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Amando de Miguel

Los 'pies polvorientos'

Los hodiernos 'pies polvorientos' no son fundamentalmente mercaderes o saltimbanquis como antaño, sino ávidos compradores de todo lo que puedan encontrar en sus traslados.

Los hodiernos 'pies polvorientos' no son fundamentalmente mercaderes o saltimbanquis como antaño, sino ávidos compradores de todo lo que puedan encontrar en sus traslados.
Turistas en Madrid | Europa Press

En la Edad Media centroeuropea se asiste a un renacimiento de las ciudades o burgos con el auge del comercio y de un nuevo estrato social desligado de las relaciones feudales. Se les llamó pies polvorientos, expresión crítica para indicar su propensión a trasladarse de un lugar a otro para aprovechar mejor los días de mercado y los privilegios fiscales. Después de siglos de estancamiento geográfico de la población y de adscritos a la gleba, se hizo notar la sorprendente movilidad de un conjunto social ascendente, que prefiguró el advenimiento de la Edad Moderna. Con ellos se difundió el aprecio por las mercancías exóticas, que también acabaron siendo ideas o modos de vida. El signo decisivo de la civilización europea acabó siendo el de los inquietos navegantes, descubridores, exploradores y misioneros.

En nuestro tiempo estamos asistiendo a un fabuloso descenso de los costes de trasladarse de un sitio a otro. No es solo que se multipliquen las corrientes migratorias, sino los viajes de idea y vuelta en lapsos cortos. No otra cosa es el turismo o los viajes de negocios o profesionales. Se podría decir que todos estos continuos traslados se han convertido en una necesidad para millones de personas de toda edad y condición. Ya no se inquiere del amigo o vecino si se encuentra a gusto en su casa, sino a qué lugar piensa trasladarse en el inmediato futuro. Empieza a ser difícil pasar por original respecto a esos planes de movilidad.

El turismo o los viajes profesionales o de estudio buscan una justificación racional: la ventaja de conocer otros lugares cada vez más alejados del de la residencia habitual. Tanto es así que se desarrolla una especie de complejo de Marco Polo, consistente en el impulso de llenar las conversaciones amistosas con pequeñas crónicas de los grandes viajes. Cuanto más lejano y arriesgado sea el destino del viajero, tanto mejor. Desde el mismo lugar de llegada, el turista o equivalente puede enviar continuos mensajes (orales, escritos o icónicos). Con ellos quiere demostrar que se encuentra allí, sea en las fuentes del Nilo, en el altiplano del Everest o en el corazón de Nueva York. Digamos que toda esta especie de literatura vulgar significa la trivialización del espíritu de aventura, que ahora se ha generalizado a casi toda la población de los países ricos. Hace un siglo la tarjeta postal cumplía el objetivo de demostrar gráficamente lo que uno iba viendo por el mundo. Ahora se ha suplido con ventaja por la comunicación internética, que es instantánea.

Oficialmente, España es el país con mayor cantidad de turistas extranjeros por habitante, lo que supone un excelente rubro de exportaciones invisibles. Pero es tanto o más decisiva la corriente turística interior, en el sentido más amplio posible de los que viajan continuamente dentro de España por cualquier motivo. Una gran ciudad se define hoy en España por disponer de aeropuerto y de estación de AVE. Se añade el palacio de congresos, ferias y exposiciones. Por ahí puede verse, por ejemplo, la creciente ventaja de la centralidad madrileña respecto a otras capitales españolas, aunque carezca de puerto de mar o de río, como es el caso de otras grandes urbes europeas. Madrid siempre fue diferente; acaso este sea su atractivo.

El tráfico de viajeros no depende mucho de la coyuntura económica; siempre crece. Al periodo anual de vacaciones se añaden hoy (no hace falta decir "a día de hoy") los largos fines de semana, las fiestas, los puentes y escapadas. La maletita con ruedas es el verdadero símbolo de la población actual, dispuesta a viajar por cualquier motivo o pretexto. Los urbanícolas (otros dicen "urbanitas") cada vez encuentran más difícil instalarse en un ambiente distinto del de la residencia habitual. Hay que extremar por ello los elementos peculiares de cada lugar, convertidos en atracción para los posibles visitantes. Los hodiernos pies polvorientos no son fundamentalmente mercaderes o saltimbanquis como antaño, sino ávidos compradores de todo lo que puedan encontrar en sus traslados. Siempre hay alguna cosa más barata en el lugar distante que se visita.

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