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Artículos de viaje

Calles, cosas y gente de Marrakech

Marrakech es una ciudad especial, sobre todo para nuestros occidentales ojos: no estamos acostumbrados, ni siquiera los madrileños, a esa algarabía callejera de gente, tiendas, colores, suciedad (sí, también y fundamentalmente suciedad), comida, animales, vehículos...

Y esto no sólo ocurre en la famosa Jemaa el Fna, aunque allí se multiplique de forma exponencial: en casi cualquier rincón de la ciudad nos sorprenderán los atuendos, las tiendas, los viejos arrastrando enormes carretas, las mujeres veladas, la pobreza que acaba convertida también en un espectáculo visual para o por el turista...

Por supuesto, el "espectáculo" es además exageradamente fotogénico, a lo que colaboran y no poco las calles de la ciudad, el color rojo – tierra de sus paredes o la divertidísima variedad y antigüedad de sus medios de locomoción: desde los vespinos de los 70 que son los verdaderos reyes de la calzada hasta Mercedes que aquí serían casi de coleccionista, motocarros de todo color y condición y, por supuesto, la tracción animal que todavía goza de una envidiable popularidad.

Y es también, por supuesto, el resultado de un estilo de vida distinto, aunque no tan distinto del nuestro o del que era el nuestro hace sólo unas décadas: la vida en la calle, la economía informal, exprimir de forma exagerada los recursos escasos...

Un ejemplo de esto último es el uso que se hace de los ciclomotores: los hay a miles, por supuesto se usan sin casco, van tanto por las grandes avenidas como por las callejuelas del zoco y llegué a ver a una familia completa de cuatro miembros subidos a una única y vieja Vespino.

"Otra pantalla"

Y no olvidemos los olores, muchos malos otros buenos pero siempre presentes en la ciudad: mientras que las capitales occidentales podrían recorrerse con la nariz tapada sin notar la diferencia, en Marrakech los aromas (y las pestes) son también una parte esencial de la experiencia, para bien y para mal.

Todas estas cosas son, o forman o contribuyen a crear, la que es sin duda, la gran virtud (y también el gran defecto para muchos viajeros, hay gustos para todo) de una ciudad como Marrakech: llegar allí es viajar a otro mundo y el exotismo, por ponerle un nombre, no se limita a las bailarinas de danza del vientre.

Porque por muy distintas que puedan parecernos Madrid, París, Londres o Berlín en todas nos encontraremos en nuestro ambiente, en todas el modo de vida es mucho más parecido de lo que creemos, las diferencias son de matiz: si desayunamos la tostada con aceite o con mantequilla, si cenamos a las siete de la tarde o a las nueve de la noche.

Marrakech, como otras ciudades de Marruecos, es a pesar del turismo lo que un amigo mío definía como "otra pantalla" en referencia a los viejos juegos de ordenador en los que al superar un determinado nivel tu muñequito aparecía en un decorado y un entorno completamente diferentes.

"Y en cuanto bajas del avión te das cuenta de eso", remataba con toda la razón. Yo creo que es una experiencia que vale la pena vivir, ¿y ustedes?

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