
Este jueves 8 de septiembre se casa en segundas nupcias Patricia Rato con el empresario Javier Moro. Ambos aportan a esta unión varios hijos: tres ella, los que tuvo en su anterior matrimonio con el matador de toros Juan Antonio Ruiz Espartaco, y el dos también de una anterior unión. La pareja, que siempre trató de mantener lo más discreta posible su relación, se había conocido hace once años en el transcurso de una fiesta de cumpleaños de un amigo común.
Dos años después fue cuando iniciaron su relación amistosa, pero en un principio lo negaron a la prensa. Ella ya había sufrido hacía tiempo el acoso de los reporteros tanto en su noviazgo con el torero sevillano, su boda, el nacimiento de sus hijos y la abrupta separación y divorcio. También esta segunda oportunidad nupcial para Patricia y Javier quieren que sea asimismo lejos de las cámaras fotográficas. Según parece no han querido dar exclusiva alguna a ninguna revista y quizás distribuyan algunas imágenes de la ceremonia en las próximas semanas, que se celebrará en la finca Las Herencias, sita cerca de Talavera de la Reina, propiedad del novio.
Javier Moro, de sesenta y dos años, nacido en la mencionada ciudad toledana, pertenece a una acomodada familia dueña de una importante fábrica de harinas. Es padre de dos hijos de veintisiete y veintinueve años. Le lleva nueve de diferencia a la novia.

Patricia María de Rato Salazar-Simpson es madrileña, descendiente de una familia de banqueros, los Rato. Su padre era dueño de una cadena de radio que llevaba su apellido, ya desaparecida. Y un tío suyo, Ministro de Hacienda, Vicepresidente del Gobierno cuando lo presidía José María Aznar, con un amargo final cuando fue encarcelado por varios delitos precisamente relacionados con el Fisco.
Los Rato, con sus luces y sombras familiares, vivieron etapas económicas muy prósperas y Patricia, en concreto, residía con sus padres en una confortable vivienda del madrileño barrio de Salamanca. Sus amigos pertenecían a la aristocracia y burguesía. Estudió Ciencias Políticas. Y pasó una temporada en Londres. Acabados sus estudios comenzó a trabajar en la empresa Mercasa. Tenía apenas veinte años.
Nunca había ido a los toros pero una amiga la animó para ir a un festejo a la Monumental de las Ventas donde esta tarde el cartel lo componían Rafael de Paula, Antoñete y Espartaco. Patricia cruzó su mirada con este último. Sin duda, le atrajo su físico. Se enteró de donde se hospedaba, el Hotel Palace, y trató de comunicarse con él por teléfono. No lo consiguió, por lo que dejó en la recepción una tarjeta, en la que figuraba el número de teléfono del despacho de la empresa donde trabajaba.
Al torero de Espartinas le llamó la curiosidad aquel gesto. Acostumbrado estaba a que más de una admiradora fuera tras él. Preguntó en su entorno si alguien sabía algo sobre ese apellido de la misteriosa mujer que le había dejado la tarjeta de visita. Y pudo enterarse quiénes eran los Rato. Al cabo de unos días se encontró con Patricia. La amistad prosiguió. Yo mismo pude captar la simpatía que había nacido tan rápidamente entre ellos, al compartir una cena en el Palace frente a los dos, en presencia de otros invitados, como los dos hijos de Lita Trujillo. Cuando comenzó el noviazgo también estuve junto a Patricia Rato en la plaza de toros de Trujillo, donde toreaba Espartaco. Durante sus dos faenas, ella, muerta de miedo, no dejó de arrebujarse en uno de los brazos de mi mujer, a la que llegó a pellizcar varias veces por su estado nervioso. Afortunadamente Juan Antonio salió triunfal de la plaza y lo felicitamos en su habitación.

Se querían mucho. Pero no deseaban una boda multitudinaria. Y para asegurarse que ningún periodista pudiera destapar su ceremonia nupcial decidieron casarse a una hora intempestiva del 7 de julio de 1991, pasada la medianoche, en presencia sólo de unos escasos familiares del novio porque nadie de la familia Rato aprobaba aquella unión. Tardarían meses en aceptar a Espartaco como miembro del clan.
Patricia, de veinte años, nueve menos que Juan Antonio, acostumbrada a vivir con toda comodidad en Madrid, no vaciló por amor en irse a vivir al campo con su recién estrenado marido. En la provincia de Sevilla, aunque luego en la capital también dispusieran de un piso. La diferencia no sólo social, sino cultural entre ambos no supuso problema alguno en su convivencia. Está claro que quien más se sacrificó fue ella. A los ocho meses de casados, tuvieron a su primogénita, Alejandra y después a Isabel y a Juan. Todo parecía bien en aquel hogar. Espartaco se había convertido en un ídolo del toreo, de los que más corridas lidiaba durante más de diez temporadas. Y consecuentemente ganó millones y pudo ofrecerle a su esposa toda clase de lujos y a sus tres hijos estudios superiores. Desde luego, Patricia nunca hizo gala de ser una mujer que gastara más de la cuenta. En mi trato con ella siempre la consideré sencilla, nada ambiciosa, sin presunción alguna. Encantadora.

Pero llegó la ruptura. La hicieron pública cuando estaban a punto de cumplir veinte años de vida en común, en 2011. Llevaban cinco años, aun bajo el mismo techo, distanciados. El torero se enamoró entonces de la abogada Macarena Bazán, que tenía un cargo importante en la Junta de Andalucía. Patricia Rato se volvió con sus hijos a Madrid, donde desarrollaron sus estudios universitarios. Sólo el ex-matrimonio volvió a encontrarse en la boda de su hija mayor, hace de esto un año. Procuraron no hacer daño a los hijos con declaraciones a la prensa, ni exponerse a reportajes, él por ejemplo con su nuevo amor. De ella nada se supo en el aspecto sentimental hasta que conoció a Javier Moro, el hombre que le ha devuelto la ilusión y la felicidad.


