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Katy Mikhailova

Normalicemos parir y embarcar con maleta

Lo de la lactancia se está yendo de las manos, como si dar el pecho fuera algo reciente.

Lo de la lactancia se está yendo de las manos, como si dar el pecho fuera algo reciente.
Cristina Pedroche | Instagram

Esta "microindustria" que es la "lactancia" supone que haya más libros del tema que lectores. Aunque sea generar riqueza a la par que pobreza vital, creo que se nos está yendo de las manos (o de los senos). Como si lo de dar el pecho fuera algo reciente. O decente. A ver, sí, me estoy pasando. Puedo. Es prosa y poesía para él sentido del humor.

Organizar un festín solo para desvelar el sexo del bebé, bajarse aplicaciones de móvil para aprender a interpretar el embarazo y llenarse de pegatinas la tripa para "reforzar" el abdomen tras el parto son otras tantas señales de que no sabemos ya sobrevivir. Basta. Normalicemos estar ante el marisco.

El linchamiento a Cristina Pedroche esta semana a raíz de un post compartiendo que "vuelve a estar en forma" en su Instagram denota la decadencia humana por ambas partes: tanto para la que alardea de todas estas frivolidades -porque, admitámoslo, es frivolo hasta decir basta- como para aquellos que se ofenden de lo que escribe (cientos de mensajes de madres doloridas por el post de la vallecana). Tremenda simpleza a la que estamos sometidos.

Deberíamos dejar de hablar y escribir de Pedroche y Pedrochas, permitir que la libertad de cada celebridad (rima aparte) fluya; y darle, en su lugar, un espacio en nuestro tiempo libre a mirar en nuestro interior. Sí, en mayúsculas. De dónde venimos, adónde nos dirigimos y porqué la envidia y la rabia se apodera de nuestro ser cuando vemos éxito ajeno. La envidia aflora cual instinto de comparación que recuerda que uno es menos que la influencer de turno. Mucho debemos trabajar la autoestima.

Les escribo desde la República Dominicana, país que me ha recibido, desgraciadamente, con un visionado, ajeno a mi voluntad, de mi maleta facturada. Dicho de otra manera: algún ser de escasos valores la ha abierto en el aeropuerto (en ese misterioso espacio en el que las maletas conviven antes de ser devueltas a sus propietarios), rompiendo el candado y en búsqueda de algún objeto de valor que, por supuesto, no existía (no voy a facturar una maleta con ninguna pertenencia relevante). Pero sí: error en facturar una maleta tan vistosa repleta del monograma de una marca conocida.

Genera vulnerabilidad emocional que tu lencería (y el compartimento transparente en el que estaba ubicada) haya sido revuelta por algún ser extraño. Menos mal que al menos eran bragas sin estrenar.

Mi maleta salió la última de la cinta, pese a que tenía que haber aparecido relativamente cerca en tiempo y espacio que la de mi acompañante.

Durante ese tiempo en el que iba apareciendo el equipaje de todos los viajeros de mi vuelo, un tramo especial de casi media hora, analizaba cómo las maletas iban aterrizando en una cinta como si de ganado se tratara.

Pero la gente se reencontraba feliz con sus maletas. Y yo sentía envidia por esa falsa felicidad. Que no te la pierdan, resulta todo un mérito.

Hacía años que no facturaba mi maleta (trato de viajar con lo justo para embarcar con ella, de ahí que decidí decir despedirme de las compañías low cost en las que por el sobrepeso de la maleta te impedían estar con ella).

Pero ahí la muchedumbre se abalanzaba con felicidad y euforia hacia sus bultos. Lógico. Yo estaba ansiosa de hacerlo. Incluso algunos los recibían con algo de miedo (no vaya a ser que no les dé tiempo a recogerlo y el equipaje desaparezca de la cinta por arte de magia, o hurto).

Y nada. Ahí estaba yo, yo misma, y mi iPhone, tratando de "pillar" los wifi, abocada a la máxima soledad y aguardando la llegada de una herramienta que, en verdad, no contenía más que vestidos de lino y bañadores low cost, muy acorde al vuelo en el que pasé 8 horas cual sardina enlatada, leyendo, por cierto, 100 años de soledad de Gabriel García Marquéz (una fantasía el capítulo sobre la "pandemia del insomnio" del que pienso escribir).

Esto es lo que tiene viajar. Que enriquece el alma. O no. Por suerte este ultimo episodio al que he sobrevivido no es más que una anécdota que recuerda que lo importante no es el complemento sino la emoción que te llevas. Felices vacaciones para el que las tenga, en Salamanca o Varadero.

En Chic

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