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Jacqueline Kennedy y el recuerdo del embajador español enamorado

A los 25 años de su muerte, Jacqueline Kennedy sigue siendo una figura mitificada.

A los 25 años de su muerte, Jacqueline Kennedy sigue siendo una figura mitificada.
Jackie Kennedy | Cordon Press

Veinticinco años se han cumplido de la muerte de Jacqueline Kennedy. Una mujer fascinante que ante la opinión mundial parecía disputarle a su marido, el presidente de los Estados Unidos, buena parte de su popularidad. Sin duda, ella lo ayudó a mantener ese indudable prestigio. Aunque esa opinión pública desconocía los entresijos de su vida, su verdadero carácter, sus caros caprichos como disminuir el patrimonio familiar por su inveterada afición a los vestidos: gastaba fortunas en adquirir modelos únicos de acreditadas firmas. Tanto que ha llegado a inventariarse que en el primer año como Primera Dama norteamericana invirtió más de ciento cincuenta mil dólares en facturas de casas de Alta Costura, cuando el propio mandatario, su marido, cobraba al año cien mil.

Esa reputación de mujer frívola, pese a que exteriormente suscitara admiración universal tanto en hombres como en féminas, resultó todavía más ostentosa al celebrar su segundo desposorio con el magnate griego Aristóteles Onassis. Los abogados de ambas partes tuvieron que realizar auténticos equilibrios para obtener el visto bueno de Jackie al contrato matrimonial, con cláusulas leoninas que la favorecieran en caso de divorcio o de muerte de uno de los dos cónyuges, en concreto la del novio, como así sucedió. El legado que recibió la que fuera un día llamada la viuda de América la convertía en multimillonaria, sin problemas económicos para el resto de su existencia, con el añadido de una herencia enorme para sus dos hijos. No obstante, como viuda por segunda vez Jackie se aburría soberanamente, decidió buscarse un trabajo útil, a su gusto y bien remunerado por otra parte, lo que consiguió en calidad de editora de un importante grupo. Ello le recordaba sus viejos tiempos de jovencita, cuando era simplemente Jacqueline Bouvier y soñaba con ser una buena periodista. En ese papel se enamoró de ella el atractivo John F. Kennedy.

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La boda con JFK | Cordon Press

La leyenda de Jacqueline no se ha extinguido. Se han estrenado series de televisión e incontables reportajes sobre su vida. Existe una bibliografía amplia acerca de su controvertida figura, que la sitúa a la altura de algunas estrellas del cine o la canción. Incluso ella misma contó a su modo y manera sus memorias. Más cercano es el número extraordinario que la revista People le dedicó en fechas recientes: un monográfico de un centenar de páginas dedicadas enteramente a ella. Hay un pasaje en ese tiempo de su primera viudez en el que se la vincula sentimentalmente con el embajador español Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate. El mencionado diplomático era conocido de la familia Kennedy, antes de que Jackie ocupara temporalmente su corazón. El hermano mayor del futuro presidente, Joe, estuvo en Madrid durante nuestra guerra civil. Fue entonces cuando hicieron amistad. Y hasta se cuenta que Joe le salvó de un serio compromiso cierto día que el coche en el que circulaban por las calles madrileñas fue detenido por una partida de milicianos.

El caso es que siendo el señor Garrigues y Díaz-Cañabate designado embajador de España en Washington en el periodo comprendido entre 1962 y 1964, obviamente tuvo que presentar sus cartas credenciales en la Casa Blanca. Y desde aquel instante, conocedor John F. Kennedy de que su hermano había tenido contactos con nuestro ilustre compatriota, le mostró asimismo un sincero y afectuoso trato, traducido en frecuentes invitaciones personales a la residencia privada. Así pudo el embajador ir departiendo a menudo con la atractiva Jackie. El magnicidio que sacudió al mundo en noviembre de 1963 dejó a Jackie completamente destrozada, joven todavía, con dos hijos de corta edad. Se refugió en su círculo íntimo de amistades, entre las que se encontraba Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate. Bien cierto que ella guardó el luto debido a su asesinado marido. La presencia a su lado del embajador parece que mitigaba en lo posible el dolor que sin duda arrastraba por la pérdida del querido presidente.

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Antonio Garrigues | Archivo

Antonio Garrigues y Díaz Cañabate era un hombre encantador, de conversación culta y amena; físicamente, de considerable estatura, delgado, con los cabellos prematuramente blanquecinos tiempo más adelante de su amistad con Jackie. Abogado de carrera, había sido director general en tiempos de la República y luego, con la Monarquía de don Juan Carlos, ministro de Justicia. Se casó con una dama norteamericana, Helen Walker, que le daría varios hijos, de la que enviudó. De ellos queda Antonio, brillante jurista y dramaturgo aficionado. Llevaba el embajador veintiséis años de diferencia a Jackie, lo que no parecía importarles a ninguno de los dos en la relación que mantuvieron, iniciada al parecer contando él sesenta y dos y ella treinta y seis. Lógicamente la prensa advirtió el posible romance de la pareja, siempre cuestionado. Cuando en 1966 estando el señor Garrigues destinado en la embajada ante la Santa Sede Jacqueline accedió a ser su invitada en la residencia diplomática de Roma, los comentarios acerca de esa íntima amistad, arreciaron. France-Dimanche se atrevió a publicar un reportaje en febrero de tal año, titulando: "Un viudo en la vida de Jackie". Un par de meses más tarde, Jackie llegaba a España, creemos que por primera, y última vez, invitada a la Feria de Sevilla por la duquesa de Alba. Coincidiría en el Palacio de Las Dueñas con otra invitada de excepción: la princesa Grace de Mónaco. Los periodistas "del corazón" se encargarían de acentuar la rivalidad de ambas damas, en cuanto a elegancia y simpatía. Los votos parecían inclinarse hacia la esposa de Raniero, aunque la personalidad de Jacqueline no pasó inadvertida. ¿Cómo se gestó aquel viaje de Jackie? Sin duda alguna porque el embajador Garrigues se lo insinuó a Jackie, y a partir de ello aquél estableció contacto con la duquesa de Alba, quien extendió la oportuna invitación a su palacio.

El viaje desde Nueva York lo hicieron juntos la viuda de Kennedy, Antonio Garrigues y nuestro Ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella. En Madrid, Jackie descansó en la embajada norteamericana de la calle de Serrano para horas después embarcar en un aparato militar de los Estados Unidos, siempre acompañada por el señor Garrigues, junto a agentes del FBI, que custodiaban en todo momento los pasos de la destacada dama. En Sevilla, Jacqueline disfrutó del Ferial, el paseo de caballos, fue a una corrida de toros en la que El Cordobés y los otros dos diestros le brindaron cada uno una faena. Y por supuesto, imaginamos que ella y su acompañante tendrían ocasión de compartir momentos felices. Aún así el embajador Garrigues declararía cuando un periodista se atrevió a preguntarle por aquellos rumores: "Un caballero no responde a este tipo de preguntas". Ella fue más explícita ante los corresponsales norteamericanos de prensa: "La verdad es que nunca olvidaré a John. Y nunca volveré a amar a otro hombre. Así lo juré ante su tumba al día siguiente de la tragedia de Dallas".

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Jackie Kennedy | Archivo

Jacqueline regresó a su país. Es posible que se reencontrara con el embajador español, pero éste siguió en su puesto diplomático hasta 1972. Y ella faltó a la promesa antedicha casándose con Onassis en octubre de 1968. Por su parte, Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate escribió lo siguiente en un libro de recuerdos editado en 1978, Diálogos conmigo mismo: "Era una mujer de extraordinaria inteligencia y sensibilidad... Profundamente desorientada y terriblemente sola, no ya como viuda, sino como mujer, a quien ya la pérdida de su tercer hijo había quebrantado mucho. Después, el asesinato de Bob Kennedy agravó hasta el límite máximo esa desolación. En su estado de desesperación hizo "una fuga hacia adelante"... No quiso, o no pudo, ser el símbolo de la mujer norteamericana, intachable, invulnerable, que es lo que los más esperaban de ella". Magnífico retrato psicológico y realista el del embajador. Mas ni una palabra acerca de su relación con ella en el aspecto sentimental. Su hijo Antonio, aun discreto, admitió alguna vez que, efectivamente, su padre tuvo amores con Jackie. Al parecer quiso contarlo en un libro de memorias. Pero no nos consta que se publicara nada al respecto. Jacqueline Kennedy Onassis, apellidos con los que aparece en sus biografías, falleció joven, con sesenta y cuatro años, y una vida intensa. Está enterrada en el cementerio nacional de Arlington, junto a la tumba del que fue el Presidente de los Estados Unidos, donde una llama encendida los recuerda, constantemente visitada. Recuerdo el lugar donde, en silencio, los presentes en silencio elevan una oración por ambos.

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