
Esta semana he hecho una mudanza. No de las que se anuncian en Instagram con cajas de diseño y frases tipo "nueva etapa", sino una de verdad. De esas que implican subir cuatro plantas sin ascensor, abrir armarios que no deberían existir y enfrentarse al pasado… y a la cantidad de ropa absurda que una puede acumular desde la adolescencia.
La casa familiar de Las Rozas ha sido vendida (una de esas con escaleras de mármol Macael, o algo parecido, oxidado como el alma de quienes aún decoran según catálogos de finales de los 90). Todavía hay gotelé en las paredes, y mi antiguo despachito con vistas al jardín acumula libros y más libros, como una cápsula de lo que quise ser. Iba para filósofa, o eso decía yo. Ahí siguen los tomos subrayados de Nietzsche y su teoría del superhombre, junto al fenómeno de Immanuel Kant y algún manual de sociología básica firmado por Durkheim. Una vez soñé con entender el mundo. Ahora me basta con poder vaciar una casa.
En la última planta, un altillo que parecía un vertedero fashion, me reencontré con prendas que ni recordaba. Desde trajes de Dolce & Gabbana o bolsos de Loewe hasta vestidos de mercadillo. Toda una orgía textil de culpa, nostalgia y preguntas existenciales.
¿Realmente necesitamos tanto? Ese mantra budista de "no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita" siempre me pareció frase de taza. Hasta que me encontré debatiendo con mi madre si subir todo a Vinted o directamente donarlo. La verdad: entre dos empresas, eventos, firmas y vidas paralelas, me saldría más rentable regalarlo todo. El capitalismo emocional de la moda, esa necesidad de estrenar en cada evento, debería tener también su punto de reciclaje espiritual.
Entre cajas apareció una de Barbies. La rubia perfecta, la ejecutiva, la sirena, la astronauta. Cada una más femenina que la otra. Pensé en los niños de hoy. No tengo muy claro con qué estética —y con qué ética— están creciendo. La Barbie era femenina, sí, con todos los clichés y estándares que eso conlleva, pero al menos era nítida. Hoy, entre tanta oferta ideológica, no sé si los juguetes enseñan algo o simplemente compiten por likes.
Madrid se va vaciando. Julio se diluye. Y en ese silencio estival encuentro algo parecido al placer. Esta semana presentamos el número de verano de FEARLESS con Karla Sofía Gascón —Karla con K de kilómetro cero y de kilómetro infinito— en un espacio nuevo en pleno Barrio de Salamanca: Kerámikos. Una oda al diseño, al lujo silencioso y a los materiales nobles que no necesitan gritar para hacerse notar.
También he comido. En Tatel, por ejemplo, donde descubrí un aguacate a la brasa con gambas al ajillo que merece más atención mediática que muchas bodas con photocall. O en Acholao, en el corazón del barrio madrileño de Justicia, la última apertura del famoso grupo Quispe. Su carta es breve pero muy bien pensada. Y aunque yo me he tomado una temporada de detox de alcohol, sus piscos son, sencillamente, una fantasía.
Y sí, se celebraron los premios de la Academia de la Moda. Glamour, discursos sobre sostenibilidad y copas de champán en equilibrio precario sobre plataformas imposibles. Todo en orden.
Lo que no estaba en orden —o quizá lo estaba demasiado— fue la semana de Lamine Yamal. Primero, una fiesta de cumpleaños con señoritas de compañía que ocupó titulares y timelines a partes iguales. Días después, firma de contrato y presentación oficial en el campo. Y, para rematar, la aparición junto a su abuela, envuelta en un pañuelo tradicional que evocaba más el pudor religioso que el desfile mediático anterior. ¿Estrategia de blanqueo emocional? Probablemente. Porque nada calma mejor el ruido de una polémica que la figura de una abuela, especialmente si lleva un look entre devoto y Hermès.
No seré yo quien juzgue los contrastes familiares, pero hay algo profundamente simbólico en esa secuencia. La hipersexualización precoz, el folclore futbolístico, la abuela como última forma de legitimación moral. Qué necesidad, me pregunto, mientras entierro Barbies, doblo camisetas y trato de regalar trajes que alguna vez me hicieron sentir importante.
