Montilla de Córdoba es el Pablo de Tarso del Bajo Llobregat. Nadie recuerda allí conversión más fulminante. Fue llegar del pueblo, y al día siguiente ya nos estaba explicando a los catalanes que éramos una nación. Para mí tengo que cayó del caballo al descubrir el pan con tomate en el bar de la estación. El caso es que, desde entonces, anda obsesionado con que no se nos puede considerar igual que a los de Murcia. Yo no sé si Montilla, que ha cursado estudios de tantas cosas, estuvo matriculado en algún master de gastronomía patriótica; si lo hizo, tampoco debieron de darle el título. Y es que esa fijación levantina que aqueja al PSC y a su secretario general, demuestra que de Historia de España saben tan poco como de la génesis del pan con tomate.
En 1873, mucho antes de que aterrizasen en este valle de lágrimas el apóstol de Cornellà, el nieto del poeta y el hijo del guardia civil, un gobernante que no fue pariente de David Gistau, gritó: "Estoy hasta los huevos de todos nosotros". Después, cogió un tren y se exilió en Francia. Era un catalán de Tarragona; se llamaba Estanislao Figueras, y hasta ese momento presidía el Gobierno de la República. Se esfumó porque a salvas sean las partes le habían llegado las aguas del federalismo asimétrico y la España plural de entonces. A buen seguro, desconoce Montilla que fue el nacionalismo expansionista murciano el catalizador de su desesperación. Así, justo antes de huir, don Estanislao había recibido copia de este documento emitido por la autoridad local competente:
"Jumilla desea estar en paz con todas las naciones extranjeras y, sobre todo, con la nación murciana, su vecina; pero si la nación murciana, su vecina, se atreve a desconocer su autonomía y a traspasar sus fronteras, Jumilla se defenderá, como los héroes del Dos de Mayo, y triunfará en su demanda, resuelta completamente a llegar, en sus justísimos desquites, hasta Murcia, y a no dejar en Murcia piedra sobre piedra".