Ni me matas ni me muero, ni te quiero a morir, como decía aquel cantante francés. Qué extraña esa asociación del amor con la languidez de la muerte.
Yo lo que siento son muchas ganas de vivir para poder disfrutar a tu lado, de que no se escapen los minutos que se me antojan vanos cuando ni estás junto a mi, ni las circunstancias me permiten detener mi pensamiento en tus ojos, o en tus manos, o en esa vitalidad tan tuya y tan única, que se contagia irremediablemente, que me satura los poros de la piel, como me inundo de tu olor cuando tu cuerpo está conmigo.
Supongo que quien habla del amor navegando en la lágrima es porque no tuvo la suerte de atraparlo como sí la tuve yo, y en vez de encarar cada día con la esperanza de recobrar la ilusión, se encoge en la miseria de un recuerdo que cada día oscurece más por hacerse más lejano. Yo tuve algún otro amor y se marchó, y sé lo que supone sentirse vacío de repente. Pero es inútil cantar al amor que ya no está y vendarse los ojos al que puede llegar.
A mí llegaste con toda tu fuerza, con toda tu honestidad, arrasando recuerdos tristes, arrinconando melancolías inútiles. Quererte es fácil porque aunque quisiera no podría dejar de hacerlo. Naciste para ser amada por mí, y yo no hago más que dejarme llevar cada minuto por ti, hacia ti, contigo. Es hermoso levantarse cada día y saber que hoy puede ser mejor que ayer, y que mañana, con seguridad, pase lo que pase, no habrá oscuridad a la que tema.
Tiene que ser amor, y tiene que ser del mejor. De aquél sobre el que no escriben los poetas deprimidos, sino los trovadores de la luz. Amarte es vivir y por eso, cuanto más vivo más te quiero.
Jesús