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José García Domínguez

La izquierda es amor

A la luz de esa clarividente revelación resulta harto probable que incluso el viejo Marx, padre biológico de la dictadura del proletariado, igual fuese un reaccionario por completo ajeno a la izquierda.

Alguna otra vez se ha aludido aquí a la silente usurpación de papeles que se viene operado en el viejo oficio de los custodios de la conciencia colectiva. Me refiero a cómo los sacerdotes laicos de la intelectualidad, aquéllos que habían sustituido a los genuinos curas de sotana y sacristía, a su vez, han sido eclipsados por la farándula audiovisual. Repárese en que no pasa un día sin que algún roquero politoxicómano se pronuncie sobre la conveniencia de tal o cual política económica ante el respetuoso asentimiento de la prensa; una actriz de revista seriamente comprometida con la causa de la fraternidad planetaria nos ilustre a propósito de los más abstrusos entresijos de las relaciones internacionales; o un futbolista no menos ágrafo arbitre fórmulas magistrales con tal de conciliar las identidades varias que, como es fama, configuran la España plural.

Así, acuso recibo hoy de que, tras mucho cavilar, el cineasta Trueba ha inferido que todas las dictaduras de izquierdas que en el mundo han sido, en realidad, eran –y son– de derechas. Un muy notable hallazgo ontológico, si bien algo tardío. Y ello pese a no satisfacer la propiedad simétrica. Pues, contra lo que pudiesen barruntar los inadvertidos, las dictaduras de derechas tampoco resultan ser de izquierdas, sino todo lo contrario. Y es que, según ese Trueba, de izquierdas, lo que se dice de izquierdas, solo son las florecillas del campo cuando la primavera, en ningún caso las momias de Lenin, Ceaucescu, Brezhnev o la aún insepulta de Castro.

Es más, a la luz de esa clarividente revelación resulta harto probable que incluso el viejo Marx, padre biológico de la dictadura del proletariado, igual fuese un reaccionario por completo ajeno a la izquierda. Asunto que, entre otros bálsamos morales para la progresía realmente existente, transferiría la connivencia intelectual con los crímenes de, por ejemplo, la China comunista o el régimen cubano a sus propias víctimas. Al respecto, le ocurre a Trueba como al poeta Rilke: su única patria es la infancia. De ahí que, al modo de los niños y los tontos, juzgue la realidad no por sí misma, sino por las intenciones –siempre inmaculadas, es sabido– que la provocaron. Mas, ¿qué pensará Willy Toledo de todo esto? ¿Habrá convocado ya una rueda de prensa?

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