
Gérard Depardieu, el más celebrado actor francés de los últimos tiempos, no ha tenido más remedio que suspender una peculiar gira musical porque en todas las ciudades donde iba no cesaba de recibir gritos y denuestos, acusándolo de violador. Lo cuál no es nada nuevo en él, pero el pasado mes de abril fueron trece mujeres las que decidieron denunciarlo ante la justicia. Años atrás ya se habían hecho públicas otras denuncias en el mismo sentido, que acabaron por desvanecerse. Depardieu negaba haber cometido esas agresiones sexuales a compañeras de trabajo, actrices, maquilladoras, chicas de reparto, "extras"…
Es significativo que aunque no haya abandonado nunca su faceta de actor cinematográfico, se haya atrevido a cantar en público, lo que se desconocía en su biografía artística. Mas bien recitando, porque aunque su voz de actor sea notable, no lo es en su deriva de intérprete musical. Solía en esa gira recurrir a éxitos de Bárbara, aquella cantante francesa, con aire existencialista "a los Gréco", que siempre vestía de negro, a quien recuerdo haberla escuchado en directo con su voz grave y el aliento poético de sus letras, la más divulgada de todas ellas con el título de "El águila negra".
Iban muchos espectadores a los recientes recitales de Gérard Depardieu, sobre todo mujeres. Que se desgañitaban insultándolo por violador, repetimos. ¿No hubiera sido más razonable eludir su presencia? Pero, no: sacaban su localidad para no dejarle cantar. Una protesta que no les salía gratis a esos asistentes, de distintas ciudades galas. Al actor sí que le supone un agravio indudable. Un incidente repetido, no en uno o dos ciudades, sino en alrededor de una quincena. Evidentemente se vio obligado a suspender, bien por propia decisión, o también por la de los empresarios. El caso es que, ahora mismo, Gérard Depardieu atraviesa el peor momento de su vida profesional. No se explica por qué le ha dado por cantar cara al público. En las salas cinematográficas nadie le insultaba. Porque entre otras cosas sus interpretaciones eran excelentes; las últimas, en Maigret, personificando al célebre comisario novelesco, o como un "chef" en crisis en El sabor de las cosas simples.
Todo lo negativo que se escriba sobre su vida personal es poco, propio de un turbio personaje, que ya contaba en sus memorias algo más propio de una película de cine negro, sin importarle detallar con precisión episodios desagradables, como centro de un montón de escándalos desde su más tierna edad, lo que resumimos acto seguido.
Nació en 1948 en la localidad francesa de Châteauroux, dentro de una familia de varios hermanos, con un padre alcohólico, analfabeto, que maltrataba a su mujer. Ésta no había querido tener hijos, sobre todo el que iba a llamarse Gérard Xavier Marcel Depardieu, quien relataba que por poco no llega al mundo, pues la autora de sus días pretendía abortarlo. Así es que, desde ese instante en que nace, ya parecía un proscrito, predestinado para una horrible existencia por los antecedentes enunciados. Y como en casa todos pasaban hambre, Gérard, el más dispuesto de la familia, decidió ganarse el pan por su cuenta y riesgo.
A los diez años ya se prostituía con camioneros en busca de "carne fresca". No dejó la adolescencia sin mostrar otras habilidades propias de un delincuente pionero: robando coches, o ya jovencito ejerciendo de contrabandista de tabaco o vendiendo toda clase de drogas. Como era de constitución atlética, pese a las carencias alimenticias que pasó de chico, no le fue difícil ser contratado como portero de varias salas de fiesta. También se distinguió en su círculo íntimo por prestar sus servicios sexuales a señoras maduras, lo que en su idioma es ser un "gigoló", y en épocas de menos ingresos oficiando de chulo.
Viviendo en París, siempre "a la buena de Dios", en pos de nuevas aventuras, dio en acudir a un casting cinematográfico, prueba que superó cuando un realizador, tras conocerlo, le alentó para que se dedicara al cine. Recibió unas clases primarias y a partir de 1974 se convirtió en un afortunado protagonista de la película que, en español, se tituló Los rompepelotas. Su ascensión fílmica resultaría imparable. Fue un magnífico Cyrano de Bergerac y un no menos admiradísimo personaje del comic llevado a la pantalla rememorando las aventuras de Obélix, el héroe de las Galias. Ya obeso, esa apariencia física le ayudó para ello. Hasta la fecha su filmografía es pródiga en éxitos, que superan alrededor de setenta o más títulos; no todos proyectados en España donde siempre hemos echado de menos más exhibición de películas francesas. Y Depardieu, insistimos, es el actor favorito de sus compatriotas desde hace tiempo, cuando ya hace tiempo desapareció el mejor de todo, Jean Gabín, o el no menos adorado Gérard Philipe, después Belmondo y también Delon. Era previsible que tarde o temprano el ministro de Cultura lo honrara con prebendas, y el Gobierno en pleno con la Legión de Honor. Enhebré un corto diálogo con él la última vez que pasó por Madrid. Estuvo muy cortés conmigo. Supe que había invertido en unas bodegas castellanas, por su afición al vino.
Depardieu sólo se casó una vez, en 1970 con la actriz Elizabeth Guinot, con quien tuvo dos hijos, el primogénito Guillaume muerto a los treinta y siete años de resultas de una neumonía, lo que supuso para el actor un dolorosísimo trance. Luego, tras divorciarse en 2006, no quiso ya matrimoniar más después, pero tuvo dos hijos más, de sus ocasionales romances. Muchas fueron sus amantes, la más conocida Carole Bouquet, bellísima, encantadora actriz, con quien convivió durante el periodo comprendido entre 1997 y 2005. Rompió con ella para estar con Clémentine Igou, que desde ese citado último año continúa siendo su compañera.
Decidió Gérard Depardieu en 2013 abjurar de su ciudadanía francesa y sus creencias religiosas, si es que las tenía por lo que diremos enseguida. Y es que optó por marcharse a Rusia, fijar su residencia en la capital de Mordovia, Saranks, recibiendo de manos del mismísimo Vladimir Putin su nuevo pasaporte que lo acreditaba como ruso. En 2020 hasta quiso ser bautizado en una iglesia ortodoxa. Se especuló sobre aquella decisión poco patriótica del gran actor, quien alegaba huir del Fisco galo, donde pagaba el setenta y cinco por ciento de sus ganancias, por la ley impulsada por el entonces primer ministro Hollande, gravando las grandes fortunas del país. Pero también hubo voces pensando que Depardieu se iba lejos de Francia (primero a un pueblo belga, en la frontera con aquella) para evitar que lo juzgaran por violador.
Cuando Putin invadió Ucrania, parece ser que Depardieu se planteó dejar su ciudadanía rusa. En todo caso ya hacía tiempo que se desplazaba a Francia para rodar nuevas películas. Además, no hace muchos meses dio un nuevo vuelco a su modo de vida, instalándose en los países árabes. No se ha podido confirmar si ha solicitado allí también un pasaporte, pero el caso es que se le ve a menudo en Dubái, donde tiene un barco con el que practica pesca de altura, atunes. También posee otro en Estambul. Navega a diario, si no tiene otro rodaje cinematográfico. Va a la deriva muchas veces. Así se olvida de sus preocupaciones, de las denuncias que lo persiguen. Por eso cualquiera de sus embarcaciones le sirven de hogar. Hasta allí es complicado que le llegue alguna denuncia judicial.

