
La actriz norteamericana Valerie Perrine lleva desde 2017 enferma de gravedad, víctima del llamado "mal de Párkinson", enfermedad que, a partir de entonces, fue causa de que abandonara definitivamente su actividad artística. Sin ser una estrella memorable, sí que se la recuerda por su destacada intervención en las dos primeras películas de Superman, aunque ya no tomó parte en otras dos secuelas, concluídas en 1987 cuando él éxito de aquellas no volvió a repetirse en las pantallas.
Valerie tenía un cuerpo deslumbrante: rubia explosiva, con un busto prominente y unas caderas de escándalo. En Superman incorporó el personaje de la señorita Eve Teschmacker, pareja de un execrable criminal. Antes de que le llegara aquel papel que cambió su vida, esta atractiva mujer hija de un oficial del ejército norteamericano y una bailarina, originaria de Galveston, estado de Virginia, había sido modelo, "vedette" en un casino de Las Vegas, y elegida para la portada y páginas centrales de un número de la revista Playboy, donde mostraba parte de sus muchos encantos físicos. Se inició en el cine con una película de porno blando y quedó para la pequeña y anecdótica historia de la televisión estadounidense como la primera actriz en mostrar sus lindos pechos en una serie, mientras se duchaba lenta y plácidamente. Ni qué decir que en esos primeros años 80, le supuso dicho sea al respecto "un baño de publicidad", y críticas de una parte pacata de la sociedad, cuando ya no llamaban tanto la atención esos escándalos sobre la moral, como en décadas anteriores.
Nuestra protagonista repitió algunas veces más esos arquetipos sexuales en algún filme de mayor entidad, como lo fue Lenny, de Bob Fosse, estrenado en 1974, donde era la "stripper" de un local en el que asida a una barra metálica iba deslizándose hasta quedar ante la clientela masculina completamente en pelotas. Aquello debió hacerlo tan bien que en el Festival de Cannes de la época la premiaron por su interpretación. No todo en la historia del teatro y el cine ha de ser una representación de Macbeth, por poner un ejemplo shakespiriano. Después, fue la ex esposa de Robert Redford, en el argumento de El jinete eléctrico, cinta de 1979. Y ya, tras haber participado, como decíamos, en Superman y su segunda parte, la estrella de esta aspirante a gran estrella, valga la redundancia, fue apagándose hasta sus dramáticos días por su incurable enfermedad.
Nadie podrá quitarle los muchos momentos voluptuosos de su vida, pues amantes tuvo a porrillo, detrás de su escultural figura, aunque nunca se casó, según hemos investigado. Les contaremos unos cuantos, los más conocidos, puesto que tuvo parejas con actores aquí ignorados. No lo era desde luego el ex de Barbra Streisand, el siempre divertido Elliot Gould, grandullón simpático con el que por cierto pasé un feliz rato mientras lo entrevisté en un hotel madrileño. Si Valerie Perrine se reía junto a él mientras retozaban en la cama, compartió también sus buenos ratos con un galán de acreditada notoriedad en la pantalla, Jeff Bridges. Del tinglado musical tuvo como compañero de felices noches de pasión durante una temporada al muy disputado por las féminas, el rockero incombustible Mick Jagger, siempre sacando su lengua a la menor ocasión que se prestara su ligue de turno. Y Valerie lo fue, amén de encamarse con otros personajes ajenos al mundo del espectáculo pero con apellidos de renombre. Uno de ellos, Steven Ford, hijo de Gerald, el ex presidente de los EE.UU. Y el otro, Dodi Al Fayed, heredero de los muchos millones de su papá, que no dejaba escapar a ninguna dama que le apeteciera, la última por desgracia la infortunada Diana de Gales, ambos como es harto sabido muertos trágicamente en coche bajo los puentes de París, mientras los perseguían implacables "paparazzis" una madrugada agosteña. Aquellos amores apenas ya los recuerda en ahora su lecho de dolor esta hoy irreconocible físicamente Valerie Perrine. Que no ha sido la única en ser víctima de una especie de maldición que pesa sobre varios de sus compañeros en Superman, el principal, su protagonista, Christopher Reeve.
Quien naciera en Nueva York en 1952 y fue el héroe de aquel comic llevado a la gran pantalla en 1978 y años sucesivos por las cuatro secuelas, alcanzó extraordinaria fama mundial interpretando a un periodista tímido y algo torpe, que escondía su atractivo masculino tras unas amplias gafas, llamado Clark Kent. Y que luego, sorprendiendo a su enamorada, volaba por los cielos de la gran ciudad embutido en una ajustada vestimenta azul cubierta con capa roja, para descubrir a los malvados que cometían sus crueles delitos. Fue una buena decisión de los productores y el director, Richard Donner, dada su contextura física, aire atlético, no en vano, a su estatura de un metro y noventa y tres centímetros, sumaba sus habilidades deportivas: buen nadador, practicante de hockey sobre hielo, y jinete de probada destreza. Sin embargo, el destino le tenía guardada una trágica caída mientras montaba uno de sus caballos durante un concurso de saltos de obstáculos celebrado en el estado de Virginia.
Era el malhadado 27 de mayo de 1995 cuando se produjo el fatal accidente que le causaría la muerte nueve años más tarde, tras una larga etapa de dolor e infortunio al quedar tetrapléjico. Su inesperada despedida del cine sería, pocos meses antes de ese drama, en el mismo año en el que éste sucedió, con la película El Pueblo de los Malditos. Se fracturó dos vértebras cervicales, seccionada la médula espinal, quedando a merced de la respiración asistida; operado, únicamente recuperaría los movimientos de sus dedos de la mano izquierda. Creó una Fundación para enfermos como él, paralíticos sin esperanza de cura. Alguna vez pasó por momentos en los que quiso quitarse la vida, idea que su esposa pudo alejarle de sus pensamientos. Antes de casarse con la actriz-cantante Dana Morosini, con la que tuvo un hijo, mantuvo relaciones con una agente británica de modelos, a la que conoció rodando Superman, Gae Exton, que le dio un par de retoños. Se separaron en 1987. Y su definitiva mujer es la que estuvo a su lado hasta el final, renunciando a su carrera artística. Christopher Reeve falleció en 2004 y dos años más tarde, víctima de un cáncer de pulmón, sin que ella fumase, se fue tambuién de este mundo Dana.
Si esas tres desapariciones de quienes estuvieron ligadas a Superman no fueran suficientes considerando la película como maldita para varios de sus protagonistas, añadimos otros casos. El de Margot Kidder, la actriz que dio vida a Lois Lane, la compañera de Clark Kent, los personajes de la ficción cinematográfica. Y que falleció, a causa de un trastorno bipolar, enferma mental en sus últimos años de vida. No sería la única del reparto de Superman, pues el bebé que iba a ser de mayor un super héroe, Jor-El, que era Lee Quiqley en los títulos de crédito, acabó tempranamente a los catorce años yéndose de este mundo por inhalar una sustancia tóxica. Y quien hacía del padre de tal recién nacido, nada más dar comienzo la película (no era otro que el celebérrimo Marlon Brando) también terminó de malas maneras, no sólo por su desordenada vida, ostensiblemente obeso, a consecuencia de una fibrosis pulmonar. Asimismo, el reconocido actor de color Richard Pryor, activo en comedias de ácido humor, que era Gus Gorman, otro de los villanos de Superman, padeció esclerosis múltiple, hasta su final en 2005. Existe una lista de otros actores de reparto, algún técnico, autores del comic y de la producción, quienes por unas u otras razones, también sucumbieron. Podría ser exagerado pensar que en su totalidad eran tributarios de tal supuesta maldición de Superman. La realidad es terca. Paradoja resulta, como resumen del drama, que un héroe ficticio dotado del sueño de Ícaro para volar, fuera interpretado en la pantalla por quien acaból sin capacidad de movimientos. Y que su amor de película terminara en la vida real de su protagonista con sus facultades mentales trastornadas. Y que una bellísima y despampanante Valerie Perrine, con la que iniciábamos este texto, vea su presente e inmediato futuro sin esperanzas. El cine es magia; la vida, durísima a veces para quienes lo hacen posible.

