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Kirk Douglas, el duro galán que engañó (mucho) a sus dos esposas

Había cumplido Kirk Douglas ciento tres años el pasado 9 de diciembre y era, a tan provecta edad, la última leyenda del cine.

Había cumplido Kirk Douglas ciento tres años el pasado 9 de diciembre y era, a tan provecta edad, la última leyenda del cine.
Douglas en El día de los tramposos (1970) | Cordon Press

Había cumplido Kirk Douglas ciento tres años el pasado 9 de diciembre y era, a tan provecta edad, la última leyenda del cine. Conquistador de grandes bellezas de Hollywood, estrellas de primera fila cautivadas por la sonrisa, la virilidad, aquel hoyito en su barbilla que las volvía locas. Un seductor nato que, aunque fuera infiel a sus dos esposas, trató al menos con la segunda de mantener un hogar lo más estable posible. Una vida aventurera, historia del cine mundial, que acaba de dejarnos justo en vísperas de la fiesta de los Oscar donde estamos convencidos que se le rendirá el postrer homenaje, aunque nunca le concedieran la dorada estatuilla salvo la que, con carácter honorífico, le entregaron en 1996.

Contaba Joan Crawford, una de sus amantes, que lo ayudó cuando él comenzaba su carrera en el cine, que en su tiempo ningún judío aparecía en los repartos con su nombre verdadero. En el caso que nos ocupa era efectivamente hijo de un matrimonio ruso judío emigrante en los Estados Unidos, apellidado Danielovich Demsky, quien a muy temprana edad tuvo que hacer frente a la miseria familiar, trabajando como basurero, descargador de muebles, boxeador profesional, entre otros oficios. Nunca se avergonzó de ser "El hijo del trapero", como tituló su libro autobiográfico. Al cine llegó por casualidad, gracias a su impresionante físico de atleta. Y se convirtió en el galán "duro" de su época en la pantalla, compitiendo por ejemplo con Burt Lancáster, en ese estilo. En la memoria de los cinéfilos no se han borrado sus felices interpretaciones en Espartaco y Ulises, entre otras muchas.

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Con su segunda esposa, Anne | Cordon Press

No es difícil comprender cómo era adorado por las mujeres. Desde que tenía quince años y una profesora lo desvirgó. Con el paso del tiempo buena parte de sus compañeras de rodaje fueron cayendo en sus brazos. De las más conocidas, Marlene Dietrich. La alemana de El ángel azul jugaba a dos barajas y aunque era manifiestamente lesbiana no perdía la ocasión de encamarse con Jean Gabin, su amante durante largo tiempo, y asimismo con Kirk Douglas. Patricia Neal, que fuera el gran amor extramatrimonial de Gary Cooper, no vaciló en acostarse con Kirk. Tampoco Rita Hayworth. La impetuosa Lana Turner no perdió la ocasión de llevarlo a su dormitorio. Había protagonizado a su lado una dramática película, Cautivos del mal. Gene Tierney, apareció asimismo en esa densa lista de amantes. Y la encantadora y dulce Pier Angeli no se resistió a los encantos de Kirk mientras rodaban en 1953 Tres amores.

Procuraba Kirk Douglas no tener ataduras que le impidieran su vida continua de "ligues" y romances más o menos fugaces, sobre todo después de su primera experiencia matrimonial con Diana Dill, una modelo que lo llevó al altar en 1943. Ocho años les duró su unión, pues ella terminó cansándose de los continuos cuernos con los que era coronada por su marido, incapaz de serle fiel. Sin embargo, Anne Mars Buydens fue más paciente y tolerante. Era agente de prensa de Kirk cuando se conocieron en el rodaje de Acto de amor, año 1954, título premonitorio de lo que iba a pasarles. Porque, efectivamente, Cupido los juntó, no se resistieron y acabaron casándose aquel mismo año. Una pareja modelo en Hollywood, pues nunca se separaron. Eso sí: Kirk jamás renunció a su sempiterna capacidad seductora y prosiguió aumentando su biografía sentimental. A partir de los años 60, sin contar con las desconocidas "starlettes" que incorporaba a su lista, cuando se tropezaba con las que le hacían "tilín" por los pasillos de los estudios, las más importantes fueron Faye Dunaway, Debbie Reynolds, la televisiva Terry Moore y la muy calladita Mía Farrow, que con su cara de no haber roto un plato no sólo cayó en las redes de Frank Sinatra, porque Kirk Douglas supo atraerla, siquiera por poco tiempo.

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Kirk con sus hijos Michael y Diandra | Cordon Press

Todo ese bagaje amoroso de Kirk Douglas contrastaba con su apego familiar. A su segunda esposa la quiso con locura. Y a sus cuatro hijos, los dos primeros, Michael y Joel, fruto del primer matrimnonio, y los otros Peter y Eric (fallecido en 2004) los adoraba. Formaban una piña, juntos siempre en cualquier celebración. Cuando entrevisté en 1971 a Kirk, con ocasión de su llegada a la Costa Brava para rodar El faro del fin del mundo me contó lo muy feliz que era sabiendo que Michael se había convertido en un destacado galán, pero que él nunca impulsó a sus hijos para fueran actores. Me tuvo media hora en Cadaqués sentado en cuclillas durante nuestra conversación, actitud que adoptó desde el primer momento, tras saludarnos. Incómoda postura que imité por sentido común, lo que jamás me había ocurrido en mi andadura como reportero. Pero mereció la pena conocer a un tipo sencillo, nada divo.

Justo veinte años más tarde volví a encontrármelo en la Gran Vía madrileña, en el interior del cine Capitol, en el transcurso de una rueda de prensa con motivo del estreno de Bienvenido a Veraz, que había rodado en Andorra. En el reparto, por cierto, figuró nuestro Imanol Arias, a quien me consta que Douglas trató con afecto.

Los últimos tiempos fueron para Kirk Douglas penosos, aunque mitigados por el calor de su esposa, de sus hijos y de su nuera, Catherine Zeta-Jones, a la que tanto quería. Desde que en 1996 sufriera un infarto cerebral, su salud ya fue cuesta abajo. Hasta que terminó en silla de ruedas. Otros desgraciados episodios no hicieron sino amargarle más su existencia, entre ellos el caso de uno de sus nietos, encarcelado por su adicción a las drogas. El viejo zorro del cine se resistía a dejar la vida, que tantas experiencias le había deparado: éxitos como actor y productor, una sólida posición económica, y siempre la familia sosteniéndolo. Podía decir, como en el refrán, en cuanto a sus múltiples amores, aquello de "¡que me quiten lo bailao". Se ha marchado un grande del cine. Era el más veterano de todos. Aquel Hollywood del pasado es hoy más huérfano.

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