
Carmen Sevilla despertó siempre, desde muy jovencita, la admiración de los hombres. Pero ella presumió siempre de ser mujer recatada, conforme a la educación religiosa que había recibido y a la moral de la época, en una sociedad pacata que situaba a las féminas en condiciones hoy por fortuna superadas. Ella nos dijo, recordando esos años juveniles, que debía ir vestida sin dar motivo de escándalo, muy decente. Y que a las diez en punto de la noche debía estar en casa, como tras chicas de su edad. ¡Ah, y de besos con los moscones que se le arrimaban, nada de nada!
Ocurrió una reveladora anécdota cuando rodó la película Jalisco canta en Sevilla, fechada en 1948, en sus comienzos ante las cámaras. El protagonista era el galán charro Jorge Negrete, quien tenía que besar apasionadamente en una escena a la entonces Carmelita Sevilla, como se anunciaba. Y al enamoradizo mexicano le fue imposible rodar semejante momento: "¡Pero si tú podías ser mi hija, chiquilla…!". Y el director, Fernando de Fuentes, aceptó que aquel beso fuera simulado. Por cierto que uno de los días apareció en los estudios, para saludar a Negrete, un compatriota, gran amigo suyo, el matador de toros Carlos Arruza, rival de "Manolete" en los ruedos. Distraídamente, conduciendo su imponente "Cadillac", el torero entró en los estudios y a poco atropella a Carmen, quien una vez repuesta del susto, llamó de todo menos guapo a aquel conductor, sin advertir quién era. Luego, volvieron a reencontrarse en el mismo sitio, el de los estudios cinematográficos. Y en una situación inesperada. Resulta que ella tuvo un pequeño percance y cayó al vacío, momento en el que unos fornidos brazos la tomaron en el aire. El afortunado portador, que libró a la actriz de un seguro porrazo en el suelo era… Carmen Arruza. Y ya se sabe: del odio… al amor. La vez que más cerca estuvo del casorio Carmen Sevilla fue a comienzos de la década de los 50, con aquel atractivo diestro mexicano. Carlos Arruza, la acompañaba todos los días hasta el anochecer, a las puertas de donde entonces vivía ella con sus padres, en un piso de alquiler en la calle de Chinchilla, a espaldas de la madrileña Gran Vía. Donde se besaban con cierta contención, pues la novia seguía siendo muy pudorosa. Él le propuso matrimonio, con la condición expresa de que abandonara su carrera de actriz. A lo que ella dijo nones. Enfadadísimo tras las calabazas recibidas Carlos Arruza se casó pocos meses después con otra ocasional conquista.
Entre los años 1950 y 1953 rodó entre otras películas tres al lado de Luis Mariano. El tenor irunés se había convertido en el "rey de la opereta" en Francia, y amén de sus espectáculos teatrales en el Châtelet de París también protagonizaba películas de corte romántico y musical. Estaba enamorado de Carmen y no paró hasta que fuera su pareja en la pantalla. La agasajó, llenándola de obsequios, invitándola junto a sus padres a su fabulosa mansión parisiense. Y hasta le pidió casarse. Pero la sevillana no "picó" en ese anzuelo. Me diría, ya muerto aquel galán de bella y potente voz con ademanes femeninos que tenía en su mesita de noche un retrato de su enamorada: "Se lo dije de las mejores maneras varias veces. Mariano, yo no puedo ser tu mujer… Tú eres diferente… No seríamos felices…". Durante unos años, desde mediados los años 50, Carmen no viajaba sola, sino con "carabina", como se decía por aquel tiempo. Era su madre, doña Flora, quien vigilaba sobre todo a los que se atrevían a rondar a su primogénita.
Cuando cruzó el Atlántico para actuar en la Cuba castrista en el verano de 1959 dejó en Madrid a un novio al que nunca quiso citar en sus "memorias", varias veces relatadas en revistas y en algunos libros biográficos: se apellidaba Yuste y era estudiante de Ingeniería. Quien le escribía encendidas cartas de amor al hotel Hilton, de La Habana. Diariamente. Misivas que jamás llegaron a manos de su destinataria, por la sencilla razón de que iban dirigidas a nombre de Carmen García Galisteo y allí no la conocían por su verdadera identidad, sino por su sobrenombre artístico. De aquel pretendiente, nada más se supo. Una relación fugaz y semisecreta. Carmen Sevilla se fue luego a Santo Domingo, donde a poco de llegar, un hijo del dictador dominicano, Rafael Leónidas Trujillo, trató de "llevársela al huerto". En las fiestas que daba en honor de nuestra compatriota se hallaba un cuñado de éste, el reputado "play-boy" Porfirio Rubirosa, que no le quitaba ojos de encima, contemplando a la estrella sevillana. De vuelta a La Habana, Carmen coincidió en el avión con Ava Gardner, que había agarrado una buena melopea. Lo que no le impidió escuchar de labios de aquella que Frank Sinatra "le tiró los tejos" más de una vez en Madrid. Y Ava la miró, comprensiva, cuando ya había acabado su matrimonio con el cantante de los ojos azules, a quien seguía amando en silencio. No fue sólo Sinatra quien trató de encamarse con ella, enviándole ramos de flores diariamente por una temporada. También Yul Brynner trató de convertirla en su amante, sin lograrlo.Un millonario panameño, de nombre Carlos Eleta, propietario de una cadena de radio y televisión, varios periódicos y una marca de cigarrillos, no dejaba a la sevillana ni a sol ni a sombra. Y ella lo esquivó, dándole puerta.
Le siguió en parecido trance el empresario del teatro bonaerense de la Ópera, Pancho Lococo. "No puedo vivir sin ti", le decía el argentino, tan forrado de dinero como de pasión. Y Carmen hacía caso omiso. Por cuanto les digo, nada le importaba el dinero. Era luego un rico chileno quien le hizo la corte, empresario de cines y teatros, Lucho del Villar, quien la seguía a todas partes. Estaba casado pero le instó a "la Sevilla" que, si le daba "el sí", se divorciaba en seguida. Lo chusco fue que en Uruguay y en Perú, donde actuaba ella, coincidieron Villar y Lococo, sin verse entre ellos. Como un vodevil. Carmen Sevilla jugaba con ambos, almorzando con uno, cenando con el otro… Con razón, su madre le advirtió: "¡Chiquilla, cuidado con esos hombres, que son mayores que tú y saben latín…!". Lucho se gastó medio millón de dólares en sus trámites de divorcio y cuando le confesó a su amada que ya era un hombre libre y podían casarse… Carmen Sevilla se hizo la inocente: "Yo, según mis principios, no podría ir al altar con un hombre que ya ha estado casado con otra". Villar se fue por donde había llegado, acariciando un valioso anillo de pedida que ella no quiso aceptar bajo ningún concepto. Más adelante, el mujeriego pero educado y correcto galán italiano Raf Vallone "se coló" por Carmen, rodando en tierras manchegas la película "La venganza". Y como también era casado, nada consiguió. Nuestra compatriota tenía fama entre los hombres de "hacerse la estrecha". Podía coquetear un poco y cuando el conquistador de turno creía tenerla "en el bote", ella les decía "¡adiós, muy buenas!".
En México, Mario Moreno "Cantinflas" se enamoró el primer día que la vio. Y ella le rechazó una y otra vez cuantas joyas quiso regalarle, de mucho valor. Enterada Lola Flores de que había rechazado un diamante, le espetó: "¡Carmen, te has vuelto loca! ¡Pero si a Mario le sobra el "parné" y sólo quiere quedar bien contigo!". Y Carmen: "¡Que no, Lola, que si acepto terminamos en la cama, y yo no quiero. Soy virgen y así seguiré hasta que un buen hombre me lleve al altar!". Lucho Gatica, haciendo juego con el apellido, trató de "engatusarla", cantándole al oído "El reloj", pero ni por esas… En el mes de enero de 1960 hubo una revuelta árabe, que sorprendió a Carmen Sevilla en Orán. Muerta de miedo en un hotel, no encontrando mejor refugio fue a esconderse ¡en una cámara frigorífica! Si no llega a tiempo su representante, a poco se convierte en una barra de hielo. Y el 23 de febrero de 1961, por fin se sintió feliz junto "al hombre de su vida", ese que esperaba largo tiempo guardándole su virtud, en la Basílica del Pilar en Zaragoza.
La pena es que Augusto Algueró Dasca no fue el marido que había soñado tanto tiempo. Diez años después, Carmen me contaba, fuera de sí: "¡Lo que no le consiento es que de madrugada se pasee con cualquier puta de la Gran Vía y luego venga a acostarse conmigo como si nada…!" Y así, en 1973 empezó a convivir con el empresario Vicente Patuel, hasta que pudo casarse con él en 1985, quien acabaría "coronándola" también en algún furtivo viaje a Cuba en pos de la primera "jinetera" que le hiciera caso. Carmen Sevilla enviudó el 24 de abril de 2000, cansada de estar con las ovejitas de la finca de su difunto, negocio en ruina al que ella aportó no poco capital. Su declive coincidió con que TV.E no le renovó el contrato para seguir presentando "Cine de barrio". Acababa así una brillante carrera artística con setenta y cinco películas en su filmografía, más de un millar de galas cara al público, medio centenar de coplas grabadas… Una mujer de gran belleza y simpatía, adorada tanto en España como en muchos países de habla hispana. La que buscó la felicidad, sólo se entregó a dos hombres que aunque la hicieron feliz algún tiempo luego no supieron ser fieles y corresponderla como ella se merecía.

