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Farah Diba, a los 80 años: una vida de cuento de hadas y tragedia

La vida de Farah Diba en los últimos tiempos transcurre en París, ya más estabilizada. Ha envejecido bien. Nunca quiso volver a casarse.

La vida de Farah Diba en los últimos tiempos transcurre en París, ya más estabilizada. Ha envejecido bien. Nunca quiso volver a casarse.
Farah Diba | Gtres

Hace pocas fechas quien fuera Emperatriz del Irán, Farah Diba, visitaba Madrid para unirse a otras personalidades invitadas a la celebración del ochenta cumpleaños de la Reina Sofía, consistente en un magno concierto celebrado en las cercanías del Palacio Real, la Escuela de Música que lleva el nombre de la Soberana emérita. Precisamente Farah Diba también ha cumplido esa misma edad, ocasión que ella festejó en Washington donde residen su primogénito y sus nietos. Va a publicarse un libro de arte que recogerá una selección de las piezas artísticas que reunió en Teherán cuando ocupaba el trono iraní, y pronto se estrenará un documental que aborda los acontecimientos más importantes de su controvertida existencia en la que, si bien hubo muchos momentos de felicidad luego quedarían relegados por la tragedia: el exilio, la muerte de su esposo, el Shah, con sólo sesenta años, y finalmente el trágico suicidio de dos de sus cuatro hijos. Ocioso es recurrir a lo que significa eso para una madre.

Farah Diba era una estudiante nacida en Teherán en 1938 que, con diecinueve años, se estableció en París para cursar estudios de Arquitectura. El Shah la conoció en esa época estudiantil precisamente en la embajada de su país en la capital gala. Un tiempo en el que Reza Pahlavi vivía triste y preocupado por hallar la mujer que pudiera darle descendencia para asegurar de ese modo la continudad de su dinastía en Irán. Se había casado primero con Fawzia, hija del rey Faruk de Egipto, tuvieron una hija, sí, pero la princesa no se encontraba a gusto en la Corte iraní y abandonó el país. Reza creyó encontrar después en Soraya, la de los ojos bellos y tristes, quien pudiera darle un heredero varón. Y acabó por repudiarla. Aquel suceso, cuando se publicaba la historia en las revistas españolas, era recibido por las lectoras como un claro desprecio a la mujer y sus derechos. Ocurre que el Shah, no olvidemos perteneciente a otra cultura, con una religión musulmana distinta a la nuestra, anteponía las exigencias de su Trono, la de lograr un heredero para el día que tuviera que sucederle.

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Aquella recepción parisina en la que el Shah conoció a la estudiante Farah Diba resolvería pronto sus inquietudes. Y es que no sólo le fascinó aquella jovencita por su belleza, sino por su aplomo al sugerirle ante la presencia de sus compatriotas y compañeras, lo interesante que sería para su país fomentar que otras jóvenes como ellas pudieran estudiar fuera de Irán para ampliar sus conocimientos. Tomó nota Reza Pahlavi y sobre todo no olvidó el rostro de la muchacha, a quien volvería a ver, circunstancialmente en una reunión familiar. Fue en casa de la hija del Shah, que era precisamente amiga de Farah. Ello precipitaría nuevos encuentros entre Reza y Farah, ya enamorados. Apenas siete meses más tarde de la primera cita, el 21 de diciembre de1958 contraían matrimonio en la capital iraní, en un magno acobtecimiento para el país. La llegada del hijo primogénito fue recibida con sumo alborozo, al proclamarlo en seguida príncipe heredero. Después nacieron tres retoños más. Y los fastos de Persépolis en 1967 donde el Shah y la Shahsabanou (esto es Farah Diba) fueron coronados Emperadores con motivo del dos mil quinientos aniversario de la existencia del Imperio persa, llevaron a todo el mundo imágenes de un país de leyenda. Nuestros entonces Príncipes de España, don Juan Carlos y doña Sofía (título que les concedió Franco) fueron invitados especiales a las ceremonias, de igual modo que volvieron a visitar la Corte iraní en octubre de 1969. Viaje en el que me fue permitido, como al pequeño grupo de periodistas españoles, conocer de cerca a los Emperadores. Pude fotografiarlos en una cena de gala y a Farah en un posterior evento deportivo. La Emperatriz, alta, erguida, elegante, siempre tuvo una sonrisa amplia. De su físico, un rostro anguloso, lo único que me parecía menos vistoso era su nariz.

De aquel viaje, en los once días que hube de permanecer en Teherán, me quedó prendida en la memoria la visita al edificio, el Museo donde se custodiaban las joyas del Imperio. Una exposición de las más ricas piedras preciosas que pudieran soñarse. Desde don Juan Carlos y doña Sofía hasta el último visitante quedamos absortos contemplando tras las cristaleras macizas aquellos tesoros. Un diplomático, luego nuestro embajador en Estados Unidos, me comentó, extasiado: "¡Esos caramelitos verdes… ! No me importaría tener alguno...". Se refería a esmeraldas del más alto valor.

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Todo parecía un lujo en aquella Corte, con los varios palacios habilitados para los Emperadores y sus correspondientes riquezas en cuadros, muebles, lámparas… Pero el régimen iraní mantenía distancia con una población necesitada de una vida mejor. No había sido suficiente la modernización que hizo el Shah en su país. El caso es que, quizás con la al menos aquiescencia de Estados Unidos, y los entresijos que mueve siempre el petróleo, del que era potencia mundial Irán, el Shah fue derrocado en 1979 y en su lugar se establecieron los ayatolás, encabezados por el barbado Jomeini, con su turbante y sus sayales. Y comenzó el tristísimo destierro de Reza Pahlavi, Farah Diba y sus cuatro hijos, buscando la hospitalidad de algún país que pudiera recibirlos. Los rusos estaban dispuestos. Preferían instalarse en Mónaco gracias al ofrecimiento de Raniero, mas el Presidente de la República Francesa se opuso tajantemente. Tantearon a sus buenos amigos, los Reyes de España quienes, aun poniéndose a disposición de los Emperadores caídos, se disculparon al decirles que por motivos de seguridad no les era posible concederles asilo político. Sólo el Presidente Anuar El Sadat se los proporcionó . Y en El Cairo vivivieron cierto tiempo, luego se establecieron temporalmente en Marruecos, de allí pasaron a las Bahamas, después Cuernavaca, en México, Estados Unidos, Panamá y finalmente de nuevo en El Cairo, donde el Shah moriría en 1980, tras aquel penosísimo itinerario dre su destierro, como si él y su familia fueran unos apestados. Antiguos amigos de la realeza les iban dando la espalda.

Hubo un momento en el que Farah Diba quiso quitarse la vida, como así confesó alguna vez. Pero estaban sus hijos. Y lo que son las cosas, dos de ellos, se suicidaron, al no resistir el dolor por todo lo ocurrido: primero su hija Leila, que con treinta y un años, optó por ingerir una mezcla de barbitúricos siendo encontrada muerta en la habitación de su hotel londinense, un día de 2001. Diez años después, su hermano Alí Reza, de cuarenta y cuatro años, siguió los mismos pasos, hacia la eternidad, sin capacidad para vencer su depresión.

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Desde entonces, con aquellos dos duros episodios, la vida para Farah ya no podía ser igual, con el añadido del pasado, aquel destierro como almas en pena en pos de un destino incierto, un país donde reanudar su vida, y el dolor de la enfermedad y muerte del Shah, el hombre que la había elegido como esposa, no sólo para darle un heredero. Siempre que lo consideró oportuno reafirmó públicamente que su matrimonio fue por amor.

La vida de Farah Diba en los últimos tiempos transcurre en París, ya más estabilizada. Ha envejecido bien. Nunca quiso volver a casarse. Su primogénito, Reza, casado con Jasmine, tiene tres hijos y aún mantiene la esperanza, lejana desde luego, de reinar en Irán. No parece fácil. Farah Diba, al menos, alberga también una remota ilusión de regresar a Teherán, siquiera como turista. Los tiempos ahora no les son propicios. Tiene a su hija Farahnaz también que le hace compañía de vez en cuando. No creemos que ella y su familia padezcan apuros económicos. La fortuna que dejó el Shah, supuestamente a buen recaudo, se ha dicho podría ascender a veinte mil millones de dólares. Sean o no menos, lo suficiente para que el exilio de los Pahlavi, por mucha tragedia que hayan padecido, les siga siendo más soportable.

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