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La lenta destrucción de Ortega Cano, dispuesto a todo por olvidar sus desgracias

Ortega Cano sigue en el centro de la polémica, muy a su pesar, ahora por culpa de su mujer y la productora de Sálvame.

Ortega Cano sigue en el centro de la polémica, muy a su pesar, ahora por culpa de su mujer y la productora de Sálvame.
Rocío Jurado, Rocío Carrasco y Ortega Cano | Gtres

José Ortega Cano, que cumplirá sesenta y nueve años en diciembre, cambió su vida de hombre sencillo, entregado a su profesión taurina, tras casarse con Rocío Jurado en 1995. Hasta entonces, para ayudar a su humilde familia cartagenera, vendía melones en un modesto puesto de fruta. Decidió que siendo torero podría resolver las precariedades de los suyos, de él mismo, claro. Le costó lo suyo. Huérfano de padre, fue su madre quien lo animó a seguir intentando triunfar en los ruedos y que desestimara la idea de hacerse banderillero. La adoraba, le hizo caso y la fortuna tan esquiva se alió con quien la historia del toreo lo señala como uno de los más importantes diestros entre finales de los 70 y la década siguiente.

Tuvo amores sin que lo apartaran de los ruedos. Pero Rocío Jurado era una mujer que admiraba desde hacía tiempo, la sabía felizmente casada en un principio con Pedro Carrasco. Éste y Ortega eran amigos. El destino reunió a la chipionera y al cartagenero hasta su espectacular boda en 1995. La muerte cruel de Rocío acabó con todas las ilusiones de José. Rumores los hubo acerca de que el matrimonio tenía discrepancias.

Pasaron desde luego por el desencanto de no tener hijos biológicos. Y entonces fue cuando él le insistió en adoptar a uno. O a dos, como así fue, en Cartagena de Indias (Colombia), año 1999, José Fernando, de seis años y Gloria Camila, de tres.

Ya viudo, desconsolado, José se refugió en el cariño de esos dos niños quienes, conforme llegaron a la adolescencia lo llevaron de cabeza, sobre todo el varón, pues la chica ha sido más consecuente. Dentro de sí, Ortega Cano no sólo sentíase muy solo, le faltaba algo, sentirse útil, echaba de menos los aplausos del ruedo, la nostalgia de sus tardes de triunfos, como aquella en la que indultó un toro en la Monumental de las Ventas, hito histórico. Y entonces, cuando ya se había retirado en 1998, protagonizó otras ausencias y retornos, lo que salvo Antoñete nadie como Ortega había hecho: porque no sabía a qué dedicarse, aunque se contentara con su ganadería brava y hasta algunas temporadas en alquilar su finca sevillana para eventos familiares y visitas de grupos de turistas y curiosos.

La depresión no le dejaba vivir. El permanente, obsesivo recuerdo de su esposa muerta; la soledad, sintiéndose sin gente a su alrededor que lo arropara y entendiera, salvo sus hermanos, porque ya su madre moriría. Y en ese tiempo no encontró mejor modo de encontrar paliativo mejor que la bebida. Se autodestruyó poco a poco, lo que desencadenaría su culpabilidad como conductor de su coche que, ocupando el carril contrario, chocó con otro, ocasionando la muerte de quien lo ocupaba. El propio José estuvo a las puertas de la muerte. Celebrado el juicio ingresó en prisión en 2014. Indemnizó a la familia de la infortunada víctima. Y pasó un año durísimo en una cárcel de Zaragoza, que él mismo eligió para estar cerca de su abogado defensor. Iba a visitarlo una atractiva mujer, a la que había conocido dos años antes, vendedora de frutas en un pueblo gaditano: Ana María Aldón. Entre ambos surgió la pasión. Y para no romper su vínculo sentimental ella aceptó alquilar un apartamento en la capital aragonesa, lo que le facilitaba encuentros con José en la dependencia carcelaria, de la que pudo salir un año más tarde cuando obtuvo el tercer grado, que le permitió la semilibertad.

Ana María había tenido otra relación anterior, de resultas de la cuál fue madre de una niña, Gema, hoy de veintisiete años. Ya viviendo en Sevilla y otras temporadas en Madrid, José Ortega Cano y Ana María resolvieron casarse civilmente en 2018 en una notaría zaragozana. Habían tenido un hijo, José María, cinco años antes. Pero más adelante surgieron las primeras broncas de la pareja, azuzadas por familiares de Rocío Jurado, a través de sus declaraciones en programas del corazón y revistas del ramo. La hija de la recordada artista pronunció ciertas puyas contra su padrastro. Todos esos líos, unidos a los problemas que le venía ocasionando su hijo adoptivo, llevaron a José Ortega Cano, ya de por sí con la carga de su pasado carcelario, a una situación que fue socavando su integridad psicológica. Y física también, afectándole al corazón y sufriendo otros soliviantos en su quebradiza salud.

Los directivos de una cadena de televisión contrataron a Ana María Aldón como contertulia de Viva la vida, púlpito en el que con gran desenvoltura, la antigua frutera reconvertida en diseñadora, ha puesto de perejil a la familia política de su marido y de paso, dedicando a éste alguna que otra invectiva. Ello ha dado motivo a que se especulara sobre la separación del matrimonio que a día de hoy no se ha producido. Por su parte, Ana María ha quitado algo de hierro al feo asunto diciendo que ahora lo que toca es estar pendiente de su hijo José María, al que los dos llevaron hace pocos días al colegio, no sin intercambiar ciertas miradas poco amistosas.

En este trance insoportable de un culebrón televisivo que no acaba entre la familia Mohedano Jurado y de refilón la de Ortega Cano y la Aldón, el matador de toros retirado desde 2017 en su entrañable coso de San Sebastián de los Reyes, pensó intervenir en un próximo festival anunciado en la Maestranza sevillana para el 12 de octubre, a beneficio de la Bolsa de Caridad de la Hermandad de Jesús del Gran Poder. Su organizador, otro torero de ayer, Emilio Muñoz, contaba con el novillero Álvaro Burdiel, que apodera Ortega. Y éste, en un repentino gesto, le dijo a Emilio que fueran juntos a elegir dos becerros para que también él se vistiera ese día de corto. A sus cerca de sesenta y nueve años, era una locura, pues Muñoz le hizo saber que en la Maestranza no iban a salir becerros, sino novillos-toros. Y Ortega se cayó del guindo.

Ahora, para olvidarse de toda esa carroña que hay a su alrededor en esos ataques continuos que recibe, a veces sin olerlo ni comerlo, injustamente, Ortega Cano trata de olvidarlos con su apoderamiento al citado novillero, al tiempo que desea en este mismo mes de septiembre inaugurar en San Sebastián de los Reyes un museo que llevará su nombre repleto de sus trajes de luces, carteles, fotografías, recuerdos en suma de su carrera taurina que, repetimos, es la de un grande de nuestra fiesta, a pesar de algunas temporadas grises cuando irresponsablemente reapareció en los ruedos. Otra cosa es su vida privada, llena de complicaciones, tristezas, dolor… Ha pagado muy alto ser torero, estando a las puertas de la muerte más de una vez. Y también un elevado precio desde que se emparentó con los tanto mencionados aquí Mohedano-Jurado. Merecería vivir ya de una vez tranquilo, sin acoso de nadie, pues siempre lo consideramos, salvando su etapa alcohólica, un hombre cabal.

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