hizo que los británicos confiaran en Margaret Thatcher en los años 80, que hizo una transición que luego continuó Blair, que ahora está haciendo Sarkozy y que en España sigue pendiente. Lo que tiene que ofrecer el PP es un proyecto político distinto, original y propio. Un proyecto al que merezca la pena votar.

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