
Existen lugares que permanecen en la memoria, sin estridencias ni artificios, pero que dejan una huella viajera a través de las sensaciones, las vivencias o las experiencias. Biarritz, la coqueta ciudad del sur de Francia, es uno de esos lugares. Con personalidad propia, a pesar de estar casi entre dos países: Francia y España, parece no haberse rendido del todo a las modas viajeras y ha sabido preservar su esencia aristocrática vasco-francesa, sin aceptar el turismo de masas. No es el Mediterráneo ni lo pretende; es otra cosa, un pequeño refugio atlántico con algunos toques de surf y modernidad donde parece no pasar el tiempo.
Hasta principios del siglo XIX la ciudad era un diminuto pueblo de pescadores y durante casi un siglo, fue el patio de recreo de las élites ilustradas de Europa. Fue Eugenia de Montijo, emperatriz consorte de Napoleón III, quien puso a esta villa vasca en el mapa del buen gusto imperial francés, sobre todo tras levantar el maravilloso e histórico edificio del hotel du Palais frente a sus playas.
De ser un modesto pueblo ballenero se transformó a mediados del siglo XIX en la meca estival de la alta sociedad europea y con ello empezó una tradición de veraneo de la que aún quedan algunos resquicios. Esa historia del lujo de antaño convive hoy en día con una visible cultura surfera, tiendas de marca, cafés y restaurantes, entre decenas de bicicletas y por supuesto sus amables vecinos.
Pasear por la Grande Plage al atardecer es una de esas postales que hay que atesorar en un viaje a la ciudad francesa frente al Cantábrico. Dejarse caer por el mercado de Les Halles, con sus ostras y sus vinos o simplemente disfrutar de la arquitectura de la ciudad, entre el estilo Belle Époque y modernismo, con pinceladas que recuerdan a los caseríos vascos. Para una cena sin demasiadas complicaciones el restaurante Le Lieu, con vistas al al mar situado en el paseo marítimo, es ideal para disfrutar de la gastronomía local, sobre todo el marisco y los chipirones.
El Hotel Brindos: lujo escondido sobre un lago privado
A escasos minutos del centro de Biarritz, en dirección a Anglet, se descubre un rincón casi escondido, que sorprende nada más llegar. El Hotel Brindos, Lac & Château, antiguo castillo francés dirigido con maestría por Olivier Richard, ubicado en un lugar tranquilo y privilegiado, en torno a un lago natural y que parece sacado de un cuento de hadas. De hecho, según cuenta la leyenda las hadas se aparecen de vez en cuando, algo que merece celebrar una gran fiesta en el hotel anualmente.
El edificio principal, de inspiración hispanomorisca, forma parte de la red de hoteles Relais & Chateaux y es un antiguo castillo reformado recientemente y que acoge un número limitado de habitaciones y suites decoradas con un gusto exquisito. Sus 39 habitaciones y suites combinan materiales y muebles adquiridos a artistas y artesanos de la región, con colores cálidos, maderas nobles, telas orientales y guiños a épocas pasadas componen una atmósfera que seduce al huésped desde el primer minuto.
Pero lo que verdaderamente convierte al Brindos en un lugar único son sus "lodges flotantes", pequeñas habitaciones flotantes sobre el lago, a las que solo se accede en barca. Cada lodge tiene su propia identidad estética y nombre, con dos suites sobre el agua que merece la pena disfrutar, al menos una vez en la vida.
Gastronomía con raíces
En el corazón del hotel, tras un enorme hall y una deslumbrante barra de cócteles se presenta su flamante restaurante principal con una insuperable vista panorámica del lago, una experiencia culinaria única con un repertorio de platos que aúnan producto local y destellos de cocina de vanguardia. Destaca el menú Zapore con su lenguado de la bahía de San Juan de Luz con espárragos silvestres de los Pirineos, o su cordero confitado al apio del monte y arándanos rojos. La carta de vinos no duda en rendir un homenaje a la tierra, como no podía ser de otro modo.
Spa y el ‘wellness’, sin excesivos lujos
Brindos Lac & Château cuenta con un spa al que se quiere volver cada poco tiempo, una vez ha sido probado por primera vez. Tonos verdes y dorados, jacuzzis semiprivados, un hamán y cabinas de tratamiento entre las que 2 de ellas son flotantes: se extienden hasta el lago y es el lugar donde disfrutar de tratamientos exclusivos en la intimidad y rodeados de naturaleza y agua. Sus masajes y tratamientos se realizan con productos orgánicos y aceites esenciales que el cliente podrá elegir previamente. Hay una piscina de aguas templadas con vistas al lago y al bosque y hasta una sala de meditación. Todo ello bajo un ambiente de calma donde el tiempo parece dilatarse.
Otros planes veraniegos en torno al hotel
Al caer la tarde, el bar del hotel acoge una de las citas imprescindibles de los meses de verano: afterworks con música en directo. Para acompañar la velada y vivir una experiencia sensorial completa, la carta del bar incluye una cuidada selección de cócteles y combinados, así como opciones de picoteo.
Además, el hotel invita a viajar al paradisíaco destino de la Polinesia Francesa sin salir de sus instalaciones. El 1 de agosto se celebrará un encuentro con el exótico país a través de una muestra de baile y música tradicional sobre el lago, un entorno difícil de ver en otro lugar.
Explorar el entorno en bici eléctrica
Una de las novedades de este verano en Brindos son sus bicicletas eléctricas. Una propuesta ideal para los huéspedes que desean descubrir los alrededores y recorrer cómodamente los caminos que rodean el lago o incluso darse una vuelta por Biarritz, a unos 6 kilómetros, para una compra de última hora, o incluso pasear por sus playas sintiendo la arena en los pies descalzos. El recorrido es realmente fácil, ya que en casi todo el trayecto existe carril bici y el tráfico suele ser tranquilo, excepto a primera y última hora de la tarde.
Más allá del hotel y Biarritz
Aunque el hotel es un destino en sí mismo, desde Brindos es fácil explorar los alrededores, pasar el día y volver a disfrutar de sus acogedoras estancias. Descubrir con paciencia varias perfectas para surfistas, darse un paseo por Guéthary, el pequeño pueblo pesquero convertido en rincón bohemio francés; planear una visita a la localidad de Espelette, cuna del famoso pimiento rojo; o dedicar una mañana a la ruta por las montañas de La Rhune, accesible en un tren de cremallera que parece salido de otro siglo y que fascinará a los más pequeños.

