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Luis Hernández Arroyo

Los que aquí entráis, dejad toda esperanza

A todo esto, el mantra del ecologismo se extiende a instituciones como los bancos centrales, que no sé qué tienen que rascar, pero que publican ya su contribución a la "política monetaria ecológicamente sostenible".

Las cosas no sólo están descentradas en España; el mundo se ha salido de su eje, mientras que los mandamases simulan que tienen todo controlado y que hay solución para cada problema. Mentira: hay problemas que no tienen solución, y por ello las cosas no están bajo el control de nadie. Lo que es peor: gran parte del caos existente, del conflicto de objetivos y de la incompatibilidad de soluciones se debe a la injerencia de los poderes mundiales, que ahora, para nuestra desgracia, quieren actuar al unísono, cuando lo bueno de la globalización era la descentralización de decisiones.

Pero la especie tiene querencia a la centralidad, a la ilusión de que si el mundo se ensancha, el poder también. Hay una fuerte demanda mundial para que la globalización sea "controlada" y suavizada. Y a ello se han puesto los organismos e instituciones mundiales, que si no han reforzado su poder real, han ampliado su influencia.

Paradójicamente, por ello se han generado los problemas más importantes de hoy, como el de la alimentación (o más bien la falta de), que amenaza con echar a la hambruna a cien millones de seres humanos. Esto hay que decirlo en voz baja, claro, porque es incorrectamente político. Pero la desviación de millones de hectáreas de cultivo de la producción de cereales y forrajes hacia biodiesel funesto ha sido la causa de que los alimentos estén por las nubes –y no el aumento de la demanda de China, que lleva años aumentando y que, además, es autosuficiente–; los países ricos sentirán escaseces, pero los países pobres que habían dejado atrás las hambrunas, volverán desgraciadamente a sentir la mordedura. ¿A quién pedirán responsabilidades? ¿A los pomposos gobiernos del G-8, que sigue con la cantinela del medio ambiente como si nada fuera con ellos?

Echemos un vistazo a la declaración del G-8 de mayo en Kobe, Japón (dónde no se habrán privado de comer buenos chuletones del exquisito y famoso buey, mientras echarían alguna fugaz lagrimita de cocodrilo por los niños panzudos de África). Esa lectura nos adormecerá con expresiones como "conservación de la prístina naturaleza" (sic) o "uso sostenible de la biodiversidad" (sic), pero no hay nada sobre el problema energético, ni sobre el más acuciante del hambre. Curioso, pero me recuerdan a Nerón tocando el arpa mientras ardía Roma.

Ahora vayamos a los hechos: hay un artículo de Kavitha Cherian Chills from Global Warming?, que resume toda la información y documentación sobre los efectos de la intervención de los poderes en los mercados de materias primas en aras de la diversidad. La producción de un galón biodiesel exige el uso de 1700 galones de agua; se necesita un inversión de 459 libras para llenar un deposito (la diferencia entre este coste y el precio base de un galón de gasolina es la rica subvención). Y todo esto, ¿qué ahorro energético convencional consigue? Pues, por ejemplo, en EEUU, un 3% de la producción petrolífera.

Ejemplos de "malversación" de recursos como el anterior hay muchos. Todo este desastre lo ha movilizado la maquinaria burocrática de la subvención, que en tiempos de hoy es potentísima, pues tiene dinero –gracias a décadas de economía productiva– para decir: "hágase", y que se cumpla... el desastre. Estamos despilfarrando nuestro capital más preciado, que es el know-how, saber hacer las cosas de manera eficiente gracias a la descentralización de las decisiones: eso que se llama mercado y que según Zapatero tiene la culpa de la crisis (sic). Gracias al mercado –no muy libre, pero mercado– había, hasta el año pasado, producción de alimentos, y existencias acumuladas con las que atender una crisis: ya no hay nada. Los países productores, por primera vez en décadas, han penalizado –o prohibido– las exportaciones, lo que hace subir más los precios.

Por lo tanto, esto es una crisis de oferta provocada que, a su vez, ha esterilizado completamente la política monetaria que se necesitaba para hacer frente a la gravísima crisis financiera. Como hemos visto en el texto del G-8, no parece que los gobiernos vayan a rectificar pronto. A todo esto, el mantra del ecologismo se extiende a instituciones como los bancos centrales, que no sé qué tienen que rascar, pero que publican ya su contribución a la "política monetaria ecológicamente sostenible".

¿Crisis de valores o, al menos, de criterios? ¿De liderazgo? No se sabe muy bien por qué, pero el tema medioambiental se ha convertido en un agujero negro que atrae sin remedio las voluntades. En todo caso, esto nos ha puesto ante problemas muy serios, además de contradictorios, con remedios incompatibles que se esterilizan mutuamente, por culpa de poderes que quieren un ámbito mundial de acción. ¿Será ese vértigo el origen del desconcierto?

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