
Las nuevas tecnologías aplicadas a la televisión proporcionan enormes ventajas para la salud de los telespectadores. Los dispositivos para grabar los programas deseados permiten al usuario elaborar su propia programación y, en el caso de los espacios que se emiten a deshoras, evitar despertarse de madrugada con las cervicales más rígidas que la mentalidad de un comunista a causa de la mala postura con que todo el mundo acaba quedándose frito en el sofá. El nuevo proyecto televisivo de Buenafuente va a ser el principal beneficiario de estas nuevas aplicaciones domésticas para que grabes programas de TV y les eches un vistazo al día siguiente mientras estás haciendo cualquier otra cosa de provecho, porque, a tenor de lo que hemos visto en la primera entrega, el argumento no es suficiente para sacrificar un tiempo que la gente suele destinar a escuchar esRadio, leer o directamente dormir después de cumplir el sagrado débito conyugal, según el caso.
El título del programa que Andreu Buenafuente estrenó este lunes en La Sexta es descriptivo aunque poco adecuado, porque nada lo que sucede en él parece estar en el aire, sino escrito en un guion de la densidad del pedernal. La hora golfa de la televisión por antonomasia exige espontaneidad. No se trata de llevar a decenas de friquis a hacer el cretino ante las cámaras, fórmula eminentemente progresista que Sardá calcinó en su día para los restos, sino de dotar al espacio de un ritmo del que este primer programa de Buenafuente careció casi por completo. De hecho, los mejores momentos del show fueron las improvisaciones chistosas de Berto, alter ego de Buenafuente al que le debe que esta primera entrega no se convirtiera en un peñazo absoluto. Eso y la parodia que realizaron de Sandro Rey, máximo bufón de los pretendidos videntes televisivos, que por momentos resultó hilarante. Buenafuente es gracioso, cierto, pero leer un texto contra Ana Botella y el Papa de Roma a esas horas de la noche tiene un alcance limitado aunque lleves un artefacto bifocal homenaje a Mariano Medina, porque eso mismo ya lo ha hecho el Guayomin unas horas antes en la misma cadena y con los mismos argumentos.
Los primeros invitados del programa, el director David Trueba y el actor Javier Cámara, presentaron su última película, que es de lo que se trataba, e hicieron lo que pudieron para entretener a la audiencia de un espacio escaso de medios y con un plantel de colaboradores, a excepción del citado Berto, que tendrán que mejorar en sucesivas entregas para sobrevivir en una jungla catódica en la que los niveles de audiencia actúan como ejecutores de los principios recogidos en la última reforma laboral.
El público otorgó una excelente acogida a este primer programa de Buenafuente, con casi un 15% de audiencia y gran impacto en las redes sociales, aunque está por ver si, pasada la novedad, el programa es capaz cada lunes de seguir manteniendo en el sofá a los noctámbulos hasta las dos de la mañana. Por lo que se vio en esta primera entrega, En el aire no vale una caja de antiinflamatorios para paliar las secuelas neurológicas de una mala higiene postural.
