
Fue Juan Belmonte un revolucionario del toreo. Un torero para la historia. Fama y dinero consiguió, pero con una vida sentimental poco afortunada. Separado de su esposa, tuvo otros amores furtivos. A punto de cumplir setenta años se suicidó el 8 de abril de 1962. Ahora se cumplen seis décadas de aquel triste suceso. Entre la numerosa bibliografía y hemerografía que conservo, tengo delante un artículo de Federico Jiménez Losantos: "El torero que no podía morir". Lo recordaba en sus inicios de becerrista: "de joven toreaba por la noche, sin ropa y esquivando a la Guardia Civil". Citada muchísimas veces, la anécdota de Valle-Inclán, amigo suyo: "Sólo te falta morir en la plaza". Tartamudeando, con su proverbial ingenio, el diestro le contestó: "Se hará lo que se pueda, con Ramón". Pero no fue toreando, sino en su cortijo, por decisión propia.
Aquel infausto día mencionado Juan Belmonte, según me dijo su íntimo Álvaro Domecq, fue a misa y comulgó. Es un dato que no he encontrado en ninguna referencia sobre el óbito del torero. Lo que sí se repite es que acudió a casa de quien fue su último amor, su amante, Enriqueta Pérez Lora, con quien había mantenido relaciones íntimas, pero discretamente, sin llegar a convivir en el piso que al parecer él le había regalado en el sevillano barrio de los Remedios. Se veían a menudo, pero procurando que nadie los sorprendiera. Incluso iban a los toros, pero con distintas localidades. Juan la conoció cuando ella entró como criada en el cortijo "Gómez Cardeña" y poco a poco se fue enamorando de ella, a la que doblaba en edad.
El último día de su vida Belmonte le dejó varios regalos, fotografías dedicadas, un sobre con dinero. Y una carta. De despedida. Una vez cumplido ese adiós a la mujer joven que quería, su amante, que no quiso presentar en sociedad nunca, se marchó en automóvil a la finca, situada en la carretera Sevilla-Jerez, a cuarenta y cinco kilómetros de la capital. Pidió a su mayoral, tras cambiarse de ropa por una campera, calzando botos, que le ensillara su jaca preferida, "Maravilla". Fueron ambos a derribar cerca de una decena de vaquillas. Después, se encerró en su despacho, sacó de un cajón una pistola, calibre 6, 35, y se pegó un tiro. Murió en el acto.
El entierro en el cementerio de San Fernando, donde reposaban Joselito y su hermano Rafael "el Gallo", fue multitudinario. Las autoridades religiosas consintieron que se le inhumara en tierra sagrada, pese a la naturaleza del deceso. Los periódicos y emisoras de radio trataron en un primer momento de ocultar la causa de su fallecimiento, hasta que en días sucesivos fueron conociéndose, pero someramente. No pasa el tiempo en que no se repita, como hacemos hoy nosotros, aquel trágico final de uno de los pilares del toreo en su edad de oro. Lo que nunca se concretó es el porqué de aquel suicidio.
Médicos y amigos del matador de toros coincidían en que Juan era un hombre ciclotímico que, en la postrera etapa de su existencia padecía depresiones nerviosas, abatimiento, consecuencia tal vez de sufrir arteriosclerosis. No se resignaba a su decadencia física. Como no hablaba mucho en sus tertulias en la calle de las Sierpes, tampoco dejaba caer los supuestos problemas que tenía. Era enamoradizo, y como quiera que su disfunción sexual la notaba hacía tiempo, según algunas confidencias, podía pensar que la vida para él ya carecía de interés. A este respecto circuló la especie de que se había prendado de la belleza de una rejoneadora, la venezolana Amina Assís, a la que había invitado varias veces a "Gómez Cardeña", para tentar algunas reses.
Amina Abdul Aziz Schumann Hernández era bellísima, con unos labios carnosos, unos ojos de misterio, una figura escultural, que hizo carrera montada a caballo. Tuvo grandes triunfos como rejoneadora tras presentarse en la Maestranza en 1963. Todo lo que sigue son puras especulaciones: que él se enamoró de ella y Amina Assís no le correspondió. En el entorno de Belmonte sólo se decía que Amina era muy respetuosa con su anfitrión. Y a la inversa. Cuando Juan se suicidó Amina vistió de luto. Pero jamás pudo comprobarse si realmente hubo amor entre ambos. Desde luego no con cama por medio. En todo caso, aun dudándose de ello, puede admitirse la posibilidad que el suicida tuviera una inconfesada pasión por su invitada. Amina, nacida en Ciudad Bolívar en 1941, hija de un emigrante palestino y una campesina antioqueña, se retiró del rejoneo en 1976, falleciendo en su tierra en 2018.
No era Juan Belmonte un tipo de físico relevante, mas bien lo contrario. Por una leve cojera, se decía, o dificultad en sus piernas, se arguye que toreaba como nadie había hecho antes cerca de los toros. Los dominaba, con los pies asentados sobre la arena, moviendo los brazos para lidiar con temple y obligarlos a pasar según su dominio, base de su estilo, luego tan imitado. Era feo, desde luego, mas en el ruedo se crecía y nadie hacía burla alguna de su algo deforme cuerpo. Resaltaba en su rostro una barbilla prognática, lo que era también rasgo de Alfonso XIII. Ha quedado para la bibliografía taurina un libro esencial del gran periodista y escritor Chaves Nogales, la biografía Juan Belmonte, matador de toros, su vida y sus hazañas, que a su colega, el también conocido periodista en su tiempo "El Caballero Audaz" le pareció lleno de mentiras, "convencionales y falsas como todas las memorias", escribió. Puede que torero y autor no creyeran oportuno contar ciertos pasajes, aunque el que criticó la obra tal vez pecó de celos profesionales. O ideológicos. Chaves era republicano y tuvo que exiliarse a Londres. José María Carretero, que así se llamaba el otro, todo lo contrario.
Corrían los años finales de la segunda década del siglo XX cuando Juan Belmonte fue padre de un varón, de sus relaciones con una guapa sevillana cigarrera, a la que trató siendo la niñera del hijo menor del torero, Rafael. Ella se llamaba Consuelo Campoy Sánchez y el niño nació el 28 de febrero de 1918. Precisamente por aquellas fechas, Belmonte contrajo boda por poderes con una dama peruana, Julia Cossío. Dama de ascendencia aristocrática. Tuvieron dos hijas.
Residían en Sevilla y en el cortijo "Gómez Cardeña". Ella enfermó gravemente, lo que al torero le supuso una temporada de inquietud. Aquel matrimonio naufragó, a pesar de que ella lo quería mucho. Juan advirtió tarde las diferencias que tenían, sobre todo sociales, de cultura, de manera de afrontar el día a día. Su esposa era refinada, de exquisita educación, a la que no había podido acceder él por sus humildes ancestros. Y se separaron. Mantuvieron desde luego un mutuo respeto. En aquel mentado cortijo siempre hubo fotografías de ella por algunas estancias.
Hemos dejado atrás, apenas unas líneas, su amor furtivo con aquella humilde Consuelo Campoy Sánchez. Se comentaba que aquella mujer fue en verdad su gran amor, aunque él jamás se pronunció sobre el particular. Ambos se instalaron en Madrid. El hijo que tuvieron entonces no quiso reconocerlo el torero, razón por la que fue inscrito con los apellidos de la madre. Ésta y el pequeño regresaron a Sevilla, habitando un modesto piso en la barriada del Arenal, cerquita a la Maestranza. Belmonte les pasaba una pensión. Hasta 1935 no le dió al chico sus apellidos y ya el joven, con diecisiete años, pudo llamarse Juanito Belmonte Campoy. Su infancia y adolescencia fue triste, sus condíscipulos lo llamaban jocosamente "Belmontito". Le costaría superar esos traumas por ser un hijo natural. Fueron algunos íntimos del padre los que consiguieron convencerlo para dar ese paso legal.
Para sorpresa paterna, Juanito Belmonte se hizo torero. Alternó con las grandes figuras de la postguerra, aunque él no lo fuera, aunque sí se mantuvo con buen cartel gracias a su arrojo, valentía… y apellido. Al día siguiente de que "Manolete", con quien le unía una gran amistad, muriera en la plaza de Linares, Juanito toreó su última tarde en la feria de Almería y se cortó la coleta. En sus mejores años se ennovió con Celia Gámez. A punto estuvieron de casarse. La diferencia de edad, ella mayor, pudo ser causa de su ruptura. Quizás también otras preferencias amorosas de la reina de la revista.
Con muy buen gusto, Juanito Belmonte Campoy se hizo construir un chalé en los que entonces eran unos terrenos de las afueras de Madrid, de estilo andaluz. Aquella vivienda, muy cercana al principio de la avenida de América fue vendida al Estado y albergó hasta hace unos años la sede del Instituto Cervantes. Paso por allí a menudo y el edificio choca con la arquitectura de las casas paredañas. Pero Juanito Belmonte no se despidió allí de este mundo, sino en Fuenterrabía, el 20 de julio de 1975.

