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Katy Mikhailova

Basura de lujo

Los diseñadores ya rebuscan hasta en la basura. Y llegamos hasta los pantalones de cartón...

Los diseñadores ya rebuscan hasta en la basura. Y llegamos hasta los pantalones de cartón...
El desfile de Moschino en Milán | Cordon Press

De los creadores de "Los tetrabricks de leche de Chanel" llegan "Los cubos de basura de Moschino". Estos días ha estado transcurriendo la Milan Fashion Week, y, como ya es tradición, la firma italiana sigue dando la nota.

Después de sacar carcasas para iPhone en forma de paquetes de McDonalds con sus clásicas patatas -fundas que lejos quedan de ser baratas-, y, tras inspirarse en personajes como ‘Las Supernenas’ -sí, esas 3 muñecas con ojos gigantescos, ¿recuerdan?-, el proceso creativo de la maison italiana parte del cartón, los cubos de basura y el plástico como fuente de inspiración.

Si antes la creatividad les pillaba enamorados, viajando por algún país exótico, observando las calles de las capitales más cosmopolitas, escuchando a Brahms o a Schubert, oliendo la cúrcuma y el perejil, o degustando un caro coñac francés; ahora la musa y los diseñadores se encuentran rebuscando en la basura.

Pequeños clutch de mano en tonos grises y en forma de basureros -con sus respectivas correas en metal- son sin duda algunos de los complementos que me han dejado sin habla. Claro que colgar de una oreja la tapa en miniatura del mencionada basurero me provoca, cuando menos, risa y pena a la par.

Entiendo que todo ese rollo del cartón y el ecologismo, y el reciclar… ¡Uf, qué pereza me da! Sí, sí, todo está muy bien... apoyo que se recicle -de hecho, yo reciclo-, pero ¿cómo moverse, desplazarse, vivir, en suma, llevando un pantalón de cartón? ¿Cómo meter eso luego en la lavadora? ¿Qué sentido tiene hacer una moda que no es práctica? Una cosa es crear show, y otra muy diferente es dar la nota, hacer el ridículo intentando alcanzar la ya tan difícil originalidad y llamar la atención.

No comprendo la tendencia de hacer de lo feo, lo sucio, lo desaliñado, lo vulgar, lo cotidiano un objeto de lujo, imposible de pagar por la mayoría. Recordemos ese desfile de Lagerfeld como guiño al supermercado -¿quién va a creerse que el lujo y ‘hacer la compra’ tienen algo que ver, tienen alguna relación entre sí?-, o la ropa agujereada de diversas marcas -no hablo de los jeans, sino de jerseys nuevos con agujeros como si hubieran sido roídos por ratas y polillas-, o la tendencia del pelo sucio y los ojos negros a lo oso panda como si hubiera estado una de juerga toda la noche.

Es obvio que ya todo está inventado, confeccionado, hecho. Que blanco y negro ya no riman, que los lunares flamencos se han explotado hasta la saciedad, que los perritos ya aburren y por eso Dolce&Gabbana pone de moda el gato leopardo y lo plasma en sus vestidos que después vende por 5.000 euros; el tweed aburre, la seda es muy clásica, las rayas son muy simples; el pantalón pitillo, demasiado abusivo; los pantalones de campana repetitivos; el verde empieza a resultar políticamente correcto, el rojo muy sensual, el rosa muy cursi, el azul klein muy agresivo y el amarillo mostaza provoca náuseas. Sí. Todo está hecho, pero no una, ni dos veces, ni tres veces; sino imitado de mil y una maneras diferentes, en todos los lugares del planeta y por casi todas las marcas existentes que producen temporada tras temporada una cosa llamada ‘moda’.

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