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Coartada para la crisis

Estas medidas evocan esos planes socialistas que tantos resultados estrepitosos cosecharon en los sesenta en China o la URSS, cuando se actuaba con ánimo de modificar indicadores y no de mejorar el conjunto.

Las medidas de ahorro energético propuestas por el Gobierno no sólo son equivocadas, sino que demuestran dos cosas. Primero, su voluntad de desplazar el debate político a asuntos secundarios y artificialmente generados. Y segundo, y sobre todo, incrementar la capacidad normativa del Estado para inmiscuirse en las costumbres y usos habituales de los ciudadanos.

Es realmente sorprendente y paradójico que el Gobierno que nos impone por decreto una precariedad energética y una penalización en el consumo, sea el mismo que se ha negado a aplicar esos principios de austeridad y ahorro en el ámbito económico y financiero durante los últimos cuatro años, cuando el gasto público ha crecido por encima del PIB. El Gobierno con el que se vuelve al déficit público pide ahora el ahorro energético. Lo que no le vale para él, se lo aplica a los ciudadanos. Lo que hace el ejecutivo de Zapatero es dar otra vuelta de tuerca a la libertad personal en beneficio de una mayor capacidad del Estado

Por otra parte, en el contexto actual de la economía española hablar de ahorro energético parece cuando menos inapropiado. La merma de la renta disponible, el descenso de la actividad económica y el aumento de los precios de los hidrocarburos o de la tarifa eléctrica, ya están obligando a los ciudadanos a apretarse el cinturón y, por supuesto y como consecuencia, a consumir menos energía.

Sebastián realiza un ejercicio de manipulación política para disfrazar la crisis y la inexistente política económica de ésta y la pasada legislatura. Sus medidas son la coartada para la crisis: siempre podrá decir que al menos se ha reducido el consumo energético. Con crisis se viajará menos en coche o en avión y Sebastián podrá decir que se gasta menos luz en las oficinas y que se trabajará menos y se emitirá menos CO2 porque la producción industrial habrá descendido. Una España más pobre gastará menos. La idea feliz del Gobierno no es algo positivo y "ecológico", sino que esconde el calculado objetivo político de esconder los verdaderos problemas económicos.

La idea es que los españoles descubramos sorprendentemente que pueden cumplirse objetivos en medio de la mayor crisis económica de los últimos años: la productividad aumentará como consecuencia de la subida del paro, el parón inmobiliario eliminará la subida de los precios de los pisos, y ahora lo último: el descenso de la economía supondrá nada más y nada menos que consumamos menos luz. Y esto se va a vender como algo bueno. En estas están Sebastián, Solbes y Zapatero.

Estas medidas evocan esos planes socialistas que tantos resultados estrepitosos cosecharon en los sesenta en China o la URSS, cuando se actuaba con ánimo de modificar indicadores y no de mejorar el conjunto. El Gobierno dice que hay que consumir menos energía, pero el resultado será claro: penalización de la actividad económica en tiempo de crisis y un todavía menor consumo. Y por consiguiente más paro y más crisis. Eso sí, menor consumo energético.

Si de verdad se desea plantear un debate energético, este debe comenzar por una facilitación de la oferta y por la búsqueda de la eficiencia sin dar lugar a la invasión gubernamental de los hábitos de los ciudadanos. Que en el siglo XXI, en un contexto mundial de creciente competitividad, se hable de reducir los límites de velocidad en las carreteras para ahorrar energía es simplemente ridículo, y significaría la exigencia de dimisión del ocurrente ministro. ¿Y por qué no prohibir los coches y poner sólo autobuses o trasportes colectivos? ¿Por qué no fijar las horas de encendido y apagado de las bombillas? Con Sebastián y Zapatero esto empieza a parecer el otro lado del telón de acero.

España necesita una política energética racional: somos el país más ineficiente en términos energéticos de la UE, y el más dependiente del petróleo. Sin embargo, esa política no debería basarse en la precariedad, sino en la eficiencia y, por tanto, no debe conseguirse el ahorro mediante un encarecimiento de los precios o un agravamiento de un situación económica que obligue a las personas a pasar penurias, sino mediante un replanteamiento del modelo económico y una búsqueda de la eficiencia en su conjunto. Reducir el consumo del petróleo es una forma simplista de abordar el problema. Lo apropiado sería sustituir ese consumo por fuentes seguras, baratas y no contaminantes. Y dejar que los ciudadanos eligiesen lo mejor para ellos mismos, y no para Sebastián.

La prueba del algodón de que todo esto es otro gesto de marketing sin corbata y de que se trata de una coartada para justificar la crisis, es que ni se habla ni se asume la pieza clave para resolver la aparentemente imposible ecuación de eficiencia, consumo y economía: la energía nuclear.

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