
Hay lugares en el mundo que no solo se visitan, se sienten. Rincones donde la naturaleza ha decidido desplegar todo su poderío para recordarnos lo pequeños que somos. Y uno de esos lugares, quizás el más impresionante de toda la cordillera alpina, es el Aletsch Arena. En el corazón de los Alpes suizos, en el soleado cantón del Valais, descansa el glaciar Aletsch, un vestigio de un pasado helado, que poco a poco va perdiendo su fuerza.
Sus cifras descolocan: 20 kilómetros de longitud, una profundidad que en algunos puntos roza los 900 metros y una masa de 11.000 millones de toneladas de hielo. Es el glaciar más grande de Europa continental y del núcleo de los Alpes Suizos, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Subir al glaciar, toda una aventura
Para llegar a este paraíso alpino hay que dejar el coche abajo, en el valle, en la ciudad de Brig, o en sus cercanías. El Aletsch Arena está formado por tres pueblos de cuento colgados de una pequeña meseta que recuerda por momentos a la serie de Heidi: Riederalp, Bettmeralp y Fiescheralp.
Pasear por Bettmeralp, con sus típicos chalets de madera oscura tostada por el sol y su icónica capilla blanca, ´María de las Nieves’ (parte del Gran Tour de Suiza) con el Cervino al fondo, que parece empastada contra el cielo azul y las cumbres cubiertas de nieve. Al lado de la capilla se encuentra un banco donde poder sentarse a admirar esta inigualable panorámica natural. Otro ritmo de vida donde los horarios los marca la naturaleza y las inclemencias del tiempo. Sin duda es la Suiza más idílica.
Los tres miradores de la maravilla
El Aletsch Arena ofrece tres miradores privilegiados, una ruta de tres balcones naturales conectados por teleféricos que nos ponen cara a cara con esta mole de hielo milenaria.
El primero es Moosfluh. Desde aquí, la vista del bosque de Aletsch, que en otoño cambia de color a un rojizo y amarillo, contrasta con el blanco y el azul intenso del hiel del glaciar.
Si subimos un poco más, llegamos al Bettmerhorn. La perspectiva cambia. La inmensidad de la lengua glaciar se abre ante nosotros como una gran autopista congelada que hace una curva entre los picos. Parece que está cerca, que se puede tocar con los dedos, pero la realidad es que son kilómetros de lengua glaciar bajo nuestros pies. Aquí se observa la fuerza erosiva de este río sólido que ha esculpido el paisaje durante milenios.
Pero la joya de la corona. es el Eggishorn. A 2.926 metros de altitud, es el mirador más alto y el único desde el que se puede contemplar el glaciar en toda su longitud y su famosa curva. La panorámica es de 360 grados y es sencillamente brutal.
Girando la cabeza, no solo vemos el hielo. Ante nosotros se elevan algunas de las cumbres más famosos de Suiza: el Jungfrau y el Matterhorn (Cervino). Sin duda merece la pena la subida y el frío que corta la respiración.
Senderos y rutas con el glaciar de telón de fondo
El Aletsch Arena ofrece una red de senderos que son una delicia. En verano, recorrer el camino que bordea la cresta, con el glaciar siempre a un lado y el valle del Ródano al otro, es una experiencia muy gratificante. De hecho, esta zona cuenta con más de 300 kilómetros de senderos y rutas en verano.
Una de esas rutas para disfrutar de la explosión de la naturaleza en primavera o verano sale desde Riederfurka y llega hasta Villa Cassel, una tradicional mansión victoriana junto al bosque Aletsch, de casi 1000 años de antigüedad, uno de los bosques más antiguos de Suiza. Villa Cassel fue en sus inicios la residencia de verano de un rico financiero británico, posteriormente se convirtió en hotel y ahora alberga un centro de conservación de la naturaleza.
Para los más aventureros, existen excursiones guiadas que permiten bajar y pisar el glaciar, aunque es necesario un pequeño curso de iniciación. Poner los crampones sobre esa masa de hielo, escuchar sus crujidos y ver de cerca las grietas de un azul eléctrico no es algo para tomarse a la ligera. Una experiencia así requiere de una buena forma física y sobre todo precaución.
Cómo llegar: la maravilla del tren suizo
En Suiza, el tren no es un transporte, es la mejor opción para moverse por el país. Y funciona. Para llegar a este paraíso desde España, la mejor combinación suele ser volar a Ginebra o Zúrich. Desde cualquiera de los dos aeropuertos, la extensa red de ferrocarriles federales (SBB) llevará hasta la localidad de Brig, el gran nudo de comunicaciones del Valais y punto de partida para llegar al glaciar.
Desde Brig, la aventura cambia de color. Hay que transbordar al Matterhorn Gotthard Bahn, un tren rojo de vía estrecha que parece de juguete pero que trepa los Alpes con una facilidad pasmosa. Desde ahí, solo queda el último paso: el teleférico. Arriba no hay coches, solo pequeños vehículos eléctricos y trineos en invierno.
Dormir frente a los Alpes y bajo el glaciar
Despertarse a 2.000 metros de altura, frente a una panorámica en alta definición de los Alpes y un silencio casi absoluto, vale cada franco de cualquiera de los alojamientos de la zona.
En Bettmeralp, el pueblo más fotogénico, con su famosa capilla Maria zum Schnee, se encuentra el Hotel Panorama, muy recomendable para cualquier época del año, sobre todo el verano y el otoño y bien preparado para el invierno cubierto de nieve.
En cuanto a la gastronomía, Suiza es tierra de chocolate y quesos. Sería un delito irse sin probar el Cholera, un pastel de verduras, manzana y queso con una historia curiosa, que hoy es una delicatessen. Para degustar este plato típico podemos subir hasta el restaurante Chüestall, un antiguo establo de vacas, muy cerca de Bettmeralp. Y, por supuesto, es imprescindible probar una Raclette de queso, uno de esos manjares culinarios que bien merecen repetir un viaje a los Alpes suizos.



