Concluye esta temporada Bertín Osborne su serie de entrevistas dialogando con Chiquito de la Calzada. Lleva cuatro años y medio el cómico malagueño atravesando una penosa depresión, causada por el fallecimiento de su esposa, Pepita. Desde aquel infausto 3 de marzo de 2012 le cuesta muchísimo salir a un escenario a contar chistes y ha tenido a veces que renunciar a sustanciosos contratos al no encontrarse con las facultades suficientes, el ánimo para hacer reír a la gente cuando él por dentro sufre la pérdida de la mujer que le acompañó más de media vida, desde que se casaran en 1950.
Camina Chiquito de la Calzada la mayoría de los días que sale de casa sin saber exactamente adónde dirigirse: como un desorientado transeúnte sin rumbo fijo, sin nada qué hacer, desconociendo cualquier ruta del callejero malagueño. Se siente algo así como un cariacontecido zombi. Lo mismo le da atravesar la calle de Larios, perderse por las callejas por donde antaño se levantara el viejo y legendario Café de Chinitas, que caminar por la Alameda, los alrededores de la Catedral, la Alcazaba, la plaza de la Merced donde naciera Pablo Picasso o cualquiera de los rincones que rodean la Malagueta. En una palabra: va perdido, vagando por las avenidas, travesías o callejuelas de su querida ciudad, lo saludan al reconocerlo muchos paisanos y él, con la vista perdida, acaso sólo de vez en cuando esboce una sonrisa. Así, durante cuatro horas al menos, transcurre una de sus habituales jornadas. El único momento que tiene de aparente distracción y relajamiento es cuando acude a almorzar, puntualmente, al bar de siempre; un local donde se le recuerda con testimonios gráficos junto a otros de imágenes taurinas. Sus contertulios tratan de animarlo, día a día, mas son conscientes de que lo que le pasa a Chiquito de la Calza es una honda tristeza, que tardará tiempo en desaparecer. Dice que trabajo no le falta pero que él no tiene ninguna gana de bromas. Cuando se recoge al anochecer, la casa se le viene encima. Tiene que tomar alguna pastilla para conciliar el sueño. Todo en él son imágenes del pasado con su esposa. Y un vacío inmenso a su alrededor. Y hasta dice que ha llegado a perder la memoria, olvidando su amplísimo repertorio de historietas y chuflas.
Gregorio Esteban Sánchez Fernández nació el 24 de marzo de 1932 en el barrio malagueño de la Calzada de la Trinidad; de ahí su sobrenombre artístico. Su padre era electricista. No sobraba el dinero en aquel hogar. Desde que tenía menos de diez años, Chiquito canturreaba por las calles. Se unió a otros muchachos de su edad y formaron un grupo, Los Capullitos Malagueños, que animaba fiestas, bautizos, bodas y cumpleaños. Apenas si recibían unas monedas; en todo caso, algo de comer, que no les venía mal para llevar a casa. Conforme se fue haciendo mayor fue ganándose la vida con sus cantes flamencos. Entró en el Teatro Chino de Manolita Chen, donde los artistas daban hasta seis funciones al día, cuando no más, en ferias por toda España. Allí conoció a la que sería la mujer de su vida, una bailarina llamada Josefa García Gómez. La llamó siempre por su apelativo familiar, Pepita. No tuvieron descendencia. Y cuando ella se retiró lo acompañaría siempre en todas sus giras. Pasaron calamidades, incluso hambre, porque le pagaban poco, lo explotaban según propia confesión. No sabiendo qué hacer cuando se quedó sin trabajo, a finales de los años 70, dio en aceptar un contrato como cantaor ¡en Japón! Así es que, con gran dolor de su corazón, se despidió de Pepita (no podía llevarla consigo dados los elevados gastos del viaje) y permaneció en Tokio un par de años. Su cometido era alegrar a los nipones con su repertorio de palos flamencos. No era Chiquito de la Calzada un virtuoso del cante jondo, pero se defendía, no lo hacía mal, como comentaba el consagrado José Mercé, que lo conoció en aquellos días japoneses.
Muy desconfiado, Chiquito de la Calzada dormía con el dinero encima, metido entre la camiseta y el pijama. Quería ahorrar lo suficiente para volverse a Málaga y comprar un piso donde vivir felizmente con su añorada esposa. Tantas vueltas le daba a aquella obsesión y a su incertidumbre por si un día era víctima de un atraco, que una madrugada, en duermevela, creyó efectivamente que alguien había entrado inopinadamente en su cuarto con ánimo de desvalijarlo. Entonces, tomó un cuchillo que siempre colocaba a la derecha en su cama, lo volteó varias veces a su alrededor… y lo único que consiguió, al despertarse, es que había rajado sus sábanas y sangraba por el dedo gordo de su mano izquierda.
Sus dos años en Tokio transcurrieron anunciado en un tablao como Chiquito Sam. Hacía de luchador de summo para que la gente se riera, entre fandango y fandango. Esa habilidad suya para atrapar la atención ajena con sus chistes la desarrolló siempre, aunque teniendo en cuenta que lo principal de su trabajo era el cante. Mas sucedió que, ya de nuevo en España, dio en verlo actuar el productor de televisión Tomás Summers. Transcurría el año 1994 cuando Chiquito de la Calzada se dio a conocer en todo el país a través del programa emitido por Antena 3 titulado Genio y figura. La manera de contar chistes, con frecuencia malos, o ya viejos, alargando su relato, con muecas, pasos por el escenario, encorvado y sobre todo introduciendo muletillas y expresiones inventadas –un vocabulario absolutamente creado por él- fueron prendiendo entre los telespectadores. Y, de la noche a la mañana, Chiquito de la Calzada se convirtió en un "suceso nacional". A la mañana siguiente, en el café, en la oficina, en el autobús o en la calle, la gente iba repitiendo los dichos del humorista malagueño: cobarde, me voy a cagar en tus muelas, el Condemor, ¿te das cuen?, pecadora, quietor, hombre blanco de la pradera, cuidadín cuidadín, papar, papar, hamatoma diodenal y hasta luego, Lucas, en un interminable soliloquio trufado de onomatopeyas y giros lingüísticos sin sentido, pero que provocaban siempre las risas del respetable. Porque comenzaron a contratarlo por todos los teatros, salas de fiesta, plazas de toros de toda España. Ochenta chistes seguidos llegó a contar en una misma actuación. Y ya sus penurias económicas desaparecieron. En menos de un año se hizo rico. Le sobraba dinero. Vestía elegantemente, como nunca lo había hecho y se permitía algún que otro dispendio compartido siempre con su simpática mujer, de cabellos rubios, la primera en reírse con las ocurrencias de su marido; un hombre bueno, cariñoso, al que imitó con el mayor descaro más de un colega aprovechado. Y Chiquito, que podría haberlos denunciado, lo tomó con humor. Porque nunca ha querido llevarse mal con nadie; porque es un gran tipo, tan bondadoso como sencillo. Rodó varias películas, algunas, dentro de un humor blanco, infantiloide, técnicamente bien dirigidas por Álvaro Sáenz de Heredia, formando pareja con el hoy enamorado de María Teresa Campos, Bigote Arrocet. Y explotado de nuevo, una empresa editó un video con una selección de sus historietas, del que vendieron ejemplares por valor de tres millones de pesetas, aunque a él no le llegó ni un duro.
Tenía Chiquito de la Calzada un anhelo: conocer al rey don Juan Carlos. Recurrió al veterano, gran periodista Tico Medina. Y el querido compañero granadino hizo las oportunas gestiones para que los reyes, el entonces príncipe Felipe y las infantas recibieran al cómico y a su esposa en una audiencia privada en el palacio de la Zarzuela. Fue una reunión inolvidable para Chiquito de la Calzada, quien contaría que toda la Familia Real pasó una tarde entre risas continuas y hasta el hoy rey emérito llegó a imitarlo, remedando algunas de sus más divertidas frases. ¡Ojalá Chiquito salga del pozo negro en el que ahora se encuentra!